Jesús Pombo de los Arcos, sencillo y, a la vez, grandioso

Por Gregorio Fernández Castañón

23/05/2024
 Actualizado a 23/05/2024
Jesús Pombo frente a una de sus ventanas ‘medievales’. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
Jesús Pombo frente a una de sus ventanas ‘medievales’. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Tienes que conocerle y llevarlo a tu sección de escultores. No puedes dejarle al margen porque, verás…».    

Aquel crítico de arte nacional me llenó de colores, de poemas y de altos vuelos para acompañar los volúmenes artísticos de un «autor genial» que hacía años –me aseguró– había desaparecido del mundillo social, aunque… «creo que continúa viviendo en tu León». 


Así fue como, a través de las ondas sonoras (de oídas), admiré por primera vez el trabajo de este escultor. Con aquella fórmula, sin estar ciego, veía la necesidad de encontrar cuanto antes a aquel ilustre personaje, con el fin de saludarle y rogarle que, por favor, me dejara ver, tocar y sentir las vibraciones de algunas de sus obras. Lo conseguí gracias a... No diré que fue sencillo, fue un milagro, porque, después de que otro escultor me facilitara su teléfono, al llamarle me respondía el silencio, por no hablar del sonido bronco de un portazo (en previsión de tanto ladrón de intimidades, vía telefónica). Fin.


Total, que llegó el día de sentarnos frente a frente, con el aroma de los dos cafés como única pantalla protectora para distanciar nuestras miradas. Por lo demás…


Jesús Pombo de los Arcos (Carballiño, Ourense, 1946) resultó ser muy afable. Y porque sus palabras iban fluyendo con total sinceridad, yo iba recogiendo sus sentimientos. Así fue como me enteré de que el tren de su propio destino hizo parada en León varios lustros atrás. Tener buenos amigos le resultó sencillo, máxime cuando en su currículo traía vaivenes gimnásticos tan atractivos: monitor nacional polideportivo (INEF), de Madrid; moniteur europeén de E. Physique et Sportive y entrenador regional de Gimnasia Artística Masculina (Madrid). Una vida juvenil y sana que ya arrastraba desde Valladolid, donde su padre, Chuchi Pombo –así se le conocía–, era un reputado futbolista del Real Valladolid Deportivo. 


Sin apartar el rumbo de tanta actividad física, Jesús Pombo me fue enumerando sus «ex», con determinadas muestras de amor, muy próximas al olvido: exprofesor adjunto del Instituto de Agra do Orzán, en La Coruña; exentrenador de diversos clubs de gimnasia y piragüismo, y expresidente de la Federación Leonesa de Gimnasia y Piragüismo. Recuerdó que… 


Como piragüista no todo fueron laureles y medallas. Me puso un ejemplo tras otro y me habló de ‘aquello’ como un monumental fracaso. Una curiosidad que, sin duda alguna, va a resultar atractiva para el lector que continúa, aquí, traduciendo con la vista estos mensajes de tinta. Bien.

 

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Escultura correspondiente a la serie 'Espacios para la Naturaleza muerta'. Universidad de León. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Lo que ocurrió fue que Jesús Pombo y su equipo organizaron una competición de piragüismo por el río Bernesga (cuando el río tenía caudal y estaba limpio), con salida de La Robla y llegada a la altura del Puente de San Marcos, en León. Al parecer, en todo el trayecto, la expectación era mucha, pero… Los invitados participantes de Asturias, Galicia, Cantabria y León no aparecieron. ¿Qué hacer? Pues lo que hacen siempre los caballeros andantes: no esconderse (jamás), salir al mundo real con el pecho al descubierto y ofrecer su rostro (dar la cara, aunque te la partan). Jesús Pombo y su ‘hermano’ de piragua, sin competencia alguna, fueron apedreados por determinados espectadores resentidos que tildaron la competición de ‘fraude’. Ellos se libraron, pero a seis kilómetros de la meta tuvieron que abandonar la bañera de su piragua. Con aquellos disparos pétreos, se parecía más a un colador, donde la luz y el agua se habían unido para anunciar un inminente hundimiento.


Al volver a la tierra seca del momento actual, a punto de iniciar otro ‘asalto’ dialéctico… Un hombre, elegantemente vestido, con el máximo respeto y pidiendo disculpas, se acercó a nuestra mesa para saludar efusivamente al artista. Un pequeño detalle a punto de ser borrado por el viento. Y eso no. No me dio la gana que ocurriera, porque son estas insignificantes pequeñeces las que, paso a paso, van definiendo la grandeza de las personas. Seres vivos y con un gran corazón que, cuando yo voy, regresan ellos del ancho mundo, trayendo el color de la experiencia y los deberes del conocimiento en sus maletas de oro.


Jesús Pombo de los Arcos estudió Sociología y Humanidades en la Universidad Complutense de Madrid, y en la Escuela de Artes Aplicadas, de Madrid, se graduó en la especialidad de Forja Artística, teniendo como profesor al eminente escultor, profesor y catedrático Joaquín (García) Donaire. Estoy hablando del año 1975, el mismo año en que, por primera vez, logró exponer al público una excelente colección de su obra. Y así continuó hasta que decidió retirarse. Un sin parar de hacer obra nueva, de exponer, de dar conferencias, de formar parte de jurados artísticos o de recibir premios. Sus obras están expuestas en importantes museos y colecciones privadas. 

 

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Jesús Pombo junto a ‘El pastor’, proyecto no realizado para La Virgen del Camino. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Una obra de él, en León, se puede admirar en los jardines del Campus de Vegazana, frente a la Facultad de Filosofía y Letras. En realidad, allí la tienen ‘tirada’ –con perdón– sin que el público sepa cómo surgió y los porqués. Hecha con planchas de hierro, formó parte de la serie ‘Espacios para la Naturaleza muerta’ (1988), con la que el autor pretendía representar la hecatombe que, si no se remedia, se aproxima a galope por los cuatro puntos cardinales. La colección (16 piezas) se expuso en la Sala Durán Lóriga de La Coruña y, con unas luces especiales, fantasmagóricas, ayudaba a comprender la ‘destrucción’ reinante. «Estamos acabando con todo y todo da la sensación de abandono. Destruimos el medio ambiente sin importarnos que, de seguir así, el mundo, dentro de 150 años, se va a acabar, no por la acción de un dios, sino por la de los hombres». A esta misma serie, pero con peor suerte, pertenecían las tres piezas que formaban ‘Entre el vacío y la nada’, adquiridas para el Nuevo Riaño. Preparadas para descansar en la tierra, las pusieron a lo alto con tres horribles pilastras hasta que… Un mal viento (ya me entendéis) las arrojó al foso del olvido. ¡Qué pena más grande! ¡Qué desdicha! 


Ya no hay solución. Lo sé. Pero, en un intento de valorar el arte y en defensa de lo ‘nuestro’, he de decir que Jesús Pombo de los Arcos fue seleccionado para celebrar el Centenario del Nacimiento de Picasso (1981), junto a otros noventa y nueve artistas, entre los que destaco (por ser más conocidos) los siguientes: Rafael Alberti, Ibarrola, Joan Brossa, Rafael Conogar, Eduardo Chillida, Álvaro Delgado, Joan Miró, Antoni Tapies, Antonio Saura, Eduardo Úrculo o Manuel Viola. Cien obras, en definitiva, de los mejores pintores y escultores que había, entonces, en España. Aquella exposición llegó también a León de la mano de la desaparecida (otra desdicha para los leoneses) Caja León. 


La obra que, por fin, yo pude admirar de Jesús Pombo de los Arcos solo la podría catalogar con epítetos superlativos, bordados en oro y diamantes. Me parece tan bella y magnífica que los recuerdos que me quedaron de ella acuden a mi llenándome la boca de admiración. Sus pinturas, sus bajorrelieves, sus esculturas (de piedra, de madera, de metal…). Su estilo, con las variantes correspondientes –como debe ser– «constituyen unas valiosas y difíciles composiciones» –dejó escrito Alfredo Marcos Oteruelo, quien, además, añadió: «habilísimo manipulador de espacios y formas, capaz de arriesgar soluciones a ciertos problemas en los que tan solo cabe entrar con un buen equipamiento de sabiduría y experiencia». Palabras que yo suscribo, sintiéndome un privilegiado. 


Termino. Las horas que pasé con Jesús Pombo de los Arcos fueron para mí un suspiro. Es posible que los doce mil libros que tiene en su poder le hayan abierto puertas suficientes para ser como es: sencillo, amable, amigo de sus amigos, interesante y nada interesado… Me encantó que me explicara, en privado, las obras que él llamaba ‘La mancha de Júpiter’ y ‘El color de la atmósfera’. Al lado de su ‘Obra matemática’ (una esfera que no lo es si no se cierran mentalmente sus aperturas) me rendí, y al mirar a través de sus ventanas artísticas (reproducciones en piedra), me vi trasformado en un personaje medieval. 


¡Gracias, maestro!

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