Insana envidia mortal

José Ignacio García comenta la novela de Michael Thallium 'Me creí inmortal hasta que me morí'

José Ignacio García
26/08/2023
 Actualizado a 26/08/2023
El autor Michael Thallium. | VALNERA LITERARIA
El autor Michael Thallium. | VALNERA LITERARIA

‘Me creí inmortal hasta que me morí’
Michael Thallium 

Valnera Literaria
Novela
240 páginas

18 euros

¿Quién no oculta un agujero oscuro en su pasado? ¿Quién no ha tirado ya la toalla, ha desistido en el empeño emprendedor y ha sucumbido a la idea de realizar un montón de sueños pendientes, aun a sabiendas de que (presuntamente) le quedan bastantes cumpleaños por festejar?


Quien esté libre de pecado, que arroje los pétalos de la primera rosa.


Yo, no podré hacerlo.


Acumulo demasiadas cargas lacerantes a mis espaldas, suficientes rémoras de las que no me siento orgulloso, pero que no soy capaz de desterrar de la memoria. Algunas tienen que ver con mis derrapajes humanos. Otras, con mis no siempre felices experiencias literarias.


Un brillante escritor leonés, fallecido mucho antes de lo que se entendería por normalidad estadística, me censuró más de una vez que marrotaba demasiado tiempo en algo que él llamaba «los arrabales de la literatura». Entre esos arrabales estaban los talleres de supuesta escritura creativa que impartí durante más de un lustro, en diversos lugares y con diferentes formatos. Aquellos talleres, que propiciaron más romances amorosos entre los asistentes que talento literario, se iniciaban indefectiblemente con dos sentencias categóricas. Una era que escribir es el arte más barato y asequible del mundo, ya que una libreta y un bolígrafo pueden servir para alumbrar una obra maestra. La otra consistía en que, gracias a la literatura, el autor podía convertirse en una especie de dios capaz de viajar a su antojo en el tiempo, creando los personajes y situaciones que le vinieran en gana.


Y eso es lo que hace un divino Michael Thallium en ‘Me creí inmortal hasta que me morí’. Se muere cuando quiere, crea una vida más allá de la muerte, o una muerte activa y, gracias a ella, y como «un cotilla cósmico», se dedica a recorrer a salto de mata el devenir de la Humanidad, aportando unas veces dosis controladas de humor, otras un morro que se lo pisa –hay muchas frases hechas de la parla cotidiana en la novela, que encajan como tuerca en su arandela–, otras una mirada lúcida y crítica ante diversos acontecimientos sociales, políticos e históricos, y las más de las veces creando encuentros con personajes reales –o al menos muy creíbles– que han protagonizado su biografía o con papas, filósofos, músicos o escritores universales con los que intima de tal manera que se permite el lujo de llamar Sebas a Juan Sebastián Bach, Santiago a Ramón y Cajal o don Miguel al ilustre manco de Lepanto.


‘Me creí inmortal hasta que me morí’ llegó hasta mí en un paquete con remite cántabro en el que supuestamente debía prestar más atención a otros títulos. Pero me sedujo tanto el contenido de la solapa delantera que supe que tenía que leer la novela. Thallium ha sido muchas cosas en la vida (algunas las extrapola a la muerte), pero me cautivó cuando leí que había sido director de hotel en cruceros.


Me pirran los cruceros. En uno me eligieron rey del pasaje. En otro me rompí el ligamento interno y el menisco de la rodilla izquierda disfrazado de oronda Olivia Newton-John. En un tercero ligué infructuosamente con la vikinga más despampanante que recuerdo y escribí dos relatos marítimos que a posteriori le dieron mucho lustre a mi currículum, y en el más reciente descubrí que quiero atracar los días que me quedan en el muelle no siempre complaciente de la mujer que amo.


Además de entre los brazos de mi amada, me hubiera quedado a vivir en un crucero y entre mis sueños sin cumplir –la novela de Thallium habla de sus sueños eternos, de sus principios inalterables antes o después alterados, y clasifica a mujeres y hombres en función de un curioso escalafón que no voy a reventar aquí– está el de haber sido una especie de Frank Sinatra flotante, un vocalista de orquesta embutido en un esmoquin de lentejuelas en el escenario de un barco, y cantando cada noche el ‘My Way’ a todas aquellas parejas bailongas acarameladas por el idílico romance vacacional y acunadas por el oleaje oceánico.


Por eso siento una envidia absolutamente insana y mortal hacia Thallium. Mi pelusa no tiene nada de espiritual ni de elevada. Me crujen las quijadas y me rechinan los dientes de la rabia. Yo, de mayor, quiero ser como él. Quiero ser cantante acuático. Y cuando me muera quiero ver qué ha sido de todas las mujeres que creí amar y de las que me hicieron daño, y cómo reaccionan mis presuntos seres queridos y mis acreedores ante mi ausencia, y quiero hablar con pontífices antediluvianos de felaciones y cunnilingus. Y quiero evitar guerras y crímenes y hacer justicia entre buenos y malos, con la ventaja de la información que facilitan los anales de la Historia.

 

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Imagen de la portada de la novela de Michael Thallium. | VALNERA LITERARIA

Volviendo a la novela, no puede ser más amena, su lenguaje más ágil, su distribución más espabilada. Michael Thallium juega con los tiempos, en un ir y venir sin cronologías estrictas, amagando y regateando, asomando la patita de un nuevo relato que al instante aplaza o entrevera con otras anécdotas, encuentros o recuerdos que mantienen al lector en vilo, pendiente de lo que pasará después, de si Sebas Bach le hará una declaración casi institucional, de si Santi Ramón y Cajal verá la luz de la posteridad entre los efectos nebulosos de un porro, o de si una mujer determinada convertirá en realidad alguno de sus deseos testosterónicos.


No se le puede discutir al autor su erudición y el mucho mundo recorrido por tierra y mar. Thallium sabe mucho de geografía, de historia, de arte, de literatura y de música. Y lo demuestra, y abusa incluso con la nómina enclavada en las postrimerías de la novela, cuando dedica tres o cuatro páginas a dejar impresos los nombres de compositores, solistas y grupos que han puesto banda sonora a su vida. 


Y, por si no fueran todos estos datos suficientes para que me haya prendado de la novela, añadiré un par de paralelismos que son más causales que casuales, y que unen mucho. Como el protagonista, estuve a punto de morir cuando tenía seis o siete años. Y como él, me morí de verdad cuando tenía cuarenta y siete. Lo que ocurre es que, en mi caso, fue de madrugada, tenían cerrado el portal de acceso al «más allá» y me devolvieron a la UVI de un hospital sin que por el camino viera túneles ni luces ni alguien interesante o novelesco con quien echar un cigarro o dedicarle una parrafada escrita.


Y así lo voy a ir dejando, porque hoy tengo la sensación de que les estoy hablando más de mí que de una novela que me ha epatado y que resulta entretenimiento pintiparado para lo que resta de verano. Y eso, a pesar de lo que nos aconseja el protagonista en su desenlace, cuando asegura retador que la novela no es digna de lectura ni de perdurar en el tiempo. Se le ha ido la pinza. No le hagan ni caso, y lean estas doscientas cuarenta páginas plenas de vitalidad, de optimismo y de ganas de vivir. Mientras lo hacen, voy a calcular con cuántas mujeres he compartido lecho de las cuatro categorías que él establece; porque como hombre, y para volver a coincidir con él, soy del grupo tercero.


Quienes lean la novela, sabrán de lo que hablo.

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