Gerontofobia o el eterno disgusto por la estupidez de nuestros ancianos

Relato irónico, llevado al límite, hasta adentrarse con firmeza en la pura provocación, con la gerontofobia como hilo conductor.

Pablo A. León
14/07/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Ancianos en un banco de León. | MAURICIO PEÑA
Ancianos en un banco de León. | MAURICIO PEÑA
Discúlpeme si hoy le escribo sobre lo que pienso, lo que creo y lo que opino. Discúlpeme si hoy le escribo, amparado en mi honorable nombre de escritor maldito, acerca de lo que realmente siento. Que es usted en sí mismo representativo de muchos de los males que aquejan a esta existencia. No el hambre ni las guerras si no su insistencia en el acto de sobrevivir.

Hágase a un lado, se lo suplico. Apártese de la vida y permítanos continuar al resto con la nuestra como si nunca hubiese existido. Sea capaz de recapacitar por sí mismo y aléjese hasta precipitarse por el acantilado más próximo y elevado que encuentre.

Es usted un lastre. Una piedra en un zapato. Un palo entre las ruedas de la bicicleta de hijos y nietos. Muérase, se lo pido, y se lo piden sus allegados, aunque no se lo digan, se lo aseguro. Me temo que he de ser yo quien le explique estas palabras, porque nadie más lo hará.

Se creerá que le tienen estima, pero no es eso, su creencia de que es más importante que el mismo universo es más inmensurable si cabe que su estupidez. Si lee estas palabras puede estar orgulloso ya que, al menos, sabe leer. No se lo digo como un cumplido, hay monos que hoy en día distinguen letras, y pájaros que repiten lo que escuchan en televisión y se creen todo lo que dicen. Mire a ver si esta frase le suena: "Esto lo han dicho en televisión, así que ha de ser cierto". ¿Le suena, verdad? Alguna vez en su miserable existencia ha pronunciado esas palabras o semejantes.

Es usted lamentable, un fallo de la naturaleza. Un error en una computación casi perfecta que no debería existir y que se aferra a un hilo con tal de seguir fastidiando a los que vienen después. Se lo repito, váyase a donde no puedan encontrar su cuerpo, al fondo del mar, que seguramente haya contribuido a contaminar. ¿Sabe nadar si quiera? O es del tipo que camina por las orillas de las piscinas con cara de saber más que el mundo mientras procura que su barbilla esté en esos momentos más alta que su orgullo (cosa que se me antoja imposible) cuando el agua de ese lugar no le cubre ni por el bajo vientre. No se va a ahogar, no, se lo aseguro. No podrá caer esa breva de forma tan sencilla. Pero si sumerge la cabeza tan sólo unos segundos y respira con el vigor que le quede (que no sea mucho, espero, la verdad) nos hará un generoso favor. No saque la cabeza hasta que vea una luz, un farolillo o lo que sea en lo que usted crea.

Critica usted a mi generación porque pasamos demasiado tiempo delante de pantallas, viendo monstruos y matando en guerras en las que no hemos estado. Puede que tenga razón, pero es curioso que se queje de esto alguien que se sabe la distribución de El Álamo como si hubiese estado allí, que conoce cada veta explotable de plata de La Ponderosa y que cree que ha participado en el Desembarco de Normandía.

Farsante. Eso es lo que es usted. Váyase a mirar obras, al menos allí puede que tengamos suerte y una viga se desplome sobre su encorvada efigie, fantasma representativo de lo que en algún momento fue, eso seguro. Mis respetos por la persona que en su día fuese y que se ve obligada a sobrevivir como un zombi adicto a los western, a concursos de televisión y a la construcción.

Hablando de concursos, uno se llega a preguntar. ¿Para qué ve esos programas? Si prácticamente no entiende las preguntas, menos aún las respuestas. Yo le diré por qué lo hace, aunque no le guste. Usted lo hace por el sentimiento de victoria y derrota. Porque necesita ver quien se encumbra (como usted cree estar, que no, ya se lo digo yo) y quien es humillado con la derrota. Porque ha de pensar que alguien ha caído más bajo que usted. Pero no, ya no queda nadie por debajo de usted. Se lo repito, es usted el lastre que no deja que el mundo avance. Se lo digo por enésima vez, busque un avión y cuando supere la altura recomendada, que para usted será un par de metros: Láncese de cabeza. Ni se lo piense. Sienta el viento en el rostro.

Hay quien piense "¿por qué haces esto?". Si yo parezco una persona formal, nunca le he dicho palabras tan oscuras a nadie. Bueno, se lo voy a explicar. Yo quería escribir sobre fantasía, ¿saben? Mi frustración se basa en que a mi buen maestro le parece que ustedes, buenos huesos resecos, ávidos lectores, no entenderían lo que en esas palabras se oculta (¿ven cómo no soy el único que piensa que son ustedes imbéciles?). Yo quería hacerles llegar un bello relato con el que soñar. Uno que nos permitiese a ambos, lector y autor, recrearnos en un mundo distinto al nuestro. Pero la creencia de que ustedes no serían capaces de entender el contenido nos ha llevado a esto. Es su culpa, pues, que ahora lean estas palabras. Son ustedes un lastre, como les dije anteriormente.

He dejado que hable mi gerontofobia. En el fondo les digo que no soporto ver sus arrugas, no soporto escuchar su voz entre toses y rebuznos, cada vez que les veo me da miedo seguir viviendo. Cada vez que veo a uno de ustedes en un paso de cebra pienso en acelerar en lugar de detenerme. Pero no lo hago, ¿saben por qué? Porque yo sí tengo una vida por delante. Y cuando me vea en su situación… disfrutaré viendo obras, me quejaré de que mi pensión no es lo bastante alta, le diré a mis colegas que deberíamos ir a tomar unos vinos al Húmedo para contarnos historias que puede que no sean reales, pero que igualmente hemos vivido. Tendré que decirles a esos jovenzuelos que no tienen ni idea de la vida porque yo luché en Vietnam con Rambo, en Waterloo contra Napoleón y la plaza de mi ciudad contra el mismo Estado reclamando una subida de pensiones merecida. Me temo que son ustedes un mal necesario, para recordarnos lo que somos, lo que fuimos, y lo que seremos.

Pero les voy a dar un consejo: saquen la cabeza del culo por una puta vez en su vida, y que les den. Tengan buen día; yo, desde luego, no lo tendré.
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