- Hasta ahora había centrado su creación literaria en la poesía y salta ahora a la novela con ‘La parcela’. ¿Responde a la necesidad del narrador por salirse del lenguaje más condensado o a la historia que quería contar en este caso?
- La historia solo podía contarse desde la narrativa, aunque no siento que forme parte ni que me deba a un género o a otro. Todo nace de la necesidad de contar una historia y contarla de la mejor manera posible, oír qué tiene que decirte. Considero la poesía más una forma de estar en el mundo que un oficio literario. Escribir esta novela me obligó a sentarme varias horas al día, cosa que la poesía rara vez exige.
- A todos los poetas que se convierten en novelistas se les hace la misma pregunta, que a unos incomoda y a otros les encanta. Ahí va: ¿Es la suya inevitablemente una prosa poética?
- Desearía que no fuera así. Sí que tenemos la obligación de llevar la palabra a su mayor alcance, trabajarla bien, pero huyo premeditadamente de la prosa poética. Me fatiga mucho. Es algo que me desespera.
- Se hace referencia en su novela a “los raros” que viven en nuestros pueblos, y que cada vez son más aunque los habitantes cada vez sean menos. ¿Hemos llegado ya al punto de que en las ciudades vive gente repetida y es más fácil encontrar en los pueblos personajes que “no aceptan lo que se les impone sino que prefieren elegir lo que viene”?
- No creo que haya una formula concreta. Las ciudades son espacios de libertad para muchas personas, e incluso trabajar en un McDonald´s un porrón de horas por un salario penoso ha supuesto una vía hacia la integración humana para muchas personas. Y de la misma forma, volver al campo puede ofrecernos la posibilidad de un ritmo de vida en el que podamos dirigir nuestro tiempo en lugar de claudicar ante él. Pero sí, los raros están casi siempre por encima de los espacios, todo el mundo podrá localizar a un puñado de ellos en sus vidas, y eso se debe a que normalmente saben habitar este mundo con una autenticidad feroz.


- Sí. Lo único que se ha mantenido constante en los siglos XX y XXI es el odio y el desprecio a los derechos básicos de las personas. De momento no parece que haya solución a corto plazo, aunque vivamos en la esperanza porque no podemos vivir de otra manera para seguir adelante.
- Los recuerdos de la infancia, que tan presentes están en la novela, ¿son un motor inagotable para la literatura?
- Desde luego, aunque a veces la idealicemos. Esa inocencia que a veces aglutina la infancia tendría que ser nuestro destino y no algo que dejamos atrás, un destino que hay que trabajar muchísimo.
- Uno de los temas fundamentales de ‘La parcela’ es la relación del protagonista con sus padres. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptarnos como personas adultas, en cierto modo nuevas, dentro de una misma familia?
- Considero que el hecho de aceptarnos como adultos no corrige esa relación. Y que quizá aceptarnos como adultos es un síntoma del infantilismo que hoy vivimos, que no tiene nada que ver con ser una persona débil, frágil, dependiente, vulnerable, sino más bien con ansiar una avidez sin límites. Para mí el tema fundamental de la novela es el amor radical, que supone abandonarse radicalmente y dejar de ser insaciables. Creo que de eso va la historia de amor entre el protagonista de este libro y Nizar, el chico sirio que intenta llegar a Inglaterra.
- Es un gran conocedor de la literatura española. ¿Ha leído o le ha influido algunos de los autores leoneses?
- Claro. Me interesa mucho la obra de Agustín Delgado, por ejemplo, que inició su poesía en Málaga, por cierto. También por supuesto Julio Llamazares y Amancio Prada, cuyo último trabajo a partir de los poemas de Gustavo Adolfo Bécquer merece todos los reconocimientos. Son algunos referentes para mí.