La cosa viene de atrás: durante todo el siglo XIX, las dos grandes potencias continentales, Reino Unido y Rusia, disputaron sobre la piel de Oriente Medio lo que Kipling popularizó en la novela 'Kim' como "el Gran Juego": una interminable guerra fría entre el imperio británico y el imperio ruso, con unas cuantas guerras calientes por medio, todas ellas libradas en territorio ajeno, como es costumbre en el modelo colonial. En este Gran Juego, Irán y Afganistán fueron siempre perdedores.
Conviene recordar que mientras ocurría esto en Asia Central, España perdía sus colonias en América (se inicia en 1812 cuando Bolívar proclama la independencia de Venezuela, pasa por el desastre de Cuba y Filipinas en 1898 y culmina con la Guerra contra Marruecos, otro desastre, Annual 1921).
Colonialismo mata
Andaban entonces las potencias repartiéndose el mundo como si fuera la túnica de Cristo, o la sandalia del Profeta, y en ello seguimos en esta segunda década del siglo XXI. Si el lector tiene estómago, haga un paréntesis y lea 'El sueño del celta', de Vargas Llosa, donde se detallan las salvajadas del muy civilizado rey belga Leopoldo II en el Congo y de los 'very polite' ingleses en el Amazonas: "Colonizados, explotados y condenados a serlo siempre si seguimos confiando en las leyes, las instituciones y los Gobiernos de Inglaterra para alcanzar la libertad. Nunca nos la darán". También Irán tuvo que conquistarla y sacudirse el yugo británico.

Conviene recordar que Ahmadineyad fue presidente en 2009 gracias a un gran pucherazo, "seguido por el encarcelamiento de los candidatos rivales Karrubi y Musavi, y con el despliegue de las milicias 'bassiyi', a una purga social con un alto saldo de muertos y herido". Abdolkarim Soroush escribe desde el exilio una carta abierta a Jamenei con el título "el fin de la tiranía religiosa". El escándalo fue tan grande que de los 290 parlamentarios electos, 185 se negaron a participar en la ceremonia de investidura de Ahmadineyad.
Montazeri proclamó entonces: "Cualquier sistema político basado en la fuerza, la opresión, el cambio de los votos del pueblo, el asesinato, los cierres, los arrestos y el uso de torturas medievales y estalinistas, la represión, la censura de periódicos, la interrupción de los medios de comunicación de masas, el encarcelamiento de los intelectuales y la élite de la sociedad por falsas razones forzándoles a realizar falsas confesiones en presión es ilegítimo y está condenado" ('fatwa' a favor del movimiento contra el pucherazo de Ahmadineyad en 2009).
Como ocurre en la España del PP, sin necesidad de comparaciones forzadas, la corrupción se ha convertido en un gravísimo problema político que afecta a todo el régimen islámico. Los embargos y prohibiciones internacionales, una especie de colonialismo inverso, han tenido efectos perversos: especulación, alteración de mercado y precios, fraude, contrabando, mafias, dinero negro, delincuencia, en definitiva, corrupción. "El embargo –dice la profesora Merinero– impulsó la exportación de crudo en el mercado negro iraní que no controla el propio Gobierno, sino que está controlado por el ala más dura y radical del régimen, que ha dotado a los Guardianes de la Revolución de importantes competencias económicas, incluyendo las importaciones y la gran distribución".
Como en Cuba, las sanciones internacionales a Irán han creado canales alternativos nauseabundos. Los mismos canales de contrabando de armas, drogas y alcohol, prohibido por una lectura de la ley islámica restrictiva e invasora de toda la sociedad civil, creyente o no. En Chicago, la Ley Seca hizo crecer a la bestia de la mafia. En Irán, las prohibiciones irracionales alimentan a la bestia islámica. ¿Es posible mayor disparate? Welcome to Irán!