León de los pasos perdidos

Bruno Marcos destaca la presencia de León en la obra de Andrés Trapiello 'Salón de Pasos Perdidos'

Bruno Marcos
04/02/2017
 Actualizado a 08/09/2019
Soportales de la Plaza Mayor en pleno casco histórico de la ciudad.| JUAN CARLOS CARBAJO LARSEN
Soportales de la Plaza Mayor en pleno casco histórico de la ciudad.| JUAN CARLOS CARBAJO LARSEN
Es difícil para quien sigue las letras actuales no reparar en uno de los fenómenos literarios más colosales que se están produciendo en nuestros días, la escritura de ‘Salón de Pasos Perdidos’ de Andrés Trapiello. Veinte entregas van, con la que acaba de salir, de un diario íntimo que superan muchas de ellas las setecientas páginas ampliamente y que se iniciaron con la del año 1987. Bien pudieran ser, si no falla el cálculo, unas diez mil cuatrocientas sesenta páginas por ahora. El autor se duele en esos mismos diarios del prejuicio generalizado hacia lo prolífico que menoscaba el trabajo para ponderar lo escuálido, no se sabe si por decantado o por arrebatado de genio pasajero.

Lo normal es que interesen los diarios de aquellas personas aureoladas del prestigio histórico que han vivido acontecimientos con repercusión en la marcha del mundo y que se callaron, en su día, muchas cosas, pero, como bien expresa Andrés Trapiello en su obra ‘El Escritor de Diarios’, los grandes personajes no producen grandes diarios. A pesar de que el diarista aparezca normalmente instalado en cierto narcisismo la verdad es que los buenos diarios están escritos desde la insignificancia del yo, desde la perspectiva del desplazado que intenta ordenar el desorden de la vida en el silencio de su escritorio.

Recoge Trapiello una cita de Gombrowic para asegurar que los diarios son un hablarse a sí mismo de forma que lo escuchen los demás. Quien se acerque a ellos con la pretensión de conocer a los personajes que se cruzan por la vida del diarista encontrará que lo que se construye en ellos es una perspectiva del presente, lo verdaderamente interesante no es su objetividad sino esa novela de la vida que una sensibilidad concreta va filtrando.

Pero a lo que vamos es a que Andrés Trapiello es de León y León sale en sus diarios muchas veces, con una cita fija en cada navidad, concretamente en cada nochebuena. El León que se retrata en los diarios de Trapiello, no sin humor y fabulación irónica, es siempre un lugar sombrío, frío y triste, anclado en el pasado. Nos dice nada más empezar la nochebuena de 2001: "No se sabe por qué en León la bombillas dan menos luz que en otras partes de España, teniendo tantos saltos de agua. Es siempre una luz amarillenta y hepática, muy deprimente, en las calles, en las casas, en los cafés, en las iglesias.

Aunque el hotel está a diez minutos, nos habíamos traído el coche, porque sabíamos que a la vuelta, con las heladas que suelen caer en aquel páramo, combinadas con las emanaciones húmedas del Bernesga y las efusiones carbónicas de cocinas y calefactores, lo probable sería incubar una neumonía.

Por la mañana, mientras M. estaba en el cuarto de baño, empecé a dibujar los tejados que se veían desde la ventana del hotel. (...) Todo era gris, como recuerda uno su infancia. Cambian las casas, pintan las fachadas, mejoran las calzadas, pero los tejados no pueden mentir. (...) Eran los mismos que hace cincuenta años, tejas ennegrecidas por el hollín, por el musgo negro, por ese verdín que traen consigo las lluvias que llegan directamente a León desde la tundra. Tampoco mentían los muchos patios interiores que se veían, aquí y allá, desde la eminencia de nuestro mirador. En muchos de ellos había puestas a secar ropas iguales que las que veía cuando era niño. Es probable que sean los mismos calzones, las mismas bragas monumentales que dan miedo sólo de mirarlas imaginando cómo serán las mujeres que puedan llenarlas, las mismas camisas miserables. Y dice uno esto último no en sentido metafórico, como lo diría Zenón de Elea, sino literalmente las mismas, porque es imposible que con el frío que hace en León y con la humedad de los dos ríos que la atenazan, esas ropejas se sequen nunca. Yo recuerdo que de niño se sacaban algunas ropas a secar en octubre y no se recogían más que por mayo, y eso si el año venía bien. Yo miraba esa ropa tendida que era del mismo color informe del cielo y me consolaba diciendo que si alguna vez Dios quiere borrar de la faz de la tierra esta ciudad haciendo caer sobre ella una lluvia de fuego, cosa que no deseo por tener en ella unos cuantos parientes, tampoco serviría de nada, porque al estar todo tan húmedo y tan frío no creo que pudiera arder nada, acaso los habitantes, que sólo pueden sobrevivir a estos rigores bebiendo a todas horas un aguardiente puro, de noventa grados, que les conserva en alcohol".

Para Trapiello todo es distinto en León, todo da pena, aunque en la nochebuena anterior a esta encontrase la ciudad muy hermosa, con una niebla que la hacía desaparecer y sin habitantes, inexplicablemente recluidos en sus casas por el frío pues se saben proteger muy bien de él en los numerosos bares y cantinas. En esa ocasión escribe en su diario que la Plaza del Grano, con sus hierbajos nacientes entre las piedras del pavimento, es la más bella del mundo.

Asegura cosas sobre la ciudad que son de al menos hace cincuenta años, como que en León casi todas las cocinas son de carbón, de las llamadas económicas, fundidas en Bilbao. Siempre encuentra un bar en el que nada ha cambiado en cien años y lo cuenta tan bien, lo describe tan perfectamente, que el lector cree que todos los demás bares, los miles de bares que tenemos, fueran así y va y sale a buscarlos y no encuentra ni tres, ni dos, acaso uno. Parece que hiciera un paseo por los escenarios de sus recuerdos y, en ellos, lo pasado se le presentase muy corrupto y muy hermoso.
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