La gimnasta que hace historia en el ballet clásico

Natalia Osipova protagoniza ‘Manon’, obra maestra del coreógrafo Kenneth MacMillan, con música de Massenet, que este miércoles Cines Van Gogh emite en directo desde Covent Garden de Londres

Javier Heras
07/02/2024
 Actualizado a 07/02/2024
Natalia Osipova en el ballet 'Manon'. | ALICE PENNEFATHER
Natalia Osipova en el ballet 'Manon'. | ALICE PENNEFATHER

El Royal Ballet celebra dos aniversarios. Por un lado, ‘Manon’ cumple medio siglo. En Covent Garden se ha representado más de 250 veces desde su estreno en 1974, cuando se convirtió en un clásico instantáneo (pese a escandalizar a más de un crítico). Por otro lado, es el centenario del nacimiento del artista y escenógrafo griego Nicholas Georgiadis (1923-2001), ilustre colaborador del coreógrafo Kenneth MacMillan. En los decorados y vestuario que elaboró para esta obra no solo reflejó la sociedad parisina del siglo XVIII, sino que subrayó el contraste entre el origen humilde de la protagonista y el lujo al que aspira pero que nunca le pertenecerá.


Cines Van Gogh retransmite este miércoles a las 20:15 horas ‘Manon’ en directo desde Londres. La compañía reúne a su incomparable plantel de estrellas para una obra que no se veía aquí desde 2018. El papel titular es, por sus exigencias técnicas y dramáticas, un sueño para las bailarinas, a la altura de los de Giselle o Aurora. Pero también es uno de los más ambiguos del repertorio. Porque no se trata de una princesa o una buena chica, sino de una (anti)heroína egoísta y obsesionada con la riqueza. Difícil quererla, pero también resistirse a ella. 


Quién mejor para darle vida que Natalia Osipova (1986), ganadora de dos Golden Mask, cuatro Premios de la Crítica y un Benois de la Danse. La rusa se formó en el Bolshói hasta que con 27 años se trasladó a Londres, donde impresionó por la tremenda fuerza de sus piernas (había comenzado en la gimnasia rítmica). Desde 2013, ha bailado casi todos los títulos clásicos y un puñado de contemporáneos, siempre con su característica energía. La acompañan el australiano Alexander Campbell (1985), finalista del Prix de Lausanne, y el escocés Reece Clarke (1995), Young British Dancer of The Year en 2012 y Artista Emergente de 2016.


‘Manon’ fue consecuencia de un fracaso: el de ‘Anastasia’ en 1971. MacMillan necesitaba recobrar prestigio y acudió a un argumento universal: la novela del abate Prévost, de 1731, sobre una joven que arrastra a la ruina al enamorado estudiante Des Grieux. Aunque el convulso romance había inspirado ya varias óperas (Puccini, Auber, Massenet) y una conocida película, el coreógrafo le otorgó una nueva dimensión al personaje: calculadora, sí, pero también víctima de su entorno, su manipulador hermano y unos pretendientes sin principios. Así construyó un ballet narrativo lleno de emoción, números de lucimiento y, como en su triunfal ‘Romeo y Julieta’, una estructura centrada en los ‘pas de deux’. Repasan la relación entre los jóvenes cronológicamente, en cuatro encuentros llenos de deseo visceral.


El genio escocés (1929-1992), sucesor de Ashton, dominaba los dúos románticos, en los que la coreografía narra una historia. Los pasos pueden «leerse»: por ejemplo, cuando Manon y Des Grieux son felices en París, ella permite que él la levante por los aires, señal de confianza suprema. En cambio, en la última escena tratan de imitar los movimientos de sus tiempos dorados, pero Manon, ya exánime, arrastra las piernas y deja caer los brazos hasta que agoniza.


La muerte es un tema constante en la carrera de MacMillan, huérfano de madre desde los 12 años y de padre desde los 16. Nunca antes un coreógrafo había expresado con esa densidad psicológica la ansiedad, las contradicciones del alma humana, la vulnerabilidad. En ‘Manon’, insiste en una línea realista que aborda en profundidad problemas sociales como ese conflicto entre el amor y el dinero. Sin alejarse de la tradición (neo)clásica pero aportando más instinto teatral y emociones a flor de piel, compone una coreografía rítmica, terrenal, compleja. Y nos conquista gracias a unos personajes verídicos, que parecen latir gracias a los detalles que los caracterizan, como ese caminar sobre las puntas (en pointe) de la propia Manon, reminiscencia de su timidez.


En cuanto a la partitura, la articuló el compositor contemporáneo Leighton Lucas, que se encargó de recopilar distintos extractos del romántico francés Massenet. Entre ellos no hay ni una nota de su famosa ópera, sino de otras como ‘El Cid’, ‘Cendrillon’ o ‘Don Quichotte’, así como de oratorios o suites para orquesta (‘La Navarraise’). Lucas consiguió darle cohesión a ese collage de «grandes éxitos», en gran parte gracias al uso de los leitmotive, como el de la protagonista (la canción ‘Crepuscule’) o el del amor (el tema ‘Élégie’).
 

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