Nuestro país había sido, durante los largos años de la dictadura franquista, un lugar atrasado y refractario, al margen de la vanguardia internacional, sin embargo, con la llegada de la democracia se produjo una aparente efervescencia cultural. Esta, en las artes plásticas, se materializó en el gran impacto que tuvo esta feria, un acontecimiento que triunfó desde su comienzo y que, año tras año, fue creciendo.

Lo peor de ARCO fue que difundía la confusión y que nunca aclaraba lo que era exactamente, una feria, porque había pasado a ser mucho más que eso, era otra cosa que ocupaba todo el espacio que podía. Era feria pero se pretendía evento, cultura, debate, pasarela, escaparate, fiesta, y se imponía a los museos y a las universidades. Todo contribuyó a una parálisis estupenda disfrazada de hiperactividad creativa como si, efectivamente, la cultura y la creación se pudieran dar en medio de francachelas y apresuradas compraventas.
ARCO se vino abajo con la crisis económica que recortó todos los presupuestos públicos en cultura como en otros ámbitos. Se vio entonces que esos coleccionistas millonarios de los que se había hablado tanto no habían sido sino las instituciones públicas que se dejaron engatusar y los faraónicos museos públicos vacíos que afloraron en los tiempos del pelotazo y que, a toda prisa, había que llenar. La feria había fracasado en lo que era su misión fundamental, aquella para la que había solicitado el concurso y la ayuda de todos los agentes públicos y privados del arte, la de crear un mercado real del arte contemporáneo y una mediación entre los creadores y el público.
La resaca llega hasta nuestros días y los de la feria no se explican cómo pueden haber dejado de ser lo que eran, foro, negocio, noticia, exposición, canon, universidad, museo, alegría y fiesta. Ahora se plantean ser una feria sin más, como otras, sólo una feria, y con gran sensatez no usurpan el sitio que no deben, se dirigen a los coleccionistas y explican que ARCO es como la feria de muebles, antigüedades o vacaciones, puro materialismo histórico y plusvalía.
En el recuerdo de estos treinta y cinco años de la feria de ARCO queda la sensación de haber conocido un evento que fue capaz de dar glamour a unos galpones y hacernos creer que en ellos había algo más que unas naves industriales y la arquitectura efímera del pladur. Claro que eso debió resultar muy sencillo entonces, en medio del entusiasmo general de ese acné sociológico que fue la Transición, tan dilatada, casi hasta anteayer. De positivo ha tenido el haber dado noticia general de que el arte contemporáneo existe y cierta normalización profesional.
Con el paso de los años, y quizás en forma de pago o justicia poética por disfrutar demasiado del usufructo de la prensa, está asentada la tradición de que el chascarrillo final del telediario se lo dediquen a la cosa más ridícula que encuentran los malos periodistas en la feria. Una feria que bien se puede calificar, dándole la vuelta al título barojiano, de feria de los indiscretos.