- ¿Y sabes cómo se llamaba?
- No. Ya te digo que tuve varias, que fueron muchos años, pero a esa creo que la llamábamos en casa Serafina, porque se la compramos a un hombre que se llamaba Serafín.

No sabía Rubio si viviría aquella cartera —han pasado 45 años—, ni su nombre, ni nada. Pero las fotos llamaron la atención pronto y se fueron sabiendo datos: era Juana ‘la cartera de Caín’, su propio hijo, Pedro, lo confirmó, la cartera que la sustituyó en la zona Riaño, Marta González, que además recordaba cómo la ayudó en sus inicios, fue con ella para que conociera a los vecinos, las calles... era, como había imaginado Fernando Rubio una mujer excepcional.
Juana sigue viviendo en su pueblo, Prada de Valdeón, a nueve kilómetros de Caín, lo que quiere decir que «hacía cada día veinte kilómetros, nueve y nueve, más el callejeo del reparto. Con buen tiempo son casi un paseo, ¿y con las nevadas que caían entonces? Pues imagínate...», y mientras lo imaginas vuelve a explicarse: «Aunque te voy a decir una cosa, para mí era mucho peor el calor de julio y agosto, me sofocaba más, por aquí estamos menos acostumbrados».
- No me lo creo ¿Y esos días de frío, de ventisca, con torvas, que oscurece muy pronto?
- Pues ya dudo. Claro, esos días tan malos lo pasabas mal. Hombre, si la nevada era muy gorda no subíamos algún día... ¿Sabes lo que pasa? Es que no solo era el correo, con el buen tiempo también cuidaba el ganado de casa, tenía que dejarlo en el monte con los amigos mientras hacía el reparto y volver a la carrera para cuidar el ganado y traerlo para casa luego; que era solo una rapaza, que llevo trabajando desde los catorce años.
Esa edad tenía cuando hizo el primer servicio, aunque aún no era la cartera, lo era su padre, pero «había mucho trabajo en casa y me mandó a Caín, me explicó a qué casa, a cobrar una cosa que habían mandado. Y así lo hice, me pagaron, rellenamos el papel pero me confundí con el resguardo que tenía que traer y cuando lo vio mi padre tuvo que ir él otra vez». Pese a esta entrada con mal pie Juana acabó siendo cartera. «Como lo había sido mi padre y antes el abuelo. De toda la vida éramos los carteros, bueno unos de los que había, que entonces éramos cinco en el valle, cada uno repartía unos pueblos. Yo siempre hice Caín».
Para hablar con Juana tuvimos que esperar a que regresara de su paseo diario, cada mañana, eso no lo perdona. Entre otras cosas porque es una especie de medicamento. «Mira tu por donde. Treinta y muchos años de cartera, 36 oficiales, y el día antes de ir a jubilarme me dio una angina de pecho, menos mal que me recuperé bien pero me dijeron los médicos que me venía bien dar un paseo cada día y no lo perdono. Bueno, no fue el día antes de jubilarme pues cogí el mes de vacaciones y a la vuelta me jubilaba, y me dio la ángina el día antes de coger las vacaciones».
- ¿Y si hace frío o nieva también das el paseo?
- De frío y nieve me vas a hablar a mí después de aquellos 36 años. Pues me abrigo,. a ver si voy a tener miedo ahora después de todos los viajes que hice hasta Caín con el burro.
- ¿Todos los días?
- Todos. Bueno, al principio íbamos una vez cada dos días, pero después ya empezamos a ir todos los días y había que hacerlo. Y se hizo.
- ¿Y el burro?
- Pues me hacía falta porque a Caín no hubo carretera hasta ya bastante adelante, que íbamos por una vereda y el burro sabía bien el camino. No tengas miedo que no se perdía.
Como ya había explicado Juana el oficio le venía de tradición y ella lo continuó. «Eran otros tiempos, las cosas eran así... ya sé que ahora no le puedes pedir a nadie que vaya andando de pueblo en pueblo para repartir el correo».
Y en ella se ‘rompe’ la tradición pues su hijo Pedro no se sumó al cuerpo de Correos, es agente medioambiental en el Parque de Picos de Europa.