La saga de los Rodríguez

De Mantequerías Leonesas, impulsada por Manuel Rodríguez, a la embajada de Camerún, cuyo actual responsable es su tataranieto Jorge de Orueta, los descendientes de esta numerosa familia lacianiega crearon negocios y hasta equipos de fútbol

N. G. Sabugal
12/06/2016
 Actualizado a 19/09/2019
Los once hermanos Rodríguez, en el patio de la casa familiar en San Miguel de Laciana.
Los once hermanos Rodríguez, en el patio de la casa familiar en San Miguel de Laciana.
Los once hermanos Rodríguez posan para la cámara en el patio de la casa familiar en San Miguel de Laciana. Las cuatro mujeres llevan ropas oscuras y pañuelos sobre la cabeza; ellos, corbatas y chaquetas bajo las que se ven las cadenas de los relojes de bolsillo. De ellas y de ellos vendrían un buen número de hijos y nietos, cuyas fotografías, más distendidas que esas del siglo XIX en las que no se podía ni sonreír para que la imagen no saliera movida, también se han hecho en ocasiones en la gran casa familiar, a la que muchos siguen volviendo cada verano. Son los meses en los que se desaloja a las laboriosas arañas y se abren las ventanas. Entonces la casa, el patio y el jardín vuelven a llenarse de voces y de historias.

Los hermanos Rodríguez están ligados a muchas empresas que fueron emblemáticas en la provincia leonesa y fuera de ella. La primera fue Tapicerías Rodríguez Hermanos y, después, ya en Madrid, los populares Almacenes Rodríguez en la Gran Vía, que fueron inaugurados por el rey Alfonso XIII. Llegarían a tener sucursales en Barcelona, Bilbao, Vitoria, Valencia y Marbella, pero la aparición y competencia de Galerías Preciados y del Corte Inglés acabaron con ellos a principios de los años 90.

Lo cuenta Jorge de Orueta, actual embajador de España en Camerún y tataranieto de uno de aquellos once hermanos Rodríguez, Manuel. «Ligadas a él y a sus negocios, estuvieron muchas empresas españolas de los dos últimos siglos. Que yo recuerde, los hoteles Gran Vía y Regina en Madrid y el María Cristina en Sevilla; las zapaterías Eureka y Geltra; los bancos Mercantil e Industrial y el Popular; la MSP; la Inmobiliaria Laciana y las Tapicerías Gancedo», dice Orueta. También una empresa mítica: Mantequerías Leonesas, que vendía, en latas azules, una mantequilla cuyo sabor ya no existe más que en el recuerdo. De aquellos negocios, siguen en la brecha el Banco Popular y las Tapicerías Gancedo, que acaban de celebrar su centenario y son proveedoras de la Casa Real.

«Ellos crearon los primeros ultramarinos en España con self service y cajeros a la salida, e hicieron el fenomenal queso Cram, que eran las iniciales de los hijos del fundador: mis tíos abuelos César, Rafael, Amílcar y Manuel. En nada envidiaba al Cabrales asturiano ni al Roquefort francés», recuerda Orueta, que lamenta que ahora en Laciana prácticamente hayan desaparecido ‘las rubias’, «unas vacas excepcionales», de las que salían todos esos productos que hoy llamaríamos delicatessen. «Recuerdo a las lecheras bajando de la braña de San Miguel a caballo en los sesenta, y el olor de las boñigas y de los pajares. Me rompí una pierna jugando en el pajar del tío Floro delante de nuestra casa antes de los diez años».
Ahora, la situación de los ganaderos es que casi no tienen a quién venderle la leche, por lo que lo poco que queda mantiene el precario equilibrio del espíritu de los resistentes. «Me preocupa la situación de la ganadería en León y no sé a quién echarle las culpas», dice Orueta desde Camerún, «quizás a aquel ministro de Agricultura en los 80, que sólo iba a Bruselas en tren, y que olvidó algunos ceros a la hora de negociar nuestra cuota lechera en la entrada de España en la entonces CEE, o mejor al dinero fácil de la mina de carbón a cielo abierto», dice.Desde la manteca de Laciana a la embajada de Camerún, uno de los países más ricos de África Occidental y con veinticinco millones de habitantes, Orueta evoca la Laciana que fue y la que es, a la que vuelve cada verano. De aquella comarca cuya capital, Villablino, llegaría a tener 17.000 habitantes, a la actual situación, con la crisis del carbón sangrando la demografía cada vez más tísica de una zona que sigue siendo una de las más bellas de la provincia.«A mediados del siglo XIX, cuando mi tatarabuelo emigró a Madrid con diecisiete años en ‘media burra’ -lo que yo llamo bussiness class, la mitad andando y la otra en burro- todo el Valle de Laciana contaba con menos de mil habitantes», dice Orueta. Después, en los años de la fiebre del carbón, «se hicieron los espantosos cielos abiertos y corrían las pesetas por el Valle y alrededores a espuertas. Entonces todos los leoneses e incluso asturianos se acuerdan de que Villablino la nuit era como Las Vegas en los ‘findes’ de los años 80 y 90: discotecas, hamburgueserías y pizzerías, todoterrenos, Mercedes, BMW y las más potentes motos, amén de todo tipo de drogas. Ahora hay que beber el agua embotellada o ir a las fuentes de Río Oscuro, Rabanal o Robles a recogerla», ironiza.La contaminación de las aguas de los ríos y la ausencia -lamentada por este embajador con la nostalgia empadronada en el Valle- de los refrescos Anaical (Laciana al revés), de naranja, limón y manzana, hacen que volver a la comarca no sea lo mismo. «Viendo Laciana en Google Maps, parece un valle bombeardeado con extensiones babianas y asturianas: en la decadencia actual del Valle, en el que los jóvenes no encuentran trabajo, tiene mucho que ver, y negativamente, el carbón», opina.A pesar de todo, y de los 31 años que Orueta lleva en la carrera diplomática por todo el mundo, de Rusia a Ghana y después a Filipinas, y de Cuba a Camerún ahora, desde 1959 no se pierde un verano en la casa familiar de San Miguel.Entre sus muros encalados se recuerda al bisabuelo Manuel Rodríguez Arzuaga, que fue uno de los seis estudiantes vascos que fundaron el Athletic de Madrid en 1903, «nieto directo del de Bilbao, que no del Atlético de Aviación, como muchos erróneamente creen». O al tío abuelo Ricardo de Orueta, ya en esa rama de la familia cuyos orígenes se encuentran en Guipúzcoa y en Jerez de la Frontera, que fue director de la Institución Libre de Enseñanza y de la Dirección General de Bellas Artes durante la II República. «La Institución Libre de Enseñanza está ligada al Valle por razones familiares dobles. La visita que los máximos inspiradores de la Institución Libre de Enseñanza hicieron a Laciana en el siglo XIX tuvo una influencia fundamental en el Valle y en el desarrollo, educación y formación de sus habitantes», valora Orueta.De ahí, la magnífica sede en Villablino de la Fundación Sierra Pambley, fundada por Francisco Giner de los Ríos con los principios de la Institución Libre de Enseñanza. Un edificio, sin embargo, infrautilizado, y para el que el embajador de Camerún propone alguna actividad ligada al I+D en los estudios lácteos, «como cuando venían los técnicos suizos de la Nestlé para investigar qué tenía la leche y la mantequilla de las vacas rubias lacianiegas», o sobre turismo rural y nuevas tecnologías, así como sobre arte y el desarrollo sostenible basado en las energías renovables.«Pero es una respuesta difícil y quizás no me corresponde a mí, desde África, darla», considera. «Laciana tiene futuro, y también los Cuatro Valles. Únicamente hay que cambiar las mentalidades de todos y olvidarse del negro carbón», defiende Orueta. Por su parte, él hace todo lo que puede por el futuro   de los países a los que ha sido destinado, y desmonta la idea de que la labor diplomática es un trabajo privilegiado. «Nada más lejos de la realidad», asegura. «Como dirían en Xaciana, hay muchas veces que estar destinado fuera no presta nada y no tiene ningún xeito», bromea. «Desde 1985 no he encontrado a un solo trabajador español, en nuestras representaciones en el exterior, sin ataques recurrentes de morriña», dice. Y, en sus nueve meses en Camerún, ha encontrado al menos a dos con los que compartir la suya: un dentista de Villablino y un ingeniero de Villager, que trabajan en el país con regularidad.Con ellos puede hablar de las frías aguas de las pozas del Sil en Rioscuro y de la laguna de Leitariegos, en las que aprendió a nadar junto a sus hermanos, de «robar peras en La Casona», o de «jugar al frontón, ordeñar vacas y perseguir gochos engrasados en las fiestas».«Cuando mi abuelo decidió ir a Madrid con diecisiete años, con el objetivo de progresar como mayordomo en la capital, supongo que había ya en él esa mezcla de aventurero y hombre de negocios que explicaría que uno de sus tataranietos acabara de embajador de España en Camerún», concluye Orueta. Sin embargo, desde la distancia siempre se echa de menos aquellos paisajes primeros y por eso se vuelve al lugar de la infancia como se regresa al primer amor, aunque nunca sea lo que fue. «Laciana es nuestras raíces, el aprendizaje, familia, amigos, las experiencias inolvidables y sobre todo, Libertad, con mayúscula. Por eso, siempre que podemos, volvemos a San Miguel».
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