Sin duda se trata de un motivo de júbilo para Madrid y para España. Son muy pocos los países que pueden presumir de tener alguna tela del artista que revolucionó la forma de comprender la Pintura. Nos sobran dedos de las manos para contarlos. En España teníamos cinco. Ahora tenemos seis. No creo que ningún otro pintor haya desatado tantas pasiones. Por un caravaggio se podía llegar a matar, literalmente, y también, viceversa, a perdonar la vida. Valgan los siguientes ejemplos para dar fe de tal afirmación.

En su huida, después de una estancia en Nápoles, Caravaggio llega a La Valleta, nueva capital en construcción de los Caballeros de la Orden de Malta.Para el Gran Maestre, «poder contar con el pintor más renombrado de Occidente era demasiado tentador como para no utilizar cualquier estratagema que permitiera sortear las trabas y los obstáculos. Mientras en Roma las grandes familias y los cardenales añoraban la presencia del pintor huido, todos querían sus obras y nadie estaba dispuesto a vender las que tenía, la oportunidad de prestigio que suponía para la Orden y para su nueva capital que Caravaggio trabajara para ellos era una ocasión que la fortuna les brindaba y que no estaban dispuestos a desaprovechar. A cambio, Caravaggio recibiría el hábito de la Orden, sería nombrado caballero. Wignacourt llegaría incluso a ocultarle al propio Papa ciertos datos, digamos delatores, para conseguirlo».
Después de un inicio feliz, Caravaggio debe escapar con peligro de muerte, también de la isla. En Siracusa obviarán sus pecados, todos mortales, a cambio de que pinte. En la curia se trabaja por su indulto. Emprende el camino de regreso. Le dan una paliza dejándolo por muerto. Se recupera. El perdón está cerca. Embarca para Roma, pero no llega. Muere antes, solo, en el calor febril de una playa. No llegó a cumplir 40 años, pero en ese tiempo parece que vivió varias vidas. «Los tres últimos cuadros que había llevado consigo a Roma para pagar su indulto, regresaron a Nápoles en el mismo barco en el que había hecho la travesía. El patrón los devolvió al palacio de la marquesa y allí fueron a requisarlos los caballeros de San Juan, para la Orden. Se estableció una disputa a tres bandas, propia de hienas: el cardenal Scipione Borghese, la Orden de Malta y el virrey de Nápoles, conde de Benavente. Si no recuerdo mal, cada uno de los tres se tomó su parte».
Desde entonces, duques, reyes, emperadores, emperatrices, magnates y hasta la Mafía -quizás no sean tan diferentes-, todos han hecho lo posible por poseer un caravaggio. En estos tiempos extraños alegrémonos por esta felicísima noticia y esperemos que este ‘eccehomo’, olvidado y aparecido en un salón, esté pronto expuesto al público, para disfrute de todos.