Juan Ramón Santos
Fundación José Manuel Lara
Narrativa
88 páginas
8,00 euros
‘El Club de las Cuatro Emes’
Juan Ramón Santos
Editorial Edebé
Literatura infantil
184 páginas
9,60 euros
Me escribe un escueto mensaje telefónico uno de esos amigos de toda la vida al que hace años que no veo y que solo se acuerda de mí cuando necesita pedirme un favor. Esta vez se va unos días de vacaciones a la playa con sus dos niñas exactas, que habitualmente conviven con su ex mujer, y me pide consejo sobre algún libro que pueda meter en la maleta, que no abulte mucho, esté entretenido y le sirva para matar dos pájaros de un tiro. O tres. Es decir, que puedan leerlo tanto él como sus dos caricaturas gemelas (cuyo regalo de comunión se me pasó, por cierto, la primavera pasada). Al menos, para despedirse, tiene la deferencia de sugerirme que me cuide. Y me dice que a ver si hacemos por vernos pronto.
De primeras me hubiera apetecido no responderle. Pero luego habría recapacitado y le habría recomendado la lectura de alguna edición asequible del Quijote, o de alguno de los clásicos picarescos de nuestro siglo de oro, o quizás la biografía del célebre conquistador Alejandro Magno, que tanto me marcó, cuando la leí con ocho o nueve años. O sea, en la Prehistoria de mis días.
Sin embargo, su mensaje me ha sorprendido entre manos con dos libros del mismo autor, el placentino Juan Ramón Santos. Dos libros que reúnen varias características comunes. Son breves, han sido reconocidos recientemente con premios relevantes en sus respectivos géneros, están magníficamente escritos y, más allá de su extensión o del público al que aparentemente van dirigidos, transmiten un gran bagaje de valores, reflexiones y mensajes que les harán mucho bien, si siguen mi consejo, al gañán de mi amigo y a sus hijas fotocopiadas.
Juan Ramón Santos ha conseguido recientemente la trigésimo novena edición del premio de narración corta «Felipe Trigo» con ‘El síndrome de Diógenes’, una obra de difícil clasificación, si apelamos a su extensión, ya que podría catalogarse como novela corta, como relato largo, o quizás más certeramente como «nouvelle». Y poco después se ha adjudicado el premio «Edebé» de literatura infantil, con la novela ‘El Club de las Cuatro Emes’. Y con ambas publicaciones ha conseguido un efecto solo al alcance de los escritores dotados de una sensibilidad especial, el de escribir textos para mayores que disfrutarán también los más pequeños y novelas para niños cuya lectura aprovecharán los adultos.


Capítulo a capítulo el profesor con ínfulas perrunas desarrollará al máximo sentidos como el olfato o el gusto, perfeccionará sus ladridos e irá cayendo en picado, tras ser víctima de la soledad y de la incomprensión de los demás, hasta convertirse en un émulo de aquel Diógenes, clásico y cínico, que le pidió al Alejandro Magno que, gracias a la lectura, yo conocí en mi infancia prehistórica que no le privara de los rayos del sol. Y así es esta pequeña joya, luminosa y atemperada por el calor de un lenguaje exquisito, denso, cuidado y al mismo tiempo trepidante; aditamentos que ayudan al lector a dejarse llevar, a sorprenderse o escandalizarse con las peripecias caninas, sexuales o violentas que zarandean la biografía de un hombre, cuyo nombre nunca se dará a conocer y que acaba convencido de que la palabra es el mejor arma para enfrentarse a los escarnios que padece y a la enajenación que lo envuelve sin que, quizás, sea muy consciente de ella.
No sé si mi voluble amigo hará caso de mis recomendaciones literarias. Pero aprovecho para hacerlas extensibles a todos ustedes, si están preparando el equipaje o acaban de regresar de su retiro playero o montañés. Estas dos pequeñas maravillas entregadas a la imprenta por Juan Ramón Santos, y ceñidas sus sienes con laureles de triunfo, harán las delicias de chicos y grandes, y hasta podrán propiciar encendidos debates generacionales; que tampoco es mala cosa, ahora que tanto se añora la falta de comunicación familiar.
José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.