La escultura conmemorativa: del siglo XIX al XXI (2ª parte)

Por José María Fernández Chimeno

09/01/2021
 Actualizado a 09/01/2021
Monumento de Los Sitios (anterior emplazamiento en Plaza Obispo Alcolea).
Monumento de Los Sitios (anterior emplazamiento en Plaza Obispo Alcolea).
A semejanza del siglo XIX, al que la historia del Arte ha maldecido, principalmente en lo que se refiere a la Arquitectura, por considerar que era la «plaga» de un mal endémico llamado eclecticismo, la inédita centuria inició su andadura, en lo que respecta al arte, mirando también hacia el pasado. No obstante, los artífices de la «escultura conmemorativa» prefieren pasar por alto el convulso siglo XX, al considerar que la «plaga» del nuevo mal endémico no fue la mezcla de estilos diversos, sino las graves consecuencias de dos Guerras Mundiales y, en el caso de España de la Guerra Civil de 1936, que derribaron viejos mitos y encumbraros nuevos héroes.

Esta fatídica fecha, que aún pervive en el inconsciente colectivo de la sociedad española, y que «en sus estratos en cierto modo más profundos, posee contenidos relativamente animados», ha marcado nuestra existencia. Analizándolo, el psicólogo Carl G. Jung justifica que «del mismo modo que el individuo no es un ente sólo, singular y separado, sino también social, así la psique humana es un fenómeno no únicamente singular y totalmente individual sino también colectivo».

Son notables los ejemplos de esculturas monumentales que se inauguraron recurriendo al inconsciente colectivo, tanto bajo la Restauración Borbónica de Alfonso XII (1874-1885) como en la Regencia de Mª Cristina (hasta 1902). Precisamente en ese año se inauguraba el monumento al héroe de la guerra de Cuba, el valeroso soldado Eloy Gonzalo ‘Cascorro’. El acto inaugural se incluyó entre los fastos que se organizaron para celebrar la jura de bandera del joven rey Alfonso XIII, quién lo inauguró el 5 de junio de 1902. La obra escultórica guarda varias similitudes con la estatua de Guzmán (el Bueno) de León, pues, se añade al noble acto heroico, el que fue esculpida por Aniceto Marinas y fundida en Barcelona, en la casa Masriera y Campins. [ver artículo La escultura conmemorativa del siglo XIX al XXI. 1ª Parte) (LNC, 14-10-20)]Coincidiendo con otra efemérides, propuso la ciudad de Astorga -al cumplirse el 1º Centenario de Los Sitios (de 1810 y 1812) por las tropas napoleónicas-, y en conmemoración de los caídos durante la Guerra de la Independencia, celebrar con diversos actos, que tuvieron lugar en las fiestas patronales de Santa Marta –el jueves 29 de agosto del año 1910–, la inauguración del Monumento a Los Sitios. Los fastos se iniciaron con la interpretación del himno del centenario y concluyeron con el traslado, desde Barcelona, de los restos mortales del general José María de Santocildes, al que se recibió con honores de Capitán General. El escultor malagueño Enrique Marín Higuero sería el encargado de su realización. Y como lo fue antes la estatua de Neptuno de León, esta escultura conmemorativa sufrió su tercera ubicación, desde que fue inaugurada, quedando definitivamente colocada en la hoy Plaza de Santocildes.Obviamente estas reflexiones e interpretaciones han ido cambiando con el tiempo. Primero, porque el concepto de Arte y, por tanto, de objeto a analizar, no ha sido siempre el mismo; segundo, porque el discurso que sobre la obra se ha hecho, como producto del pensamiento, ha ido modificándose de la mano de las diversas corrientes filosóficas o historiográficas que se han ido desarrollando sine die. De esta forma, antes del siglo XVII, el estudio artístico se reducía bien al estudio del parecido de la obra con su modelo (estudio mimético, que arranca desde Platón y Aristóteles), bien a la vida del artista como proceso mediante el cual una persona llega a la perfección, o bien a un estudio de la técnica empleada (un buen artista es un buen técnico).Pretender, por tanto, más que realizar un resumen de teorías ordenadas con algún criterio específico y mostrar toda una serie de postulados filosóficos sobre el Arte –señalando tanto sus aportaciones como sus defectos y carencias–, o demostrar cómo estos discursos han ido siendo superados por otros (progreso que en modo alguno anula lo anterior, sino que se viene a sumar a un elenco de métodos todos ellos válidos a la hora de aproximarnos a un objeto artístico) es cosa baladí. Un ejemplo palpable de lo expuesto lo tenemos en aquello que sucedió con el abandono voluntario de España del rey Alfonso XIII, tras las elecciones municipales de abril de 1931, cuando fueron tomadas como un plebiscito entre monarquía o república (1931-1936). Con el advenimiento de la República, la escultura conmemorativa adquirió otros fines, viéndose desplazada por grupos escultóricos cuyos valores no son los del héroe del imaginario nacional, sino de apariencia más éticos, más justos y universales, como los que representa la alegoría de la II República del escultor leonés Manuel Gutiérrez Álvarez; obra que se expuso en el Palacio de los Guzmanes en 1932, con motivo del primer aniversario del nuevo régimen. La Diputación, entonces dirigida por una comisión gestora colocada por el gobernador civil, tras la presidencia de Ricardo Pallarés, no tardó en recibir de buen grado el regalo de ‘Manolito’ para el aniversario, en la creencia de que ‘La Libertad’ (una mujer vestida con toga romana sosteniendo una antorcha) y el león recostado que descansaba junto a ella, tendrían un futuro esplendoroso. Tal fue la admiración que despertó el conjunto monumental, que el periódico La Democracia publicó una primera reseña nada más darse a conocer, pero la historia, tan implacable como cíclica quiso, que tras la atroz Guerra Civil española y la victoria del Franquismo, quedase este relegado a pasar cincuenta años en los sótanos de la Diputación, con gravísimas mutilaciones.

Con la llegada del régimen democrático, y la instauración de la monarquía parlamentaria (desde 1975), han vuelto a ponerse «de moda» en el inconsciente colectivo nacional los hechos épicos de nuestra historia y los héroes legendarios (a los que se han añadido los monarcas del Viejo Reino de León), en la creencia, quizá falsa, de que estos prohombres del pasado esplendor medieval, jamás sufrirán el rechazo de ningún régimen político, y siempre estarán en boca de todos los leones, que reivindican a ultranza su cultura y tradiciones. Mas, ¿quién no recuerda las 28 estatuas de la «galería de los reyes» de Notre Dame de Paris, que representan a los reyes de Judá, ancestros de la Virgen María y que, durante la Revolución Francesa (1789), en medio de la fiebre iconoclasta que ésta generó, al ser tomados por los reyes de Francia, fueron decapitados?

José María Fernández Chimeno es Doctor en Historia y experto en arquitectura.
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