La cuarta pared de ‘La Bohème’

El montaje de Richard Jones del clásico de Puccini muestra los artificios del teatro. Este miércoles llega a Cines Van Gogh en directo desde el Royal Opera House de Londres

Javier Heras
29/01/2020
 Actualizado a 29/01/2020
El montaje de Richard Jones del clásico de Puccini muestra los artificios del teatro.
El montaje de Richard Jones del clásico de Puccini muestra los artificios del teatro.
Desde 1974, en Covent Garden solo se había visto una producción de ‘La Bohème’: la de John Copley, repuesta hasta en 29 ocasiones. Ahora la obra más querida por el público londinense (Puccini la estrenó allí en 1897, un año después de su première mundial, y es el título más representado de su historia) cambia de piel. De ello se encarga el inglés Richard Jones (1966), veterano colaborador de los teatros más importantes del planeta, ganador de seis premios Olivier, nominado al Tony y Director del año para la revista Opernwelt en 1994.

Si alguien espera revoluciones como la del polémico Claus Guth en la Bastilla (situó la trama en una estación espacial), no las encontrará aquí. Este montaje respeta la ambientación de época, el París del siglo XIX. Sin embargo, su transgresión es más sutil: rompe la cuarta pared y deja el escenario descubierto. El público presencia los entresijos, los bastidores, los movimientos de los tramoyistas, los extintores, la máquina de falsa nieve… Los impresionantes decorados se van amontonando al fondo y en los laterales, como recuerdos. Firmados por el escocés Stewart Laing –creador de Titanic para Broadway–, nos trasladan a la pequeña y austera buhardilla y a la lujosa galería comercial donde ubica el café Momus.

Al subrayar el artificio del teatro, Jones consigue llegar a su esencia: el alma de unos personajes que no son dioses ni aristócratas, sino unos humildes estudiantes. Excelente en la dirección de actores, su enfoque realista y cotidiano encaja al dedillo con ‘La Bohème’, y logra que nos creamos la complicidad del grupo de artistas.

Para llegar a buen puerto, hace falta un elenco joven pero experimentado. La búlgara Sonya Yoncheva (1981), ganadora de concursos como Operalia (2010) o Aix-en-Provence (2007) y de un ECHO Klassik Award en 2015, ha encarnado a Mimì en La Scala, Nueva York o Múnich, después de haber iniciado su carrera en el repertorio barroco. Junto a ella, el neoyorquino Charles Castronovo, habitual como Alfredo, Ferrando o Rodolfo gracias a su lirismo, y la tártara Aida Garifullina (1987). Su ascenso ha sido fulgurante tras debutar en el Mariinski en 2014 y fichar por la discográfica Decca. El francés Emmanuel Villaume, batuta de la ópera de Dallas y frecuente invitado del MET, extrae brío de una orquesta a la que ya comandó en ‘La rondine’ y ‘Tosca’. Cines Van Gogh la retransmitirá en directo este miércoles a las 20:45 horas desde el Royal Opera House.

El primer gran éxito de Giacomo Puccini vio la luz en Turín en 1896, con un imberbe Toscanini en el foso. Al respetable le desconcertó la moderna música y, sobre todo, el argumento: ¿dónde estaba el conflicto, la intriga? No hay grandes acontecimientos, un principio, un nudo y un desenlace. Son más bien retazos de una época efervescente en París. Allí había residido Henri Murger (1822-1861), periodista que recopiló sus artículos sobre sus colegas del artisteo en ‘Escenas de la vida de bohemia’. Partiendo de ese libro, los libretistas Luigi Ilica y Giuseppe Giacosa (‘Madama Butterfly’) lograron uno de los mejores textos de todo el repertorio. El romance entre el idealista Rodolfo y la sencilla pero profunda Mimì no empalaga porque tiene el contrapeso de los temperamentales Marcello y Musetta, que no hacen más que discutir. La celebración (efímera) de la vida en los dos primeros actos hace más creíble la tragedia final.

En cuanto a la partitura, fascina por sus melodías imborrables, con forma de arco, de ‘Che gelida manina’ al vals de Musetta o todas las intervenciones de Mimì. Tiene un don: llega con naturalidad, suave, y crece hasta llevarnos a las alturas. No hace falta ser un entendido para que nos conmueva. El maestro de Lucca (1858-1924) puso su corazón: igual que los protagonistas, vivió en una buhardilla en Milán, y llegó a empeñar un abrigo para saldar sus deudas. Algunos críticos lo acusan de populista y sentimental, pero fue muy moderno. Incorporó novedades como una estructura continua de leitmotive sin apenas números cerrados, un canto fluido y ciertas disonancias en la armonía. Si la voz –íntimamente unida al texto– caracteriza a los personajes, la orquesta pinta ambientes, como la nieve del acto tercero. «Nadie ha descrito mejor el París de aquella época», lo elogió Debussy.
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