Gustav Metzger

Bruno Marcos se adentra en la figura y la obra del artista alemán de origen judío, al que el Musac dedica una extensa retrospectiva que podrá visitarse hasta el próximo 8 de enero

Bruno Marcos
08/12/2016
 Actualizado a 16/09/2019
mets-web.jpg
mets-web.jpg
Rara vez se presenta la ocasión de descubrir un artista que tenga noventa años. Gustav Metzger (Núremberg, Alemania, 1926) los tiene y expone por primera vez en España en una magnífica y extensa retrospectiva titulada ‘Actuar o perecer’ que se puede ver en el Musac hasta el ocho de enero. En ella se muestra una colección de trabajos que recorren temáticamente gran parte de las preocupaciones del, cada vez más lejano, siglo XX.

Metzger, que fue un niño judío en la ciudad más emblemática para el partido alemán nacionalsocialista, tuvo que escapar a Gran Bretaña mientras casi toda su familia perecía en los campos de concentración. Quizá la huida para evitar el horror haya marcado su existencia y por ello, cuando nació su vocación artística, escogió un tipo de arte que anhela cambiar la realidad en lugar de representarla.

Cuenta Primo Levi en su libro titulado ‘Si esto es un hombre’ que, a los pocos días de entrar en el campo de Auschwitz, el antiguo sargento austrohúngaro, condecorado con la cruz de hierro de la primera guerra mundial y en ese momento preso como él, Steinlauf, le explicaba que no tenían que descuidar su higiene por más que su destino apuntase a lo peor, que debían lavarse y peinarse y limpiarse los zapatos como él mismo hacía enérgicamente, aunque no tuvieran jabón y el agua estuviera sucia, para no dar el consentimiento, para no deshumanizarse porque así les sería más difícil matarlos.

La obra de Metzger participa de la teoría del sargento Steinlauf, actuar o perecer. Con todos los temas que ha ido encontrando en su ya larga vida y a través del siglo pasado ha levantado sus gestos, su higiene alegórica, los simbólicos actos del arte, ya fuera contra el capitalismo o el comunismo en plena guerra fría, contra las armas nucleares, contra la excesiva industrialización o el deterioro del medio ambiente. Con su arte autodrestructivo presenta obras que son imposibles de cosificar y, por lo tanto, inútiles para la especulación económica que neutraliza los mensajes y las capacidades transformadoras de los trabajos creativos. Con sus piezas hechas por el azar desmonta la superchería del artista genio cuya mano vuelve arte cuanto toca, evidenciando irónicamente que el arte se puede hacer solo y que, en el mundo contemporáneo, la genialidad mágica es una superstición anacrónica. Todo más cercano a la utopía que a las artes, al menos a lo que las artes habían sido tradicionalmente, una utopía tan necesaria en un mundo destrozado y en peligro constante como fue el siglo XX, el de las grandes guerras y los grandes avances. No es raro que acabara Metzger alguna vez en los calabozos por ser pionero de tantas reivindicaciones que ahora nos parecen normales y que hasta hace bien poco eran tan sólo quimeras.

Sus proyectos viejos parecen de ayer mismo, construir un gran cubo transparente donde vierten sus gases tóxicos decenas de automóviles o quemar ciento veinte de ellos, o una huelga de artistas para detener la extrema comercialización del arte. Todas estas obras tan susceptibles de perder sentido, tan susceptibles de desaparecer cuando, efectivamente, el arte cambie el mundo, es decir, cuando el arte se realice, utopía, imposible. Seguramente nunca.
Archivado en
Lo más leído