Director: Martin McDonagh.
Intérpretes: Colin Farrell, Brendan Gleeson, Kerry Condon, Barry Keoghan.
Género: Drama / Comedia.
Duración: 115 minutos.
El último estreno de Martin McDonagh nos sitúa en 1923, en la ficticia Inisherin, una desamparada isla de la costa de Irlanda, con un número de empadronados cercano al de un pueblo de Soria y con la Guerra Civil Irlandesa de telón de fondo. Entre sus escasos pobladores se encuentran Pádraic y Colm, una pareja de amigos de toda la vida, interpretados magistralmente por unos Colin Farrell y Brendan Gleeson en plena forma, cuya amistad se ve súbitamente cercenada por el segundo sin razón aparente. Este cambio repentino en la actitud de Colm desencadenará el caos en la vida de Pádraic, quien tratando de comprender qué le ha llevado a su amigo a ignorarle, verá cómo se tambalean las bases de su aburrida, pero hasta entonces feliz, vida.
A diferencia del resto de obras de McDonagh, cuyo breve palmarés no cuenta con una sola película mala, ‘Almas en pena de Inisherin’ no me enganchó de inmediato, como si lo hicieron ‘Escondidos en brujas’ o ‘Tres anuncios en las afueras’, que, con sus diálogos rápidos, su humor ácido y su violenta frivolidad, hicieron las delicias de quien es un fiel alumno de la escuela de Tarantino y Scorsese. Con estas expectativas, fui al cine pensando echarme unas risas y a disfrutar de una historia sencilla y oscuramente cómica, como hasta ahora nos tenía acostumbrados el cineasta inglés. Y eso fue con lo que me encontré, una premisa simple y cargada de humor negro, pero que va dejando un rastro de detalles y reflexiones, como si de migas de pan se tratase, hasta revelar un mensaje desapacible, un drama existencial disfrazado de comedia. No es casualidad que transcurra en un pueblo alejado de la mano de Dios, cuyos habitantes con tendencias analfabetas pintan todo de un tono más irreverente y rural, pero cuyos problemas son los mismos que puede padecer cualquiera de nosotros.
La trama se impregna de la parsimonia del entorno insular, cuidadosamente ilustrado por una cinematografía que muestra paisajes tan bonitos como vacíos, donde unos pueden ver un paraíso tranquilo y otros una quietud infernal. Este ritmo pausado se sobrelleva gracias al fino trabajo de guion, en el que, a pesar del poso dramático, la comedia está por doquier, sacando todo el partido posible a las soberanas actuaciones de su escaso reparto, todas ellas nominadas al Óscar, que en otras manos menos capaces condenarían a ‘Almas en pena de Inisherin’ a ser víctima del mismo aburrimiento que retrata.

A su vez, la pareja de protagonistas cuenta con sendas versiones acentuadas de sus virtudes y carencias: por el lado de Colm está Siobhán (Kerry Condon), la hermana de Pádraic y posiblemente la persona más inteligente de la isla; mientras que este último se ve reflejado en Dominic (Barry Keoghan), el joven tonto del pueblo. A pesar de ser extremos opuestos en el plano intelectual, los roles de Siobhán y Dominic coinciden en la esfera social, concretamente, fuera de esta, porque ambos comparten la carga de ser diferentes al resto. Sin embargo, lo que les diferencia de la pareja protagonista es su humildad. Ellos ya conviven con la soledad y el olvido, aquello que acecha a Pádraic y Colm respectivamente, pero que el orgullo de estos les impide aceptar y los lleva a combatirlo simultáneamente entre ellos y contra sí mismos, algo que tanto Siobhán como Dominic, una por su sensatez y otro por su inocencia, son capaces contemplar en todo su absurdo.
Todo esto no es sino una alegoría de la guerra civil que se libra a unos pocos kilómetros, en la isla de al lado, donde los irlandeses se matan entre hermanos creyendo que pelean por su pueblo, pero realmente lo están masacrando, la metáfora de la pescadilla que se muerde la cola, dando salida a la incertidumbre vital por la vía fácil, la violenta. Solo una excusa más para huir de nosotros mismos mientras la muerte se sienta a esperar, como una ‘banshee’, inexorable.
Aprovecho para mencionar que el significado de términos como la mencionada ‘banshee’, una criatura de la mitología irlandesa que augura la muerte, expresiones autóctonas y el propio acento de los lugareños son elementos intrínsecos a la identidad de la película, que desgraciadamente se pierden tras el tupido velo del doblaje. Yo siempre he defendido el doblaje en castellano a ultranza, pero en este caso descafeína la versión original, privándola de su atractivo léxico.
Salvando la barrera del idioma, ‘Almas en pena de Inisherin’ es una historia ligera, que puede disfrutarse como una comedia, deteniéndose a disfrutar de las vistas; y a su vez densa, con una lectura introspectiva acerca la propia condición humana que termina inclinando la balanza hacia el lado del drama. Como en la vida, todo depende de cómo se mire.