Han sobrevivido a pandemias -en plural-, multitudinarios manoseos, lluvias, truenos y cencelladas, ¿quién sabe si un Holocausto? Se mantienen austeros, aunque llenos de vida y de adornos lingüísticos de estilo casi barroco. Son fieles a unos dueños que varían y dejan regalos a modo de segundas lecturas, con anotaciones en márgenes y manchas de café.
En todo ello encuentra el encanto Berta Fernández, que descubrió su afición al libro usado cuando una suerte del destino le hizo toparse con un ‘Madame Bovary’ que antes había caído en manos de un verdadero erudito de Gustave Flaubert. «Eran unas anotaciones tan ricas sobre el texto que no me lo podía creer», señala: «Me había costado seis euros». E ilustra su sorpresa con la cita de Machado que -dice- tanto repite: «Todo necio confunde valor y precio». Afición, sorpresa y el carácter encantador que le suscitan este tipo de libros fueron buenos acicates para que Berta, ejerciendo un oficio en el ámbito del Derecho, decidiese montar en 2020 Tula Varona -calle Ruiz de Salazar, 18-, una ‘librería mutante’ que aúna cafetería y ejemplares nuevos, pero sobre todo de segunda mano.
«Otra gente dice ‘libros vividos’, que es más bonito», cuenta Felipe Ménguez, que desde hace poco menos de dos años regenta Oblómov -plaza del Congreso Eucarístico, 2-, una de las tres librerías de segunda mano y de ocasión que hay en la capital provincial. Una de las dos que cuentan exclusivamente con ejemplares de estas características.

La otra es Paraíso Lector -calle de la Torre, 4- y la regenta Abel Vieito. Es la más veterana todavía abierta, con sólo cinco años de vida. Y, cuando se le pregunta a su dueño por la razón de abrir una librería de usado y no de nuevo, él responde: «¿Y por qué no?». Y eso que vivimos en la era de lo digital, con plataformas como Amazon, Fnac o La Casa del Libro, con las que -opina Berta- «no se puede competir». Aún así, «todavía hay quien busca el libro en papel», según cuenta Abel, que es miembro de la Asociación de Libreros de Castilla y León (Alvacal).
En sus estanterías, Paraíso Lector ofrece al visitante unos cinco o seis mil ejemplares que poder otear. Oblómov, más humilde en espacio, ronda los tres mil. Y la dueña de Tula Varona no esconde su dificultad para hacer una estimación del número de libros que ocupan sus estantes. «Empecé con sólo libros de segunda mano y los nuevos están más desperdigados pero cada vez hay más», explica Berta: «Cada vez tenemos más ediciones nuevas, pero los libros de segunda mano siempre tienen ese encanto que no tienen los nuevos; hasta el olor, el tacto o las notas que puedas encontrar». Aun así, confiesa que «la idea es muy romántica, pero realmente lo que paga las facturas es la barra».
Abel, que antes de embriagarse con el curioso olor de sus ejemplares se dedicaba a la hostelería, encuentra en las donaciones desinteresadas de particulares su mayor fuente de material. Igual que él, Felipe se nutre del carácter altruista de sus vecinos, de los que -opina- le «han recibido fenomenal». «Es un poco también hacer barrio», añade: «Hacer un tejido cultural y que no sea todo economía». Antes de abrir Oblómov, ejercía como profesor interino y viajaba de un lado a otro de la geografía nacional sin olvidarse de visitar las librerías de cada ciudad.
Si algo tienen en común Berta, Abel y Felipe es su afición por los libros. De ella hacen gala con sus librerías. La de Felipe, en honor al nombre de una publicación rusa del siglo XIX, de esas a las que dice rendir devoción. «Es un personaje un poco perezoso, más dado a la ensoñación que a la acción», relata: «También es una especie de metáfora de la lectura, del abogar por tiempos de reflexión, de dedicarse tiempo a uno mismo y no sólo a producir, como sucede en los tiempos que corren, que todo tiene por finalidad un rendimiento económico».

Berta considera su Tula Varona una especial «terapia de meditación» y quiere con ella fomentar lo que llama ‘slow shopping’: «Es un término que leí en un libro de Jorge Carrión que se titula ‘Librerías’ y es lo que yo quiero transmitir con este local; que sea un sitio tranquilo, que quien entre no tenga prisa».
Y, sin prisa, se mueven los tres por entre las paredes de sus librerías, esperando visitas más o menos inesperadas de amantes de la literatura que encuentran en los libros usados ese encanto que describe Berta, que no encuentra un perfil muy específico de cliente. Felipe, sin embargo, se plantea un reto claro: «Me gustaría que la gente joven viniese más a la librería, que le quitase ese miedo o respeto a los libros antiguos; estoy empeñado en que la lectura siga existiendo en este mundo tan tecnológico y que haya gente joven en la librería es una forma de asegurar el futuro».
Así hablan los encargados de mantener las tres últimas librerías -de momento- de estas características en la capital provincial. En ellas se quedan, tranquilos, quizá con intención de echar mano a algún que otro ejemplar con cientos de años de antigüedad. Se queda entre literatura -lo que les gusta-, animando con sus puertas abiertas a entrar y descubrir un mundo lleno de anotaciones y manchas de café. Como diciendo que no todos los amantes de los libros usados tienen una librería ‘de viejo’, pero sí que todos los que la regentan sienten por estas publicaciones gran adoración.