Espejos de agua

Mi compañero de viaje en Wrangell-San Elías , es el poeta y ensayista Gary Snyder, narrador de la naturaleza y el alma salvaje

Alfonso Fernández Manso (Texto y fotografía) / Óscar Fernández Manso (Cartografía)
27/08/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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El viajero está dispuesto a recorrer la inmensidad de lo salvaje. El Parque Nacional y Reserva Wrangell-St Elias es el más extenso de Estados Unidos. Junto con el vecino Parque Nacional Kluane en Canadá conforman una de las áreas silvestres salvajes más extensa del planeta con una superficie de más de ocho millones de hectáreas. El Wrangell-St Elias está configurado por altísimas montañas y enormes glaciares. Las cordilleras de Chugach, Wrangell y San Elías convergen aquí, por lo que el Parque Nacional dicen que es el ‘reino de las montañas de América del Norte’. El monte San Elías (5489 m) es el segundo pico más alto en Estados Unidos. Por cierto, en la cordillera de Wrangell, de origen volcánico, se puede observar el halo de vapor que a veces cubre el Monte Wrangell (4316 m), el único volcán que todavía permanece activo en el Parque.

En Wrangell-San Elías hay una variada y apreciada fauna salvaje. Una de las mayores concentraciones en América del Norte del inmaculado muflón de Dall (Ovis dalli).  Esta especie convive en el Parque con grandes mamíferos como los caribús, alces americanos, bisontes, osos pardos y negros. Y, no tan grandes, pero muy importantes como linces, nutrias de río, martas, zorros, lobos, marmotas, castores, puercoespines y liebres nivales. En este territorio salvaje el viajero ha encontrado la inmensidad perdida en la naturaleza europea, humanizada y fragmentada. Y ha encontrado los espejos desde los que mirarla.

Wrangell-St Elias es un lugar de espejos, espejos de agua. En sus ríos y arroyos, en sus extensos y brillantes glaciares, en sus lagunas se refleja el encanto de la naturaleza salvaje y de nosotros mismos. Frente a esta profusión de espejos sentimos inesperadamente, como afirma Gary Snyder, que «nuestros cuerpos son salvajes: el rápido giro involuntario de la cabeza ante un grito, el vértigo al mirar sobre un precipicio, el corazón en la garganta en un instante de peligro, la recuperación del aliento, los silenciosos momentos reponiéndose, observando, reflexionando. El cuerpo no requiere la intercesión de un intelecto consciente para hacerlo respirar o mantener el latido del corazón. Es en gran medida autónomo y tiene vida propia. Las profundidades de la mente, el inconsciente, son nuestras áreas salvajes interiores».
Es en la inmensidad de lo salvaje, frente a sus espejos de agua, donde reconocemos que según Gary el «ego consciente y planificador ocupa un territorio muy restringido, un pequeño habitáculo cerca de la verja de acceso que lleva la cuenta de lo que entra y sale pero el resto se ocupa de sí mismo. El cuerpo se encuentra, por así decirlo, en la mente. Ambos son salvajes».

Mi compañero de viaje en Wrangell-San Elías es el poeta y ensayista Gary Snyder, (San Francisco, 1930). Viajero y narrador de la naturaleza y el Alma salvaje. Buena parte de su vida la ha pasado en la Sierra Nevada californiana donde vive desde hace años, en Tamalpais, o visitando fronteras remotas como Alaska.

Gary es un heredero de los valores éticos de Thoreau. Su ética mantiene que «el hombre debe relacionarse directamente con su mundo para así leer sus signos y comprenderlo». Para ello es necesario pertenecer a un lugar y una comunidad, caminarlo y vivir su geografía, conocer sus costumbres, su fauna y su flora, su lengua y su literatura oral. Todos ellos son aspectos de la cultura ancestral de cada pueblo, un conocimiento que es necesario mantener y preservar.

Gary es hoy uno de los poetas vivos más respetados en lengua inglesa. Ya en 1975 recibió el premio Pulitzer por ‘Isla Tortuga’, el nombre que le daban los nativos a Norteamérica. Dos pequeños poemas sirven para ejemplarizar la fuerza y el ímpetu de su poesía y su compromiso ético por su conservación: «Y vendieron sus cedros vírgenes. Los árboles más altos en kilómetros. A un leñador que les dijo: Los árboles están llenos de bichos» o «El 4×4 de la inmobiliaria trae buscadores de tierras, ojeadores, le dicen a la tierra: Ábrete de piernas».  Escuchando estos poemas el viajero descubre los vínculos de su poesía con la «Generación Beat». La generación de aquellos jóvenes, con poco dinero y pocas perspectivas, que como Jack Kerouac se prometieron una vida salvaje: «Y me prometí que iniciaría una nueva vida. Vagabundearé con una mochila, seguiré el camino puro».

Gary creció a partir de esa promesa de vida salvaje, contemplándose cada mañana en espejos de agua. El reflejo de las montañas, de los lobos, de los antiguos indígenas se fundieron con sus propios reflejos: «Soy un poeta. Mis profesores son otros poetas, indios americanos y unos pocos monjes budistas en Japón. La razón por la que estoy aquí es porque deseo traer una voz desde lo salvaje, en cuya representación vengo. Deseo ser portavoz de un reino que no está generalmente representado ni en las cámaras intelectuales ni en las cámaras de gobierno».

El viajero ha abierto en Wrangell-San Elías el libro de Gary ‘La práctica de lo salvaje’ Una colección de nueve ensayos reflexionando acerca de la concepción que las sociedades civilizadas tienen del término «salvaje», asociado con desorden, desobediencia y violencia. «Necesitamos una civilización que pueda convivir entera y creativamente con lo salvaje». Otro tipo de vida es posible, una vida más profunda y humana, de hermanamiento con la madre naturaleza.
Gary acentúa que la filosofía es un «ejercicio enraizado en un lugar», conectada a la «sabiduría de las abuelas» de cada comunidad. En una hermosa afirmación, nos recuerda que «los libros son nuestros ancianos maestros». A pesar del drama de la pérdida de lo autóctono en favor de un mundo cada vez más globalizado, lo salvaje permanece y se revela como la esencia de la naturaleza, el ser humano y la mente.  Las lenguas son asimismo naturalmente salvajes, y forman parte del paisaje geográfico conformando, junto con cordilleras y ríos, fauna y flora, costumbres y cantos las fronteras naturales que distinguen unas regiones de otras.  

El viajero cierra el libro para continuar buscando reflejos en espejos de agua, quizá la forma más sugerente de la práctica de lo salvaje. Este Parque Nacional es realmente impresionante. Las áreas de la cuenca del río Copper y la bahía Yakutat son las mayores rutas migratorias para una gran cantidad de aves. Las áreas de tierras pantanosas brindan hogares de temporada para que aniden los gansos, los cisnes trompeteros, los patos y otras aves acuáticas. Las águilas calvas y doradas, los halcones peregrinos, los gerifaltes, los camachuelos picogrueso, los herrerillos y varios tipos de pájaros carpintero anidan en el parque. Las especies que residen durante todo el año incluyen el lagópodo alpino, el gallo siberiano, cuervos, azores y el búho americano. En las aguas del parque desovan tres tipos de salmón (rojo, plateado y rosado), la trucha arco iris, la trucha de lago, el tímalo, el salvelino y el pez lota. Dice Gary sabiamente: «la Naturaleza y los Hombres necesitan variedad, diversidad y libertad para crecer. Cualquier forma de monocultivo mental es signo de estancamiento y muerte».

Aquí, en Wrangell-San Elías, el viajero ha podido experimentar la inmensidad de una naturaleza salvaje que jamás había vivido. Montañas grandiosas, glaciares enormes y ríos cuyos tremendos caudales se llevan para siempre aquellos espejos de agua en los que se miró. En uno de aquellos espejos el viajero escuchó el último poema de Gary Snyder, un testamento salvaje, sugerente y visceral: «En el siglo próximo o el que le siga, dicen, habrá valles, pastizales donde podremos reunirnos en paz si conseguimos llegar. Para escalar estas cumbres venideras una palabra para ti, para ti y tus hijos: Permanezcan juntos, aprendan de las flores, anden livianos».
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