Donde el agua ha fraguado, con el paso de miles de años, un territorio especial de hayedos, praderas y caliza que dan cobijo en armonía a rebecos, oso pardos, lobos, y al casi desparecido y mítico urogallo. Y donde el hombre ha moldeado con sus manos desde tiempos inmemoriales su paisaje, un balcón hacia la Meseta. Picos de Europa es el único parque nacional con núcleos habitados.
Rodríguez Zapatero, Carlos Soria, Julio Llamazares o Isidoro Rodríguez Cubillas, entre otros, en charla con Ical dan fe de que es un lugar único. El Parque Nacional de Picos de Europa cumplirá oficialmente cien años el próximo 8 de septiembre. Alfonso XIII plasmó en 1918 con un acto oficial de inauguración la ilusión y el trabajo del senador asturiano, Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, apoyado en la sabiduría ancestral y el conocimiento de un pastor leonés, Gregorio Pérez ‘El Cainejo’. Su nieta, Leandra Pérez, le recuerda con entusiasmo: “Mi abuelo fue el descubridor más famoso en Picos; a ningún alpinista, guía u otra persona se le recuerda como a él”.
Picos, como todos lo conocen en Asturias, Cantabria y León, rezuma paz y tranquilidad. Es allí donde las manos del hombre acarician el cielo. Donde las cumbres y el firmamento se unen para conformar un paraíso, un edén de 500 millones de años y un espacio único desde el punto de vista geológico, natural, económico, turístico y social.


Collado Jermoso, refugio por el que pasan entre 2.500 y 3.000 personas al año, es diferente. Para muchos, un santuario tras el importante esfuerzo para subir, un lugar donde evadirse. Un espacio único cuando el sol se pone en Peña Santa, junto a Torre Bermeja y con picos como Cerredo y Llambrión como testigos. Es un ‘chill out’ a 2.000 metros. Con el murmullo de las conversaciones de los visitantes, los últimos pájaros y el soplo de aire fresco del anochecer. “Cada día es muy diferente a otro; cambian las luces, el tiempo, la meteorología… una particularidad que le da ese toque nuevo. Un día hay mar de nubes, otro día las nubes cambian de color y otro hay mucha nieve. Aunque te acostumbres, no te deja de sorprender”, explica Pablo Sedano, el guarda del refugio ‘Diego Mella’.
Para muchos, como Rodríguez Zapatero, Collado Jermoso es el mejor lugar “sin duda alguna”. “Un amanecer allí no es comparable con nada. Es una belleza natural. Y si en ese momento aparece algún rebeco es la culminación de un estado de plenitud”, expresa con la mirada perdida.
Sentado casi sobre un mar de nubes, allí arriba y con sus gafas de sol, el montañero Isidoro Rodríguez Cubillas llega a emocionarse con el paisaje, el entorno y con la sensación de “la prueba superada con el esfuerzo”. “Este paisaje me encandila y llena mi vida”, sostiene. No es extraño. Es un lugar casi espiritual que traslada la inmensidad de la naturaleza, el acompañamiento de la roca rosada, rojiza en función de la refracción de la luz, y las praderas de las altas vegas, como Liordes, donde pastan caballos y alguna de la mejor carne de León. Y donde los simbólicos rebecos están al rececho del humano que transita junto a ellos, reposando en los aún abundantes neveros de verano.
Un adelantado a su época
La declaración de Picos de Europa como Parque Natural tiene algo de epopeya. Pedro Pidal, un adelantado a su época, conoció los parques norteamericanos de Yellowstone y Yosemite y se propuso replicar el modelo en la Cordillera Cantábrica. Lo hizo 50 años antes de que en el Viejo Continente se empezase a hablar de esta figura.

“El problema en Picos de Europa es diferente a Yellowstone, donde habían pasado cuatro indios y se mantenía como se encontró. En Picos hay un parque cultural, donde la presión humana motiva el paisaje de praderías preciosas al lado de vegas y majadas. Sin esa presión, el parque se llenará de árgomas y ‘cotoya’”, comenta el biógrafo del marqués, Luis Aurelio González.
Sin embargo, el impulso definitivo se produjo después de que el conde francés de Saint-Saud alcanzase en 1982 la cumbre de Torre Cerredo, la mayor altura de Picos, con 2.650 metros. Era algo que el orgullo de un cántabro no podía dejar pasar y Pidal se aprestó a coronar el mágico Naranjo de Bulnes. “¿Cómo voy a dejar que unos extranjeros suban al pico más mítico de mis queridos Picos de Europa?”, se preguntó, y en su respuesta tuvo la excelente ayuda de ‘El Cainejo’ un pastor que conocía la zona como la palma de su mano y que fue su guía, el primer sherpa español, y quien le llevó a la cumbre. Leandra Pérez lo recuerda así: “Subían poco a poco. Mi abuelo, cuando llegaba a lugar seguro, le decía a Pedro Pidal que avanzara hasta allí. Y así coronaron”.
Hasta la cima llevaron dos botellas de vino. Bebieron una, en la que Pidal metió su tarjeta, y dejaron otra para el siguiente en conseguir cumbre. Lo hizo el mexicano de origen alemán Gustav Schulze el 1 de octubre de 1906 y al año siguiente, el marqués cántabro, el conde francés y el aventurero mexicano compartieron cena, experiencias y agradecimientos. Schulze le devolvió entonces la tarjeta.
Aprender a ser guarda
Con la declaración del Parque Nacional se creó la figura del guarda, para la que Pidal también se rodeó de gente de la zona, habitualmente cazadores que conocían cada palmo. Uno de ellos eran el abuelo de Julio Martínez, actual guarda en Picos y tercera generación ya de este oficio. “Ser guarda es mi vida. Desde que estaba en la cuna y nací ya tenía una responsabilidad. Con cinco o seis años iba al bar y sentía cualquier conversación de furtivos para contárselo a mi padre. Para mí es todo. Es como si me faltara algo si dejara de ser guarda”, explica.
Este depósito de sabiduría ancestral se enriquece cada día pero la esencia es la misma: “La mejor manera de conservar la naturaleza es respetarla. Es de todos. Pero si cada uno que venga se lleva una flor, una piedra bonita, la tiramos al río y matamos una trucha, nos cargamos un rebeco, lo espantamos, le alteramos el hábitat… Cualquiera que venga a Picos de Europa que intente, con la máxima cautela, disfrutar de todo, pero que no interfiera”. Lo decía su padre y es todo un programa de vida.