Francisco de Paula Antonio de Borbón y Borbón-Parma, infante de España. Goya

Por Miguel Soto

05/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Detalle de la pintura de Goya.
Detalle de la pintura de Goya.
Acabamos nuestro repaso bicentenario con un duendecillo bueno de cara entre inocente y sabia, pelo de asilvestrada cría y una especie de rojez como de haberse mordido el labio. La esperanza hecha niño.

Por fin alguien a quien Goya pudo retratar guapín. Lo que se llama hondura psicológica del pintor no es más que un eufemismo para decir que al que fuera bruto o gandul se lo iba a cobrar en la pintura, consolidándole algún rasgo que funcionase de alegoría de su carácter. Vamos, lo que viene siendo pintarlo con la boca abierta si era imbécil. Y qué bien nos lo ha hecho pasar con ello a los que vemos la contemplación socarrona de las pinturas de nobles mucho más divertida que una legión de youtubers.

No se da lo que sucede con muchos otros rostros pintados y que sorprende especialmente a mi madre en el Prado: que parezcan contemporáneos. Como recién vistos jugando en el Parque San Francisco o en Zagal probándose zapatos. Y no se da eso porque este estudio del natural está un poco difuminado. Es un boceto de un personaje que rodea, junto a los de todos los demás que la componen, a ‘La familia de Carlos IV’. No podíamos dejar de poner un cuadro de la realeza, del que tantos hay en el Prado y con el que tantos identifican el museo para mal. Repetimos y cerramos con Goya por ser el pintor del que más obras hay en el Prado y porque se le valora como «el auténtico precursor de la pintura moderna» . Ahí es nada. Feliz curso.