Escrito con carbón

Noemí Sabugal, una hija del carbón, narra en su último libro, ‘Hijos del carbón’ el fin de la minería en León y en España, un trabajo a medio camino entre el libro de viajes, el ensayo, el reportaje y la autobiografía

Fulgencio Fernández
06/09/2020
 Actualizado a 06/09/2020
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El final de la minería se podría contar de muchas maneras. Pura literatura, pura biografía de la mano de un minero, periodismo... o lo puede contar la gordonesa Noemí Sabugal, y escribirla con carbón en vez de con pluma, con corazón en vez de con escepticismo, con dolor en vez de con distancia. Y, sobre todo, con verdad. La suya. La de una hija del carbón.

«Mi abuelo José tenía una nube oscura en el pecho. Sus pulmones eran una esponja negra que había absorbido durante dos décadas el polvo del carbón. Había entrado en la mina de guaje, con catorce años, para empujar las vagonetas con el mineral y limpiarlas, para cuidar a las mulas y llevarles la comida a los mineros que trabajaban en las galerías más profundas. Cada día, después de caminar varios kilómetros desde casa, llegaba a la mina y comenzaba a respirar el polvo maldito. Así muchas horas al día, muchos días al año, muchos años de una vida que apenas había comenzado. El polvo entraba en los pulmones y mi abuelo, sin notarlo, se iba ahogando poco a poco».Son las primeras lineas del libro de Sabugal, Hijos del carbón, que llegará a las librerías el próximo 17 de septiembre. Después de leerlas es fácil entender que tiene que estar escrito con carbón y corazón. Mas no es todo la historia del abuelo José que «con treinta y seis años, mi abuelo José tenía veinte de vida laboral, silicosis de segundo grado y los pulmones de un hombre de setenta años». Noemí lleva más carbón en las venas. «Mi abuelo Santos se quedó enterrado en la mina tras una explosión de grisú, el gas asesino de las minas de carbón. La galería en la que trabajaba se vino abajo. Lo sacaron. Estaba muy grave. Lo llevaron al hospital, pero no mejoraba. En la cama, su cuerpo se agitaba por la fiebre y los espasmos. Un cura le dio la extremaunción. Mi abuela, con tres hijos entonces -después vendrían otros tres-, se preparó para lo peor. Pero mi abuelo salió de la sala de espera de la muerte. Siempre lo atribuyó a un casi-milagro, a la intervención de un veterinario evangélico. Este hombre era Audelino González Villa...». Narra después Sabugal que su abuelo se hizo evangélico.Entre los bisabuelos —y bisabuelas— también hubo mina, penurias, huidos al monte, mujeres que se la jugaban para llevarles alimentos, historias que le llegaban, unas veces en la voz baja del miedo y otras a pecho descubierto. Con estos antecedentes. Con este alma y la pluma de Noemí Sabugal, la ya mostrada en Al acecho o Una chica sin suerte no extraña nada que esta historia sedujera a una editorial tan emblemática como Alfaguara, en la que ha visto la luz. Un libro escrito con carbón, su autora lo reconoce: «De la mina de carbón, esa garganta oscura, salen las palabras de este libro. Su voz parte del interior de la tierra y del de la autora, en primer lugar. Después se amplifica con otras voces. La letra de esta canción minera tiene diferentes orígenes, escritos y orales, y siempre estará incompleta».También está detrás de este nuevo libro de Noemí Sabugal la periodista que es, la que ha pisado las redacciones, hecho reportajes, la que ganó el premio Cossío con uno de sus primeros trabajos en la vieja La Crónica con su mirada sobre la multiculturalidad en un barrio leonés. Es Hijos del carbón una mezcla de muchas cosas, una suma de miradas. «Entre una ensalada de géneros, estas páginas son también una crónica de viaje. La mirada es bifocal: lo lejano y lo cercano, el paisaje y el paisanaje. Un reto óptico para una miope con inicios de presbicia. El cronista de viajes está «enfrentado al espacio -desmesurado-, y al tiempo -finito- de su viaje, viviendo en una patria en la que, a cada paso, debe tomar la única decisión que importa: qué mirar», dice la periodista Leila Guerriero.Y la leonesa viajó a todas las cuencas mineras, miró para ellas, Asturias, León, Palencia, A Coruña, Teruel, Puertollano, Barcelona, Córdoba, Sevilla... Escuchó y leyó. Puso corazón y lo reafirmó con datos, recuerdos, titulares para entender cómo hemos saltado de hijos del carbón a hijos del petróleo. «El encendido de la cocina de carbón, trabajoso además de sucio, poco tiene que ver con las cocinas de ahora, eléctricas o de gas (...) La cocina de carbón no sólo servía para cocinar. En el horno, además de hacer bizcochos y flanes, se calentaban las zapatillas y el ladrillo que por la noche se envolvía para llevarse a la cama. También caldeaba toda la casa, aunque esto sólo en teoría. En realidad, la mayoría de las casas en invierno tenían un único lugar caliente de verdad: esa cocina con el fuego de carbón».

Ahí está la tragedia de las cuencas mineras leonesas, la ya históricas desaparecidas —Sabero—, las recién enterradas —Gordón, Laciana, Bierzo—, el fin de una forma de vida. «En viejos economatos, en edificios de oficinas o viviendas, en campos de fútbol, en vallas, en llaveros, en los monos azules que usan los jubilados para trabajar en la huerta. En muchos lados se ven todavía las siglas HVL (Hullera Vasco Leonesa), las de la poderosa empresa minera de la montaña central de León».

En otros lugares las siglas son HSA, MSP... viejos recuerdos.

Historias de los hijos del carbón.
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