Hombre en silueta

"Soy de Sudán, contestó. Y le había contado su historia, toda. No sabía muy bien por qué lo había hecho, pero le parecía que podía fiarse de ese hombre. Él le había escuchado con interés, sin hacer preguntas"

Noemí Sabugal (texto) / Pablo J. Casal (foto)
20/07/2016
 Actualizado a 19/09/2019
Siluetas junto a la pirámide de cristal del Museo del Louvre de París, iluminada por la noche. | PABLO J. CASAL
Siluetas junto a la pirámide de cristal del Museo del Louvre de París, iluminada por la noche. | PABLO J. CASAL

El piso es más grande que ninguno que haya visto. Está lleno de libros y de cuadros con escenas marítimas. Barcos y tempestades. Parece que las olas van a salirse de los marcos. Ya no soporta ver el mar ni tan siquiera pensar en él, así que se sienta en el sillón que le da la espalda a las pinturas. El hombre ha dicho que se siente donde quiera.


-¿Alcohol no tomas, verdad? - le pregunta, desde la cocina.
-No.


Hace sólo unas horas que se conocen. Él estaba sentado en un banco junto a la pirámide del Louvre, esperando la salida de los últimos visitantes tras el cierre. Ya se había hecho de noche y no había vendido ni un bolso en todo el día.

 
El hombre se acercó. Llevaba un maletín en la mano. El contraste con la pirámide iluminada impedía ver su cara. No era más que una silueta negra.


-¿Me puedo sentar aquí?


Ahora podía verle. Tenía unos sesenta años y estaba vestido con un traje oscuro que parecía muy caro.


-Sí -respondió-. ¿Le gustan los bolsos? Sólo quince euros.
El hombre apenas los miró. Tampoco regateó el precio.
-Dame uno.
-¿De qué color?
-No importa. Cualquiera.


Después le había preguntado de dónde era y cómo había llegado a París.


-Soy de Sudán -contestó. Y le había contado su historia, toda. No sabía muy bien por qué lo había hecho, pero le parecía que podía fiarse de ese hombre. Él le había escuchado con interés, sin hacer preguntas. Le habló de su mujer y de los mellizos. Le mostró una fotografía que le habían mandado el año pasado.


-¿Te gustaría volver a casa? -dijo.
-Claro.


Entonces le invitó a ir a su piso, que estaba cerca. Muy cerca, aclaró. Otros hombres lo habían hecho antes, pero éste no quería lo mismo que aquellos hombres. No sabía cómo lo sabía, pero estaba seguro de ello. Por eso había aceptado.


A la derecha, junto a unos libros encuadernados en piel, hay una fotografía. Es el hombre con una chica, una adolescente. Ella, vestida con ropa deportiva, tiene una medalla colgando del cuello y está muy seria. Él, detrás, apoya las manos sobre sus hombros y sonríe.


El hombre sale al fin de la cocina y le da una taza de café. Se va de nuevo y regresa con una copa de vino en una mano y el maletín en la otra. Lo deja sobre la mesita del salón.


Beben en silencio. Después, el desconocido abre el maletín y lo gira para que pueda ver lo que hay dentro. Son cuatro fajos de billetes de cien euros. Al lado, una jeringuilla y un pequeño bote de cristal.


-Entonces, Ahmad, ¿tienes ganas de volver a casa?- pregunta-. ¿Harías un acto de misericordia esta noche y ayudarías a un hombre que quiere morir?

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