Gaudí & Wright, 1ª Parte: Dos arquitectos mesiánicos

Por José María Fernández Chimeno

28/02/2024
 Actualizado a 28/02/2024
Frank Lloyd Wright (ante la maqueta del Museo Guggenheim de Nueva York).
Frank Lloyd Wright (ante la maqueta del Museo Guggenheim de Nueva York).

«El artista es por naturaleza y por oficio el dirigente más cualificado de cualquier sociedad; intérprete natural e innato de la forma visible de cualquier orden social en el cual o bajo el cual hemos decidido vivir». (Frank Lloyd Wright, 1935)

¿Fue Antonio Gaudí quien inspiró la actitud mesiánica de Frank Lloyd Wright?.

La carrera social de Gaudí se vio interrumpida por la muerte de su mecenas Eusebí Güell (1918) y su dedicación plena al proyecto de la Sagrada Familia, desde 1914 hasta su muerte en 1926. No vivió lo suficiente para conocer un hecho trascendente para su profesión, pues tres años después, las prometedroras actividades de Frank Lloyd Wright (1867/1959) y de Charles-Édouard Jeanneret-Gris (Le Corbusier), quedaron frustradas por el Crac del 29, y la consiguiente depresión económica de la década de los años 30 del siglo XX. Con todo, ninguno de los dos arquitectos comprometió su actitud teórica y visión creativa ante las enormes dificultades.

Estas dificultades, que truncaron la carrera de muchos otros arquitectos, sirvieron para fortalecer el carácter de Wright y sobreponerse a un destino cruel. ¿Cómo pudo ser esto? «Creo que los arquitectos nacen. Dudo mucho que puedan hacerse», afirmó Frank Lloyd Wright en las Conferencias de Londres, de 1939; luego de una década depresiva. Nadie duda hoy en día que también Gaudí había nacido para ser arquitecto. Ninguno de los dos tenía una tradición familiar detrás y, sin embargo, desde su juventud sintieron una fijación por emular la Obra del Creador.

Si algo caracteriza al Gran Arquitecto del Universo es «la geometría». En la Naturaleza apenas si hay superficies rectas, pero podemos encontrar conoides, helicoides, paraboloides hiperbólicos, hiperboloides de revolución…, todas superficies regladas que Gaudí comenzó a aplicar en la ‘Cripta de la Colonia Güell’ (entre 1898 y 1914); un ensayo para la ‘Sagrada Familia’. Sin embargo, Frank Lloyd, saludablemente rebelde y abiertamente antiurbano [la mayor parte de sus proyectos en un periodo decisivo, de 1900 a 1909, fueron las llamadas prairie houses (casas de la pradera)] se inclinó por las frías líneas rectas (horizontales y verticales) para proyectos como ‘Fallingwater’ (La casa de la cascada); hasta que al final de su vida recurrió a la espiral, en el Museo Guggenheim de Nueva York, que abrió sus puertas en 1939.

Diseños del rascacielos Price Tower (1920) de Frank Lloyd Wright.
Diseños del rascacielos Price Tower (1920) de Frank Lloyd Wright.

Después de ellos, nada volvió a ser igual. Puede que Le Corbusier, Mies Van der Rohe y la Bauhaus fuesen más influyentes; pero, estos no hubieran podido hacer lo que hicieron si antes este americano de Wisconsin y este catalán de Reus no hubieran cambiado las normas del juego de la arquitectura, convencidos de que tenían que hacerlo. Esa convicción no solo la tuvieron por el amor y dedicación a su profesión, sino al sentirse «presos de una obsesión enfermiza» por innovar, e hicieron que los edificios volviesen a estar enraizados en el lugar, en vez de limitarse a copiar modelos clásicos.

No obstante, en su época no fueron lo que hoy podríamos llamar influencer, si nos atenemos a lo que los biógrafos pasan por alto demasiado a menudo, que es el atuendo de los arquitectos; siendo como es un elemento determinante en la peculiar configuración de su imagen profesional. Que Antonio Gaudí pasase de vestir con suma elegancia, en sus primeros años de profesional, a llegar a parecer un mendigo el día que fue atropellado por un tranvía, media toda una vida y una larga trasformación religiosa que, sin embargo, no se dio en Frank Lloyd Wright «cuya capa le daba un aspecto anacrónico de dandy del movimiento esteticista, y la de Le Corbusier, que hacía cierta gracia con su bombín, en un remedo de un burgués magrittiano». Es por ello que, ninguno de los dos (o tres) arquitectos ejercieron en la vestimenta de aquel tiempo –ni tampoco después– ninguna influencia apreciable que pudiera acompañar a las de sus proyectos arquitectónicos.

En su Primera Velada (‘Una arquitectura orgánica’, 1939) con arquitectos ingleses advierte que «¡… no podemos tener una arquitectura orgánica a menos que alcancemos una sociedad orgánica! […] Pero sé lo peligroso que es el espíritu misionero; yo mismo desciendo de una larga genealogía de predicadores […] Supongo que yo mismo no tengo mucho derecho a estar aquí, predicándoles y hablándoles de todo esto, pero he trabajado en ello durante toda una vida, y juro que nunca trataré de…». ¿Tratar de predicar en el desierto? Eso lo hizo Gaudí cuando afirmaba: «La naturaleza es nuestro libro de referencia y de él debemos estudiar y aprender».

¿Se puede ser más mesiánico? Con estas declaraciones sabemos que Frank Lloyd Wright se consideraba un «elegido de Dios» tratando de inculcar a los arquitectos las veleidades de la arquitectura orgánica. «Fue sin duda la idea que Wright tenía de sí mismo como un héroe, y de la arquitectura como un todo orgánico e indivisible», aquello que sedujo a otros arquitectos como Charles Eame o Álvaro Altoo de sus principios orgánicos. Por el contrario, para Antonio Gaudí el concepto «mesiánico» no existía en su vida. Mas, fueron otros quienes vieron en él al «elegido por Dios» para engrandecer Su Obra. Cuentan que cuando el librero Josep María Bocabella funda la Asociación Espiritual de Devotos de San José (en 1866) con intención de fortalecer la piedad en una época de progresiva descristianización, fruto de los graves cambios sociales que conlleva la revolución industrial –y años después de peregrinar a Roma (1872)–, siente la necesidad de levantar en Barcelona un templo expiatorio, dedicado a la Sagrada Familia. Cuando Francisco de Paula Villar, el arquitecto diocesano, dimite en 1883, aquella noche soñó que un arquitecto con los «ojos azules» continuaría la obra que se estaba realizando. Al día siguiente, Joan Martorell presentaba a Josep Bocabella a su arquitecto de los «ojos azules». Antoni Gaudí tenía 31 años. También cuentan que poco tiempo después llegó una aportación monetaria extraordinaria y que alguien comentó que en la Sagrada Familia todo era providencial.

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Diseños de Gaudí para el Hotel Atracción (1908). 

Para volver al pensamiento inicial, que no es otro que el mesiánico, diré que Wright tomó prestada la idea de Lao Tsé (c. 500 a.C.), para combinar la visión que tenía de la arquitectura y derribar todos los ideales paganos – sobre todo «clásicos»– de construcción: «‘La realidad del edificio no consiste en las paredes y el techo, sino en el espacio en el que se vive’. ¡Ahí estaba! Al principio me sentí tentado de ocultar mi emoción; me había creído algo así como un profeta, y me había sentido cargado con un gran mensaje que necesitaba la humanidad […] Entonces empecé a pensar que debía sentirme orgulloso de haber percibido algo tal como lo había percibido Lao Tsé, ¡y de haber tratado de construirlo!». (‘El futuro de la arquitectura’ / Wright)

Para concluir, me referiré a las palabras de Wright, en la Segunda Velada, donde anuncia a los lores, damas y caballeros ingleses, que la verdadera arquitectura es poesía, pues: «Un buen edificio es la más admirable poesía, cuando se trata de una arquitectura orgánica». ¿Puede ser un buen rascacielos poesía? Tal vez sí, pero curiosamente, a los dos arquitectos «mesiánicos», Gaudí y Wright, tan próximos a Dios y tan lejos de la sociedad de su tiempo, se les negó la Tierra Prometida (como a Moisés), y jamás pudieron ver en vida realizados los proyectos de sendos rascacielos para la ciudad de Nueva York. ‘La Torre Price’ es uno de los tres proyectos que Frank Lloyd Wright realizó en Oklahoma, encargado por Harold C. Price, fundador de la H.C. Price Company. Finalizada en 1956 el proyecto se basó en un diseño realizado en 1920 para un complejo de cuatro torres en voladizo para St Mark´s, en el centro de New York. A consecuencia de la Gran Depresión que afectó a Estados Unidos durante esa década, el proyecto fue dejado de lado y adaptado por Wright en 1952 para la Price Company. Mientras que el Hotel Atracción nunca pasó de ser un proyecto ideado para la Gran Manzana (Manhattan). Diseñado por Gaudí en 1908 y descubierto en 1956 por Joan Matamala –fiel colaborador de Gaudí–, los detalles del colosal proyecto son misteriosos, e incluso se sigue sin saber exactamente quién fue el cliente y cual sería el lugar exacto donde se habría de ubicar la obra.

¿Cabe mayor penitencia para un arquitecto, por su osadía, tras querer emular la Obra de Dios?

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