El algodón de los chopos había dejado por los campos enormes manchas secas del color de la nieve. Por los campos, por las calles y callejas y por la plaza del pueblo aquellas mariposas blancas eran arrastradas por el viento hasta colarse en el interior de las casas. La amable dueña del bar Dalma, por ejemplo, nos dijo que la lucha por desterrarlas era continua y, aun así, «siempre, ya veis, queda algo bajo las mesas».
Algo o mejor… He de decir que, «un mucho de aquella cosa», mostrando su rebeldía con insistencia, no cejó en su empeño en acompañarnos durante el paseo que, encantados, nos obligamos a hacer por aquellas tierras de pan y vino. Cultura. Aquella mañana del mes de mayo, teniendo de guía a Urbano –el alcalde–, no dejaba de ‘nevar’ por Gordoncillo.
Gordoncillo amaneció con sol, eso sí, y el silencio era tan envolvente que decidimos usar las palabras justas, sin levantar ni ruidos ni sospechas, para alabar la grandeza cultural de este pueblo.
Comenzamos visitando la fábrica de harinas Marina Luz, hoy conocida con el rimbombante nombre de Mihacale (Museo de la Industria Harinera de Castilla y León). Fuimos allí para comprobar que todo, igual que ayer, mantiene su esencia, aunque alguno de sus espacios se alargó para dar voz a las palabras y belleza para satisfacer la curiosidad de los ojos. Quiero decir que, allí donde antes, entre tabiques, se guardaba el trigo a granel, en la planta baja, y los sacos de harina, en la planta superior, hoy, con tan buen criterio restaurador, lo han convertido en dos magníficas salas culturales. Manteniendo el tapial y el adobe para la paredes, y la madera y la teja en los techos, el Ayuntamiento las utiliza en la actualidad, a lo largo del año, con una programación viva: conciertos, charlas, coloquios, presentaciones de libros, obras de teatro, exposiciones… Alimento, en definitiva, para satisfacer las curiosidades que se requieren para mantener viva la llama de esa esencia que nos diferencia de los seres irracionales.
Sin salir del museo, cruzamos el patio. Y el patio mismo mantiene a buen ritmo el pulso donde florece la admiración, con esculturas de Juan Carlos Uriarte o, entre otros, de Cosme Paredes (con ese enorme toro bravo, que parece luchar contra las embestidas del viento). Y la admiración continuó después al visitar los otros dos edificios colindantes. El uno, el principal, donde las máquinas primigenias (instaladas tras el incendio del año 1944), ahora en silencio, lo dicen todo sobre la molienda y el cernido. Todo. Y el otro edificio, el acristalado, donde, reposando de las escandalosas nubes de polvo y de ruidos disonantes, una colección de máquinas te traslada a otros tiempos en los que la harina del pan no surgía, precisamente, de la admiración de la salida o de la puesta de sol. No. Aquellos héroes y heroínas (de sol a sol) tenían que sudar y sudar y sudar y seguir sudando… Cultura.
El pueblo de Gordoncillo, dueño de su clara libertad, complementa su oferta cultural con una colección museográfica de máquinas de escribir (algunas de ellas centenarias) y otros aparatos relacionados con la comunicación, el cálculo automático o la reproducción musical, y una bodega, «Centro de Interpretación de la viña y el vino». La titularidad de ambos centros expositivos es particular lo que no impide una visita pausada e interesante.
Gordoncillo, en resumen, posee el don de la palabra (con máquinas de escribir o sin ellas) y es dueño del pan (en el museo de la harina) y del vino (que se refleja en los paneles explicativos de una bodega/museo). Cultura, pan y vino para agasajar a los visitantes. Increíble lucha que une esfuerzos para demostrar el poder de la vida en el campo con raíces milenarias, heredadas de generación en generación. Sí, pero… Aún hay más.
Gordoncillo, para sorpresa de propios y extraños, dispone de ese «algo más» que, en mi opinión, lo convierte en «un pueblo cultural y único». Siendo tan pequeño –que lo es–, este pueblo, con un encanto especial, además de limpio y bien cuidado, posee varios escudos blasonados, en algunos de sus edificios, y dispone también –¡atención!– de cinco monumentales esculturas públicas, cinco, distribuidas por aquí y por allá, que, por sí solas, bien se merecen una mínima alabanza.
La primera de ellas, a la entrada del pueblo, es una obra de Jesús Trapote. Realizada en bronce, en el año 2009, pretende homenajear a esa mujer que buscaba en la vid su sustento, de tal forma que solo levantaba la vista para otear en el horizonte de sus propios viñedos el futuro de su familia. La segunda escultura, muy cerca de La Vendimiadora, fue realizada en mármol rosa de Portugal por el escultor Reinaldo Alfonso Barragán. Una partitura pétrea en la que se puede leer la música que otorga el resurgir del viñedo como muestra sonora y palpable de la prosperidad y de la riqueza que se consigue amando la tierra. Reinaldo Alfonso Barragán firma también la tercera escultura, La Señora de la Vid, situada detrás de la ermita del Bendito Cristo. Todo un símbolo a la fertilidad del viñedo, expresado a lo grande: 4 metros de altura y 3 toneladas de mármol gris. A San Roque, acompañado del perro que le libró de una muerte anunciada con el nombre de ‘peste’ –cuarta escultura–, le han hecho en piedra de Villamallor (Salamanca) y le han subido a un pedestal en el parque que lleva su mismo nombre. La quinta escultura, de nombre La Semilla, aquella que se encuentra frente al Ayuntamiento y la iglesia parroquial de San Juan Degollado, fue realizada por Luis Hernando Rivera en 1997. Fin o principio, según se mire.
Continuidad. Una pequeña reproducción de La Semilla (en proceso, bien se ve, de germinación) es entregada por ese Ayuntamiento, ejemplo de cultura, a uno de nuestros escritores, en un acto anual que dura varios días, al que han denominado Letras en La Panera.
Termino: los responsables del Ayuntamiento de Gordoncillo son tan conscientes del valor de las palabras y del impagable trabajo que con ello generan los escritores, que han tenido a bien bautizar una de sus avenidas –aquella que va desde el puente a una de las bodegas de vino que también apoya en sus salones actos culturales de renombre como avenida de los Escritores. Sorprendente forma de dar vida a la libertad que se genera en los distintos manantiales de los que se compone la CULTURA (con mayúsculas).