No se puede negar —poder se puede y no falta quien lo hace, pero ésa es otra— que todo lo relacionado con Jenaro Blanco, con el tiempo Genarín, adquiere tintes milagrosos y llamativos. No puede ser de otra manera cuando fue una historia que "Julio Llamazares quería que contara Pérez Herrero; pero Pérez Herrero se la contaba a Llamazares para que la escribiera él. Y si don Paco llevó de la nada a Jenaro a los altares, Llamazares convirtió una reunión de la basca de Genarín en la procesión que graban las teles de medio mundo cuando venían con la idea de hablar del recogimiento y la religiosidad de la Semana Santa leonesa".
Pero el legado de Jenaro Blanco, con el tiempo San Genarín, va mucho más allá de su santidad, sus milagros, su procesión, la cena, los 30 pasos o los versos burlescos. Hay aspectos que le convierten en un impagable testimonio de lo que era aquella ciudad de los tiempos del pellejero, en las primeras décadas del siglo XX. Una ciudad que vive en la recreación de Julio Llamazares, como vivía en la ‘Guía cómica de León’ o los recuerdos que el centenario Crémer vertidos en aquella ‘Tabla de varones ilustres, indinos y malbaratados de la ciudad de León y su circunstancia’; sin duda su obra más injustamente olvidada.
Ese León que late en estos recuerdos de los tiempos del santo pellejero es impagable: las coplas, los oficios o algo así, los motes, las costumbres... es una ciudad "muy otra", como diría otro ilustre personaje de la misma, más cercano en el tiempo, Ataúlfo ‘El Comunista’ que cuando estaba en su rincón con el famoso cartel de "curas y monjas... a trabajar" y le preguntaba el párroco de Santa Marina "¿y usted trabaja?", él ni se inmutaba para responder: "Mi caso es muy otro". Como aquel León era muy otro.
Sirva un ejemplo. Un párrafo de ‘El entierro de Genarín’ que habla de uno de los evangelistas de San Genarín:
- El tercero de los evangelistas fue el más popular de todos ellos. No en vano Eulogio, que tal era su nombre, había sido el primer taxista habido en la ciudad. Y no en vano también su proverbial picardía y su acerado ingenio en la composición de coplas y letrillas, que repartía a discreción en sus idas y venidas con el taxi entre la estación del tren y la parada de Santo Domingo, le asemejaban considerablemente al picante y sentencioso pellejero Genarin. Feo, miope, solterón empedernido, la canalla del gremio de taxistas le atribuía, sin embargo, un hijo natural en el vecino pueblo de Azadinos. Le apodaban el Gafas por razones bien a la vista. Pero también el Cuerdas como homenaje a una de sus más gloriosas y afamadas aventuras: la ocasión en que, en unión del Solapas -comerciante de ultramarinos-, Pijoncito- dueño de una confitería- y Pijerto -gerente de una cordelería-, atados todos con una cuerda por la cintura, giraron una visita sorprendente y extemporánea al dormitorio de la Josefina, una prostituta muy remilgada sobre cuya pobre cama pasaron los cuatro visitantes a modo de cinta de ametralladora".
Esa y la ocasión en que, en compañía de Francisco Pérez Herrero transportó un novillo de Salamanca hasta León en el asiento trasero del taxi, confirieron al bueno de Eulogio el papel más legendario y corrosivo dentro de la Cofradía.
El Cuerdas, Pijoncito, Pijero... los motes estaban a la orden del día: Porreto, El tío Perrito el de la tasca, La Bailabotes la del burdel, El Boto que era albañil patizambo o el famoso Héroe de Caney, que, contaba cada día, "habría sobrevivido en El Fuerte del Viso defendiendo El Caney del acoso de las tropas americanas".
No faltan motes en el citado libro de Victoriano Crémer: Lolo El Gitano, Enrique El Prisco, La Tía Menda, El Bemoles ‘cantaor de los muertos’ o Abdón El Campolondongo, vendedor de peras de esa inventada localidad y primer marica de la ciudad conocido por su agresiva locuacidad. Ni que decir tiene que al que le tocó la lotería, y era feo, le llamaban Leovigildo El Agraciado, "al que nunca nadie en la vida vio abrir la mano". Súmale El Carabina, La Matacorderos o El Zurrapieles, sin contar con la famosa prostituta La Moncha o su colega La Abuelina, que vaya usted a saber con que edad ejercía esta profesión para ser conocida con ese apodo. La Moncha participaba además de otra costumbre de la época, la copla satírica. Cuando llegó a la ciudad el teléfono que ya se podía marcar desde la famosa rosca también le cayó su mote, El automático, y así el grupo de copleros de La Gitana les llevó a ambos a una de sus creaciones: "Con esto del automático / hay que ver cómo está León; / llamas a casa de La Moncha / ... y contesta Don Filemón"; nombre que llevaba un director de un periódico católico, que lo sigue siendo. Ni la estatua de Guzmán se libró se sus dardos: "Si reinando Sancho IV, / tuviste tantos cojones. / ¿Qué harías, oh Guzmán / si fuera Rey El Colores".
Otro personaje, El Boto, "profesaba de albañil. No todos los días de la semana y no por pereza o por desgana o por inhibiciones psicológicas, sino lisa y llanamente porque El Boto cuando cogía la cogorza sabatina, no la abandonaba hasta el martes".
Éxóticas profesiones
El Boto era albañil "a tiempo parcial", pero desfilan por El Entierro de Genarín otras formas de ganarse la vida que bien pueden considerarse exóticas, incluso perteneciendo a la basca de un santo, con el tiempo, pellejero.
Así, El héroe de Caney, se hacía acompañar por ‘El Boto’, el citado patizambo y quasimodo, famoso en toda la ciudad "porque cuando estaba borracho (que ya hemos visto que era su estado normal", se ganaba las perras que perdía cuando no iba a trabajar haciendo apuestas de que pasaba corriendo por la barandilla del viejo puente de la Estación. Ni la cojera, ni el vino hicieron que el albañil cayera al abismo como lo prueba el hecho de que siguiera vivo.
Todo un mundo que abarcaba incluso a las profesiones de Jenaro Blanco, que iban más allá de pellejero. Fue, cuenta Llamazares, "muñidor de políticos, cazador de pájaros con liga para venderlos en jaulas, ayudante de barbería" y amigo de gentes como un o de un falsificador de cupones de los ciegos, un chulo, un organizador de excursiones para prostitutas en Semana Santa, un contador de batallas en un bar, un baratero, el albañil apostador, un decorador de escaparates, quincalleros, un ayudante de maletilla...
Es curioso recordar el oficio de muñidor de político, antecedente claro de los gabinetes de prensa. Su trabajo consistía en "hablar bien de su patrocinado, hablar mal de los rivales, espiar sus movimientos y comprar votos". También afeitaba en la barbería de Primitivo "por el extraordinario sistema de introducirles en la boca una piedra pulida en forma de huevo para que pudieran tensar los carrillos sin esfuerzo".
Un León muy otro. Y es que todo cambia. Ya lo dice la copla: "Todo cambia, el mundo gira; / inconstante y veletero, / Palmira es doña Palmira / y Folgueras fue joyero. / Murió la gorra visera / ya es jardinero El Patato. / Es virgen la castañera / y cura guapo don Honorato".
No me digáis que no. Aquel León del santo "era muy otro".