'La madre' de tres mil lacianiegos

Esperanza Castro fue una lacianiega a la que nadie conocía por ese nombre, pero si decías Pochi ‘la comadrona’ cambiaba radicalmente pues entonces la conocían todos pues ayudó a venir al mundo a cerca de 3.000 lacianiegos de todo el Valle

Fulgencio Fernández
07/03/2021
 Actualizado a 07/03/2021
Esperanza Castro, Pochi la comadrona, en el balcón de su casa donde es fácil de comprobar la pasión de esta enfermera por las flores. | REVISTA EL MIXTO
Esperanza Castro, Pochi la comadrona, en el balcón de su casa donde es fácil de comprobar la pasión de esta enfermera por las flores. | REVISTA EL MIXTO
Este oficio de andar por los pueblos tratando de contar historias se resume muchas en unas cuantas sensaciones que se te impregnan. Momentos. Recuerdo la Plaza Mayor de Valladolid abarrotada con los mineros de la I Marcha Negra en el centro cantando de rodillas Santa Bárbara bendita, a Evangelina mirando hacia el refugio de Collado Jermoso rememorando las veces que subió cargada de 40 kilos de piedras o cemento.... y también uno muy cercano, de noviembre de 2019, para hacerle una entrevista a una comadrona lacianiega, Pochi, que ayudó a traer al mundo a casi 3000 niños de aquella comarca, acababa de cumplir 90 años.

Nos recibió encantada, en su casa. Se había quedado prácticamente ciega y veía con las manos. Me pidió las mías, las cogió y las mantuvo un tiempo, rodeadas por las suyas, cálidas, suaves... No sé qué transmitían pero tampoco he olvidado aquella sensación, como si fueran capaces de contarte que no eran unas manos cualquiera pues habían ayudado a traer al mundo a muchos de los que hoy caminan por las calles de esta comarca minera. Y ella se emociona cada vez que un vecino le dice a su hijo: «Esta señora me ayudó a nacer» y ella les respondía diciendo que «son como mis hijos, los que no tuve» para, a continuación, preguntarles de dónde son, de qué familia... hasta recordar aquel parto pues los llevaba casi todos en la memoria, en una memoria feliz pues, decía orgullosa: «Nunca se me murió una mujer de parto».

- ¿Cuál es el secreto?
- La practica hace algo, pero yo es que las acompañaba de principio a fin, no las dejaba solas ni un momento... solo si tenía que ir a una urgencia.
Salimos a dar un corto paseo después de la entrevista y una mujer la saluda: «¿No se acuerda de mí?, me atendió en los dos hijos, uno es médico».
- Tienes que decirme tú más datos, que yo no te veo.
- Vivo ahí, el La Fuxiaca.
- Ah, ya sé quién eres.

Y se le iluminaron los ojos. Los mismos que se apagaron con los primeros días del año, dejando huérfanos a casi tres mil lacianiegos que alguna vez les han contado la historia de Pochi, la comadrona que también era ATS pero se centró en ayudar a dar a luz a las mujeres de su tierra.

- ¿Y lo de Pochi?
- Calla. Una broma de mi padre, que estaba leyendo una novela francesa en la que la protagonista se llamaba Pochita y cuando le preguntaban por mi nacimiento decía «pues ha nacido otras Pochita». Y me quedé con Pochita que después se quedó en Pochi. Si preguntas aquí por Esperanza Castro, que es mi nombre, nadie te dará razón de mi pero dices Pochi y me conocen hasta los gatos callejeros.

El cariño de los lacianiegos hacia esta mujer es evidente, no tienes más que caminar con ella cien metros y los compruebas, no tienes más que pronunciar su nombre en cualquier lugar y lo vuelves a comprobar. La revista El Mixto tuvo el acierto de canalizar este cariño concediendo a  Pochi un galardón anual que apadrinaba: El premio Lacianiego del Año, que en  2009 fue Lacianiega y era para Esperanza Castro.

Lo de Pochi fue una ‘broma’ de mi padre; era un personaje de una novela francesa que estaba leyendoTuvo la galardonada otra gran suerte añadida al premio, que el encargado de contar quién era la elegida fuera otro grande de la comarca, el escritor, y otras muchas cosas, Julio Álvarez Rubio, que dibujó un tan completo como entrañable perfil de esta comadrona que se nos ha ido con este triste año 2021, aunque no a causa del Covid. Recordaba Julio alguna de las anécdotas de Pochi en aquellos tiempos de complicadas comunicaciones, de inviernos muy duros, de nevadas para el recuerdo... Un medio hostil y complicado al que Pochi se adapta como demuestra una anécdota de cuando era aún muy joven. Tuvo que desplazarse a un  remoto caserío, por estrechas carreteras que enseñaban los barrancos laterales, incluso tuvo que ir un trecho andando, entre barro, para llegar a una estancia llena de gente que miraba cómo una mujer gritaba y se retorcía de dolor. Llevaba así una semana. No se arredró Pochi. Despejó la sala mandando a todos fuera, ventiló el lugar muy cargado, encendió alcohol en un plato para caldear algo el lugar, tranquilizó a aquella mujer desesperada... y nació el niño pues ya ha dicho que no se le murió ninguna madre que se pusiera en sus manos.

También fueron muchos los que nacieron en su casa, en la pequeña clínica que allí tenía y a la que acudían mujeres buscando ayuda. «Una vez llegó una en una camioneta, tumbada sobre un colchón de hoja de maíz...» y el parto fue una vez más posible y Pochi, como tantas veces, puso a su marido Joaquín a preparar un caldo de pollo caliente para la parturienta; le había contado al bueno de Julio.

Atendería cerca de 3000 partos, alguna vez tres en un día; y nunca se me murió una mujer de partoA muchas casas había acudido Pochi en bicicleta y en 1965 se compró un recordado en el valle Dos Caballos que, repetía Pochi, «es el mejor coche del universo mundo» y le permitía, por ejemplo, atender tres partos a la vez, acudiendo a una y otra casa según viera el proceso.

Una vocación a prueba de bomba. Por cierto, ha aparecido Joaquín, su marido, que le pidió que dejara la profesión pues él ganaba para poder vivir. La joven Pochi aceptó... pero solo aguantó seis meses lejos de la profesión. Tuvo que volver.  

Y hasta el propio Joaquín supo que era lo mejor que podía hacer. Para ella, para él, para las madres... Y para Laciana.

Se ha ido una mujer admirable y tierna. Capaz de ver con las manos.
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