Aquel veterinario no quería ser un teórico del oficio y también tenía una granja de cerdos. Y le gustaba la caza. Y todo lo que ocurría a su alrededor, así no olvidan los entonces jóvenes cuando colaboraron con un equipo de investigadores que en los años 90 llegó al pueblo para estudiar las conductas y la vida del lobo, un animal que tenía en aquellos montes uno de sus últimos reductos cuando corría peligro de extinción.
Todas estas pasiones anidaron en los tres hijos del veterinario, chavales que crecieron en aquel ambiente, cazando desde niños, dedicando tiempo a las faenas agrícolas, pensando en buscarse un futuro en su pueblo. «Cuando ya fuimos mayores y pensamos en buscarnos la vida, si podía ser en Castrocontrigo, pensamos en todo tipo de negocios. Una granja de ranas, de lo que fuera, la de cerdos nos llamaba menos la atención, como la había tenido nuestro padre...».
Y en medio de este darle vueltas a las ideas, la caza era una pasión heredada del padre y compartida por los tres ante la que era inevitable la pregunta: «Porqué no algo relacionado con la caza?». Hasta que un día surgió la idea: Una granja de perdices rojas. Ya hace más de veinte años, casi treinta, y se ha convertido en una realidad, en una empresa, Perdices Molleda, que cría 35.000 ejemplares al año para su venta, sobre todo para repoblación en cotos de caza fundamentalmente de Galicia. «Allí hay mucha afición a la caza y no tienen perdices».
Prácticamente son la única empresa que se dedica a ello en la provincia de León, al menos a la escala que lo hacen ellos y con el tipo de cría que realizan. «Lo que vais a ver es distinto a lo que podéis ver en cualquier otro criadero de perdices», dice GerardoMolleda antes de comenzar el recorrido por las instalaciones de la granja. «La gran diferencia reside en los voladeros, a los que dedicamos seis hectáreas de terreno, y en los que las perdices vuelan y aprenden a sobrevivir en un terreno lleno de maleza y pequeños bichos que ellas buscan para comer. Ahora en junio los voladeros parecen un bosque bajo; pero en agosto, cuando las llevemos para los cotos, el suelo ya es pura tierra, lo han escarbado todo, no olvidemos que son gallináceas y como tal se comportan».
Pero los voladeros están en el final del proceso. El primer paso es obtener los huevos de perdiz para incubar, enlas jaulas en las que las parejas reproductoras crían. «Las tenemos por parejas, no puede ser de otra manera pues tienen un comportamiento ‘casi humano’, si están dos machos con una hembra se matan los machos; si pones dos hembras con un macho se matan las hembras... hay divorcios, de todo», bromea Gerardo Molleda.
- ¿Cuántos huevos ponen por pareja?
- Hemos calculado una media de 38, pero es muy variable, depende de la edad, de tantas cosas... Hay parejas que se acercan a las 100 y otras.

Una compuerta en cada criadero abre a las perdices su mirada al mundo cuando ya han crecido, con varias semanas de vida. Salen a los voladeros, grandes como pocos, en los que las perdices levantan el vuelo una y otra vez. Se preparan para la libertad pues su destino es repoblar cotos, llegar a ellos dos meses antes de que comience la temporada de caza, en los que se hacen al monte y a su nuevo hábitat, al que vienen acostumbradas. «En este tiempo aprenden a defenderse,se esconden de los cazadores como hacen las salvajes, sortean a los perros en ese juego de quién puede más, mi vuelo o tu instinto.
Ahí se acaba la función de los hermanos Molleda, cuando las llevan a los cotos. «A partir de ahí, a quien dios se la de San Pedro se la bendiga», explica Gerardo, que al verlas marchar recuerda el largo proceso desde aquellas parejas, desde la incubadora, las que temían el ruido... hasta las 35.000 que estudiaron para la libertad en los voladeros.
- ¿Qué índice de mortandad tenéis en todo el proceso?
- Muy bajo. No llega al 8%, cuando lo normal anda casi por el doble.
- ¿Algún secreto?
- El cuidado y la experiencia, son muchos años y muchas veces más que regirnos por las teorías lo hacemos por lo que nos dicta el instinto, por ejemplo con la temperatura de los criaderos; ahora, eso sí, nada más levantarnos venimos a ver si todo está bien no vaya a ser que alguna avería de al traste con muchas horas de trabajo.
Y así es como en esta granja leonesa, de Castrontrigo, cualquier parecido de sus perdices con la realidad,con las perdices salvajes, no es pura coincidencia, ni mucho menos.