
La perdiz roja anida en el suelo. Mientras la hembra incuba los huevos, el macho vigila desde un lugar elevado, avisando con su canto a cuantos intrusos se aproximen a su territorio. Los pollos son nidífugos, esto es, abandonan el nido nada más nacer.
Su alimentación está basada en gran parte en semillas, raíces y brotes verdes, aunque en primavera los invertebrados también forman parte de su dieta, sobre todo de los pollos en sus primeros días de vida. Es precisamente en esa fase cuando más vulnerables son al ataque de todo tipo de depredadores, tanto por tierra como por aire. Destaca la bravura del macho defendiendo a su prole de esos peligrosos vecinos. Se estima que una tercera parte de las crías son depredadas por rapaces y mamíferos carnívoros. Pero el peligro también viene del ganado que pisa los nidos, o de fenómenos meteorológicos como tormentas o granizadas.
Si los perdigones, como se llama a las crías de las perdices, no sucumben ante los depredadores, en octubre deberán intentar superar las escopetas de la gran cantidad de aficionados a la caza menor. Pero aquí no acaban los peligros a los que se enfrentan estás bravas aves. La destrucción de sus hábitats, y sobre todo la transformación agraria que ha sufrido el campo en las últimas décadas son las principales amenazas a las que se ven sometidas. Y es que los cereales de ciclo corto, los pesticidas, las semillas con recubrimientos fungicidas e insecticidas, la transformación de grandes áreas en regadíos, la eliminación de lindes y la pérdida de diversidad paisajística hacen cada vez más difícil el futuro para esta ave, tan bella y tan nuestra.