Los Ilusos Films

Bruno Marcos escribe sobre 'Las chicas están bien', la película rodada en León y nominada a los premios Goya

19/12/2023
 Actualizado a 19/12/2023
Imagen de la película de Itsaso Arana ‘Las chicas están bien’ filmada en escenarios naturales de la provincia leonesa. | ELÁSTICA FILS
Imagen de la película de Itsaso Arana ‘Las chicas están bien’ filmada en escenarios naturales de la provincia leonesa. | ELÁSTICA FILS

Decía el poeta Alberto Caeiro, heterónimo de Fernando Pessoa: «el Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea, pero el Tajo no es más bello que el río que corre por mi aldea porque el Tajo no es el río que corre por mi aldea». 

Precisamente a la vega de un río leonés se fueron a rodar unos cuantos jóvenes ilusionados una película en catorce días, nada menos que producida por Los Ilusos Films, que el nombre de la empresa ya lo dice todo. El resultado es ‘Las chicas están bien’, una obra hecha en Nistal que empieza con muy poco y acaba con mucho.

Cuatro actrices y una escritora se van de la ciudad para preparar una obra de teatro y viviendo y hablando van componiendo la historia y los personajes. Por un pueblo de casa bajas y desiguales trasladan una cama con dosel del siglo XVII y, en un portalón de antiguos carros, montan la escenografía en la que ensayan. De fondo sale no la naturaleza sino el campo, sencillo, sin denunciar nada, como es: las choperas, los caminos de tierra, el lúpulo, los girasoles, los maizales, las torres de electricidad, la verde vegetación…

De pronto oscurece y las chicas dan un giro a la inicial trama banal, hablan de la muerte. Algunas muy jóvenes han perdido ya a su madre, se han muerto muchas veces como actrices y se preguntan cómo se puede representar teatralmente algo que no se ha experimentado en carne propia. La siguiente noche dialogan sobre el amor y una confiesa que hizo la primera vez de enamorada sin haberlo estado nunca. Ambas cosas, muerte y amor, aparecen de día en los ensayos convertidas ya en arte. 

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La directora Itsaso Arana. | L.N.C.

Es una película que vuelve a las palabras, al guion, a la naturalidad y a la interpretación; pero no deja de ser película para ser teatro filmado porque también está hecha de imágenes y tiempo. Se van a escuchar un audio de wasap bajo la luna como antes se leía una carta, dictan a un teléfono móvil como los antiguos actores pensaban en voz alta sus monólogos. Una pasea entre la vegetación mientras habla por primera vez con su madre muerta hace quince años. Hay frases que son mucho más que lo que dice un personaje, por ejemplo: «la vitalidad es sagrada y no podemos permitirnos perderla», «yo le huyo a la realidad como a la muerte, pero ahora quiero un amor real contigo».

Al final bajan al río, a esa orilla de río que tienen casi todos los pueblos, y traen un sapo que no se hace príncipe sino que se queda sapo, porque el sapo tiene que ser libre con otros sapos, y plantan un guisante, porque el guisante no puede ser sólo una molestia bajo la cama de una princesa sino también su aristotélica potencia. Todas las cosas en la vega de los ríos —que sin serlo son más bellos que el Tajo— tienen que ser felices porque en ellas se da lo más bonito de la vida, la vida.

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