
Historia en roca
El granito del Palacio Episcopal de Astorga nació en el Montearenas y de él da testimonio la ruta de los canteros, un trazado sobre las fragas del Boeza que se acopla a las vías del tren y al bosque mediterráneo en un matrimonio paisajístico perfecto
02/08/2018
Actualizado a
12/09/2019

Con nombre propio se nos presenta una ruta que sale del corazón de esa Ponferrada que tiene de sobra para enseñar, aunque hasta hace unos años estuviera cerrada a esa visión. La ruta de los canteros tuvo ojos solo para ella, los de un jubilado minero, que según cuentan, fue el que quiso, con sus propias manos, desenterrarla del olvido para enseñar una panorámica única entre las fragas del Boeza, los robles y los alcornocales para adentrarse en San Miguel de las Dueñas. Aquel esfuerzo inicial de un particular, a veces no bien entendido y que le supuso algún problema, tuvo finalmente su recompensa, sobre todo para las otras miradas, las que esperaban el destape. Las mismas que no dejan de agradecer que alguien se esforzara en mimar lo que estaba sepultado en el olvido. Y al lado de las vías del tren, sobre el Boeza, caminando por arenisca y con grandes bloques de granito en frente, Ponferrada descubre uno de sus paisajes más completos y desconocidos. El encañonado Boeza se nos presenta a lo largo de esta ruta de 11 kilómetros de ida, dedicada a pies y bicis en armonía perfecta mientras el bosque mediterráneo nos deja olores e imágenes para el recuerdo. Y el granito habla de historia, al tiempo.
Una piedra de la que el genial Gaudí sacara la materia prima para el Palacio Episcopal de Astorga en 1887. Y sigue viva, latiendo sobre el río, ofreciendo alguna vía de escalada y otros recorridos. Hasta allí llegan estas fragas del Boezaabrazadas al agua y sin despreciar la serpenteante vía. Dicen que también había wolframio en esta zona, incluso que fue explotado en la década de los 40, y cuarzo, pero lo que ahora vive es lo que se escucha. Ese movimiento de hojas que no logran enmudecer a los pájaros. El roquero solitario y la golondrina daúrica son parte de la fauna del exquisito paseo, que alcanza su mayor cota en el llamado Mirador de Pelayo. Parada obligada sobre la roca para ver a la vecina de enfrente vestida de granito. Unos 1.600 metros tiene este punto indicado. Se aúnan las vías del tren, el túnel misterioso por el que parecen dibujar su huída, la lengua de agua que le da colchón a las rocas encajonadas. La ruta está indicada en todo su recorrido, incluso de más, puesto que unas flechas amarillas nuevas, a veces sin sentido, llegan a molestar en medio del bosque. Pintura amarilla en medio de tantas rocas que piden dibujar hitos, pienso. Seguimos caminando sorprendidos por los alcornoques, los madroños, las encinas y las piedras, hasta alcanzar San Miguel, ya en el municipio de Congosto, y una fuente final que nos pone en el pueblo o nos devuelve a Ponferrada pisando nuestras huellas. Esa es la opción. Volver al Caminín, donde se inicia la ruta, aunque tiene varias entradas para hacerlo y subrayar cada estampa encontrada.

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