Como estaba muy cerca del colegio de los Carmelitas, del Jesús Divino Obrero y de uno de chicas, La Filial, entre sus parroquianos abundaban los bachilleres (entonces se estudiaba el Bachiller desde los once a los 16 años), lo que quiere decir que había muchos que aun no tenían los 18. No faltaban los que ya contaban algunos más, claro, pero el Gwendolyne (que a veces aparecía como Wendolyne) era una buena discoteca ‘para empezar’, ya que gran parte de sus fieles eran novatos en esto de salir y primerizos en lo de las chicas, muchas de las cuales iban a la sesión de tarde en uniforme.

Al igual que todas las discotecas de los sesenta y setenta (la tradición se mantiene), el Gwendolyne también contaba con las imprescindibles bolas espejadas que, colgadas del techo, llenaban de puntitos de luz giratorios toda la disco; esas esferas brillantes daban mucho ambiente, y el personal ya asociaba esos reflejos por toda la sala con la atmósfera típica, inconfundible, de discoteca durante ‘lo lento’.
Y cuando el ritmo cambiaba, cuando era el tiempo de ‘lo suelto’, también había canciones que, de modo infalible, catapultaban al personal a la pista, eran las llamadas ‘llenapistas’. Lo curioso es que, como la concurrencia era muy fiel a la sala y no faltaba ningún fin de semana tarde o noche (a diario había sesión de tarde hasta las diez), y como había bastante unanimidad en las canciones bailables, era fácil reconocer caras de chicas y chicos, con lo que los cruces de miradas eran continuos. Canciones como el ’48 crash’ de Suzi Quatro, ‘Molina’ y ‘Proud Mary’ de los Creedence o el ‘Son of my father’ de Chicory Tip resultaban irresistibles y ponían a bailar (seguramente muy mal y sin el menor sentido del ritmo) a aquellos adolescentes, chicos y chicas tímidos, inseguros, novatos que esperaban que cada tarde o noche ocurriera algo especial…
Muchos serán los leoneses que se vieron en sus primeros lances galantes en el Gwendolyne o en el Stratos 10.001, que es como pasó a llamarse en 1975 tras una reforma, y muchos guardarán en su memoria aquellos iniciáticos, emocionantes y temblorosos encuentros. Finalmente, en 1986, se convirtió en cafetería Bohemia. Sorprendentemente no ha cambiado de dueños desde el lejano invierno de 1969.
Los entonces mocitos y mocitas, hoy sexagenarios, recordarán aquellas veladas en el Gwendolyne con nostalgia y emoción.