Narciso es uno de los personajes más famosos de la florida mitología griega. Y aunque existen diversas versiones del mito, en todas ellas es un joven bello y vanidoso que se enamora de su propia imagen al verse reflejado en el agua, y acaba muriendo por ello.
Es este mito y más concretamente su engreído protagonista quién inspiró el término narcisista, ese nuevo mal común, esa enfermedad que actualmente todos padecemos en mayor o menor medida.
El narcisismo como patología recibe el nombre de Trastorno Narcisista de la Personalidad, y se caracteriza por un patrón generalizado de grandiosidad, una enfermiza necesidad de admiración y la siempre llamativa falta de empatía. Es una enfermedad cuyas víctimas, más que los propios afectados, son las personas que se relacionan con ellos. Curiosamente es una alteración poco frecuente o poco diagnosticada como tal. Sin embargo, los comportamientos o cualidades narcisistas son tan comunes y aceptados en nuestra sociedad que a veces nos puede resultar trabajoso identificarlos.
El excesivo individualismo, la obsesión por la propia imagen, la búsqueda de reconocimiento social, egocentrismo, dificultad para tolerar cualquier crítica… ¿Les resulta familiar? Basta con observar a nuestro alrededor, y el mejor escaparate que existe es el de las omnipresentes redes sociales. Esos lugares llenos de publicaciones donde cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Facebook, Twitter, Instagram… millones de personas exhibiendo detalles de su vida sin pudor alguno. Famosos y no tan famosos buscando publicar la foto perfecta, la frase definitiva… Cualquier cosa que les proporcione un buen número de ‘me gusta’ o de nuevos seguidores.
El periodista Jeffrey Kluger en su libro ‘The Narcissist Next Door’ (algo así como El narcisista de al lado) analiza esta imparable epidemia. Les describe como: «tercos y al mismo tiempo encantadores, están llenos de energía creativa y van sobrados en el arte de venderse a sí mismos». Suelen creerse mejor que los demás y como consecuencia de ello, con mayores derechos. Como muchos de ustedes ya pueden imaginar, en la clase política es casi condición ‘sine qua non’, porque como dice el autor: «las personas tímidas no llegan a la Casa Blanca. La gente humilde no llega a la Casa Blanca». Kluger se aventura incluso a clasificar a los presidentes estadounidenses según su grado de narcisismo, y en el número uno del ranking encontramos a Lyndon B. Johnson (1963-1969) quien «fue un terrible ejemplo de narcisismo con su inhabilidad de apearse de la Guerra de Vietnam, porque no quería convertirse en el primer presidente en perder una guerra». Un empecinamiento que supuso la muerte de miles de personas.
Y lo peor de este mal que nos invade es su carácter definitivamente hereditario. Educamos a nuestros retoños en la alabanza constante, repitiéndoles sin cesar que son especiales, que son los mejores, los más guapos, los más listos… sin importar sus logros. Todo a cambio de nada. Estamos criando a una generación de narcisos que ríete tú de las Kardashian y su prole.
En España tenemos actualmente 1,3 hijos de media. Volcamos toda nuestra atención, nuestras ilusiones, nuestro tiempo, energía y dinero en ese 1,3. Pendientes de aplaudirles en cada paso que dan en la vida pero olvidándonos muchas veces de marcarles límites, obligaciones… ¿Creen que mi abuela María, que tuvo diez hijos como diez soles, tenía tiempo de tanto refuerzo y alabanza?
Lo cierto es que nuestros jóvenes narcisos tienen todo al alcance de su mano, y sin embargo numerosos estudios revelan que son menos felices que las generaciones anteriores. Por algo será.
Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
Epidemia narcisista
Lo cierto es que nuestros jóvenes narcisos tienen todo al alcance de su mano, y sin embargo numerosos estudios revelan que son menos felices que las generaciones anteriores
26/03/2017
Actualizado a
19/09/2019

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