Ya había avisado Enrique Zapico a sus compañeros de partida:«La semana que viene... la nevadona, la de verdad». Y se abría el debate.
Tenía el de Canseco prestigio en este campo pues había acertado en numerosas ocasiones. Y se especulaba sobre cómo lo averiguaba. Unos apostaban que era por la forma de reunirse las vacas, que intuían la nieve; otros se basaban en experiencias del pasado verano, pues dan por hecho que su hubo muchas avispas la nevada sería temprana y abundante, guiados por el refrán: «Año de avispas... año de nieves y ventiscas». Pero éste no aseguraba la fecha.
La riqueza empieza en el propio nombre de la nieve que cae: cellisca, falispa, farraspadina, copo, trapo o falampo Tardó en confesar su secreto, pero lo hizo: «Hay que salir en otoño a pasear por el mismo camino cada día. Fíjate en algún espino que esté cargado de
caraculos (en otras zonas les llaman
escaramujos) y verás que se van ajando allí hasta que un día verás que comienzan a desaparecer los de las ramas bajeras, y cada día faltan más. Desde el primer día que faltan queda una semana para la nevada, nunca falla».
Y explicaba el motivo. Los pequeños roedores —ratones de campo, topillos, ardillas...— son quienes «huelen» la nevada y conscientes de que van a pasar varias semanas en sus madrigueras «llenan la despensa».

Y así llegó la nevada y todo su mundo de costumbres y palabras. Sobre todo palabras. Son numerosas y muy sugestivas, por más que se van perdiendo y parece que para siempre. La riqueza de las palabras empieza en la propia denominación de esta nieve que cae, según la intensidad de la nevada o las formas de la nieve que cae. Es normal que ante la entrada de alguien que llega de la calle sobre qué está cayendo surjan palabras como cellisca, falispa, farraspadina, copo, trapo o falampo. Las primeras nos hablan de una nieve «poco seria y amenazante», que sólo provoca una pequeña capa sobre el suelo. Ángel Fierro en su ‘Diccionario coloquial de Arbolio’ recoge cómo en aquel territorio (Los Argüellos) hablan de las falispas como «las ráfagas de nieve arrastradas por el viento, que se presentan por lo general a comienzos de la nevada». César Hernández Alonso habla en su ‘Diccionario del castellano tradicional’ de la cellisca como «nieve fina acompañada de viento fuerte que no llega a cuajar». Avanzando en la intensidad de la nevada nos encontraríamos con el «copo de nieve», que ya es algo serio, ya se anuncia nevada, la noche —generalmente empiezan las nevadas de noche— se ha quedado en calma y en los focos de la luz juegan los copos, que cuando son grandes pasan a sertrapos. Así define Fierro los trapos: «Copos grandes y pausados de nieve, que caen en silencio y son tan espesos que se pierde de vista hasta la referencia más cercana, cuando caen en las calles apenas pueden verse las casas de enfrente y es tal la sensación de irrealidad que se apagan los sonidos».No es lo mismo una simple bisbera, poco más que hilo, que un chupitel, al que llaman estalactita de hielo Y el grado máximo del copo sería el falampo, una acepción apenas conocida lejos de Los Argüellos y que cautivó al poeta José Antonio Llamas, quien la llevó al título de la que fue su primera obra en prosa, la novela ‘Los falampos de la nieve’. Recuerda Llamas que los expertos en marketing le recomendaban que no utilizara la palabra falampos «pues nadie compraría un libro que desconoce una de las palabras del título». Y el bueno de Llamas añade: «¿Quién los diría que mi preocupación era vender?, lo que pretendía es dar desde el título ese tono poético que tiene todo aquello que yo escribo». Y recuerda que le sorprendió la palabra cuando fue a vivir a La Mediana y escuchaba expresiones como «después de darle azulete queda la ropa blanca como los falampos de la nieve». Y decidió hacer suya la palabra y con ella jugaba en un artículo: «¿Qué es un falampo? Me preguntó la nieve. ¿Qué iba a decirle a la nieve que no supiera de sí misma?».Y mucha nieve acumulada, generalmente por el viento, forma un trabe. Y los hielos que se forman en los aleros de los tejados, ahora más grandes por el calor de las calefacciones, también tiene sus clasificaciones y no es lo mismo una simple «bisbera», poco más que un hilo, que un enorme chupitel, que algunos llaman «estalactitas de hielo».Por eso, no te dejará de sorprender entrar en un bar en una noche de nevada y escuchar a un lugareño que intuía su llegada ante la visión matinal del arrebol, «esa nube roja que ilumina el sol de la nieve».

"Nieve trapazona o champa" en Omaña Una prueba de la riqueza del lenguaje de la
nieve nos la ofrece la experta Margarita Álvarez, referida a su tierra de Omaña. «Si los días siguientes están blandos, la nieve se va poniendo trapazona o champa. Eso anuncia que prontose derretirá y comenzará el desnevio. Pero si son muy fríos y caen fuertes pelonas, la nieve permanecerá mucho tiempo en los neveiros de los altos y en los lugares más bajos en que se formaron trabes, trabancos o cirrias. La nieve se pone nidiaen losresbaletes y resetinas que se forman por las calles y los tejados se adornan con grandes y transparentes carámbanos o chupiteles que reverberan al sol».
La escuela y la tradición del abuelo
Una de las tradiciones más bellas relacionadas con la
nieve es «la del abuelo de los niños de la escuela», fomentada por muchos maestros. Si amanecía con una gran nevada los niños no tenían obligación de ir a la escuela, pero sí de salir hasta la casa «del abuelo» que se le había asignado al inicio del curso y elegido entre aquellos que vivían solos (uno de ellos o el matrimonio), los impedidos... El niño acudía para ver si necesitaba leña, carbón, que le fuera a comprar algo a la tienda, etc, y una vez cumplido este deber iba a la escuela, con la seguridad de que jamás el maestro le iba a reñir por llegar tarde. Su obligación era otra.
"Pues que se llame Nieves"
Cuando la hacendera se llama Espalada». En el anecdotario de la nieve y sus nevadas nunca falta el caso de alguna embarazada a la que se le presenta el momento de dar a luz en medio de una nevada. Si la cosa se complicaba (antes de las máquinas quitanieves) se ponía en marcha la solidaridad y las viejas costumbres. Había que tocar a una forma de hacendera que se llamaba espalada. Suena la campana, los vecinos salen con sus palas, alguien los organiza y se comienza a espalar, a relevos.
En el caso de enfermedad y mucho más de dar a luz esta hacendera implicaba a todos los pueblos del recorrido, se iba avisando y ellos iban abriendo camino para aquella mujer que transportaban bien abrigada sobre una escalera que hacía de camilla.
Y llegaban, claro que llegaban, y la niña se llamaba Nieves, ¿cómo si no?