Concluye el mes de agosto entre los múltiples incendios que siguen castigando nuestra hasta ahora magnífica geografía leonesa. Con él concluye también esta segunda serie dedicada por Olga Orallo y por mí misma a las ruinas que salpican la provincia y aún alguna otra dentro de lo que podemos considerar el viejo reino leonés, ruinas que, en muchos casos, adquirían ese misterio del que les dotaba el hecho de ser poco a poco engullidas por la naturaleza que volvía a apoderarse de ellas, con ese ambiente romántico que tanto atractivo ejerció sobre aquellos viajeros que llegaban a nuestras tierras desde otros países como Francia, Inglaterra o Alemania, especialmente durante todo el siglo XIX y quizá los primeros años del siglo XX. Entonces, lo que para nosotros era solo un símbolo de miseria sobrevenida y abandono del que era necesario escapara cuanto antes, para ellos estaba lleno de reminiscencias históricas que podían convertirse en los más fastuosos escenarios de épicos episodios del pasado.
Aún me llega el olor a humo mientras escribo estas líneas con las que finalizaré este viaje veraniego por lugares que tantas veces me han acompañado a lo largo de mi vida. E incluso algunos restos de ceniza. Lo hago desde Astorga, rodeada de un marco pétreo incomparable, y lleno de historia, mientras me sorprenden las noticias sobre nuevos focos de incendio que siguen propagándose por todo el territorio. Total, Molinaseca tampoco está tan lejos de este lugar cruce de caminos en el que me encuentro, como tampoco lo están Igüeña, ni Colinas del Campo de Martín Moro Toledano, ni... Se me encoge el corazón pensando que la próxima vez que vuelva mi vista y mis pasos sobre dichos lugares no encontraré más que calcinación, polvo negro allá donde antes había frondosa vegetación, y esqueletos ennegrecidos de lo que antes fueron frondosos árboles que nos regalaban su sombra y mucho más. Y también silencio, el silencio provocado por la desaparición de los animales, algunos de los cuales habrán caído carbonizados por las llamas si no tuvieron la suerte de encontrar un paso entre ellas que les permitiera escapar hacia otros lugares aún llenos de vida, o por la ausencia de las hojas de los árboles que ya no nos dejarán escuchar el sonido del viento al deslizarse entre ellas.

Las ruinas a las que hoy vamos a referirnos se encuentran ligadas a la población de Manzanedo de Valdueza, antiguamente denominado como Villarino y perteneciente al desaparecido ayuntamiento de los Barrios de Salas, en lo más recóndito del valle del río Oza, a unos 13 km al sureste de Ponferrada, ayuntamiento al que hoy pertenece y localidad en la que viven la mayor parte de sus gentes, que conservan algunas de sus casas. Se localiza la población en medio de un umbrío y espeso bosque de castaños y asentada sobre pronunciadas laderas en torno a las cuales se agrupa el pueblo, podríamos decir que en forma de ‘c’ y dividido en dos partes, como a modo de barriadas. Mas no va a ser el pueblo, propiamente dicho, el objeto de este artículo, pues si hasta relativamente hace poco tiempo Manzanedo estaba casi despoblado, debido a la mejora de accesos y a su cercanía a Ponferrada las casas se han venido transformando en segundas residencias de la gente que se desplazó a vivir a la misma, haciendo que ahora mismo, más allá de algunos totalmente abandonados y deteriorados, prácticamente no haya edificios en ruina, habiendo sufrido en poco tiempo uno de los mayores procesos de transformación de la zona de Valdueza, y haciendo difícilmente reconocible el paisaje típico de esta zona y su personal identidad.
Por ello, de este Manzanedo, asentado en la confluencia de los arroyos Val, La Reguera y El Manzanedo, nos interesan hoy –más que el propio núcleo poblacional– las ruinas de la que fue una de las dos iglesias con la que contó la población, concretamente la Iglesia de San Pedro, una iglesia que ya lleva mucho tiempo, más de un cuarto de siglo, sin culto y en claro estado de deterioro. Situada sobre un cerro a 870 m de altitud sobre el arroyo de Manzanedo, esta antigua iglesia se encuentra al oeste del pueblo, a poco menos de un kilómetro del mismo, a través de un camino dominado por un antiguo y frondoso bosque de castaños. Su existencia, según la documentación a la que aluden diversos estudiosos de los bienes eclesiásticos del obispado de Astorga, al que pertenecería, parece ya registrado hacia el primer tercio del siglo XII, y podría haber estado entre las propiedades adscritas, por aquel entonces, al monasterio de San Pedro de Montes.
Se encuentra dentro de la zona que se conoce como la Tebaida leonesa y, dado su estado de deterioro, desde hace años se encuentra en la Lista Roja del Patrimonio Histórico, dentro de la categoría de yacimientos arqueológicos de carácter religioso, referidos a iglesias y capillas. Habría entrado en la misma el 13 de febrero de 2014, recogiéndose, con respecto a su estado, la siguiente y desoladora ficha: «En total abandono. Cabecera derrumbada en parte; las ménsulas y vigas de la techumbre casi vencidas por la humedad; los retablos, desvalijados; las imágenes, incluida la titular, robadas o desaparecidas; las losas del suelo, levantadas y removidas. El elemento más notable, la portada, se encuentra en grave peligro bajo un pórtico ruinoso, apuntalado de emergencia por los voluntarios de Pro-Monumenta. La razón de su inclusión es su deterioro progresivo, los hundimientos y los expolios».

Desde entonces, en verano de 2015 se procedió, por parte de la Concejalía de Medio Rural y Patrimonio Cultural Rural a un desbroce de arbolado, matorral y pasto en todo el perímetro de la iglesia; y, tras la firma en septiembre de ese mismo año de un protocolo de cesión entre el Obispado de Astorga (titular del edificio) y el ayuntamiento de Ponferrada, se realizaron, por parte del mismo, diversas reparaciones de urgencia destinada a frenar su deterioro. Posteriormente, en los dos años pre-pandemia, se habrían ejecutado también nuevos trabajos tanto en el porche como en el tejado, a pesar de lo cual no consigue salir de la lista roja en la que sigue incluido. Tras esta circunstancia no será hasta diciembre de 2023, que el ayuntamiento de Ponferrada se vuelva a hacer eco de las obras de desbroce de su entorno así como de las de liberación de «parte de sus muros del destructor abrazo de las hiedras». También se hace lo propio con el levantamiento topográfico que ese mismo año se ha realizado desde el Proyecto Genadii, una iniciativa para fomentar el desarrollo socioeconómico del Valle del Silencio, que inicialmente se puso en marcha en 2014, y que serviría de base para la presentación de las líneas generales de un proyecto que, durante el 2024, y siempre dentro del marco de dicho proyecto Genadii, pretendía «el estudio del aprovechamiento de los muros inmediatos a la iglesia, para habilitar un albergue para caminantes y estudiosos de la Tebaida», además de la restauración de la iglesia, «rehaciendo el derruido muro posterior del presbiterio, consolidando el tejado para frenar el deterioro de la estructura de madera y, consolidando el porche en riesgo de colapso».
La iglesia, a la que venimos refiriéndonos y que sería objeto de la restauración señalada, parece que estaría reedificada hacia el siglo XVII sobre una mucho más antigua de carácter románico (o incluso prerrománico, según las fuentes). Su factura es de una construcción de una sola nave, de cabecera cuadrangular, rematada con una espadaña a la que en su momento se accedería a través de una escalera exterior de la que ya no quedan restos, hecho por el que es probable que aún se conserven las campanas a las que es imposible acceder, una de las cuales –al menos– sería del último periodo gótico como lo ponen de manifiesto los relieves e inscripciones de la misma, típicos de tal periodo. El acceso al interior se realiza a través de un sencillo pórtico de madera en el que encontramos el único elemento de sillería del conjunto, un arco de medio punto, seguramente reaprovechado de la edificación previa. En cuanto al albergue, que «a diferencia de otros albergues, no se encuentra en un pueblo, sino aislado en medio de uno de los castañares más hermosos de El Bierzo» y que sería de gestión municipal (recordemos que el enclave depende del municipio de Ponferrada), se aprovecharía para su rehabilitación (prácticamente nueva construcción habría que decir, dando el estado de las ruinas) el espacio adjunto a la propia iglesia «donde estuvieron las viviendas de los monjes y ahora solo quedan algunos muros en pie», con un uso «destinado para un turismo sostenible, caminantes, ciclistas, estudiosos de la naturaleza, y que a su vez sirva como lugar para custodiar de la iglesia de San Pedro de Villarino».

Desde esta información, publicada por el ayuntamiento de Ponferrada hace más o menos año y medio, desconozco el estado actual del proyecto. No es raro pues ya se sabe que, tal como dice el refrán, «las cosas de palacio van despacio». Para colmo de males, la zona en la que se encuentra situado este monumento, este verano está sufriendo el azote de las llamas. Manzaneda de Valdueza forma parte de los pueblos que se han visto evacuados ante los incendios declarados en Bouzas o en Llamas de Cabrera y que avanzaban en dirección a esta y otras localidades de la zona, destruyendo a su paso la vegetación que cubría estos montes. Sin datos concretos para saber si esta circunstancia ha afectado aún más el deterioro de este lugar, no está de más recordar que no sería la primera vez que el fuego asola no solo la iglesia de «San Pedro de Villarino», también el Pueblo de Manzanedo de Valdueza. Parece ser que, aproximadamente, hacia mediados del siglo XVII, tras haber sido reformada por «valor de más de 100 ducados» la casa rectoral adjunta al edificio de la iglesia y sin que esta hubiera podido ser inaugurada aún, se habría quemado «toda la casa, con todo lo que en ella había, sin que hubiera género de remedio por la gran furia del fuego». Medio siglo después, y en pleno invierno, fue el pueblo de Manzanedo el que se convirtió pasto de las llamas «habiendo quedado en él tres casas, siendo las quemadas más de setenta, sin poder sacar de ellas cosa alguna, por haber sido el incendio de noche y haber sido de crecido aire, que a un tiempo se abrasó todo, cuyo incendio duraría dos días». Un fuego en el que también fue destruida la iglesia de Manzanedo y de la que solo se salvó la imagen de un Santo Cristo «muy devoto», que fue hallada por el cura tirada en un camino, para ser después depositada en la iglesia de San Pedro de Villarino.
Si a dicha circunstancia unimos el posible estado en el que haya quedado la zona tras los incendios de agosto que ha azotado esa parte del territorio, quien sabe si esos intentos de restauración (y con ellos la salida del monumento de la Lista roja de Hispania Nostra) podrán ser algún día realidad. En cualquier caso, de ser así, sin duda lo harán en un entorno natural a todas luces muy diferente al que hasta hace muy poco lo albergaba, en uno de los enclaves más bellos de nuestro patrimonio natural, como era el castañar en el que se encontraba. Habrá que esperar a que los primeros efectos de los incendios dejen de poner en peligro vidas y patrimonio para reconocer su estado actual y saber que se puede seguir haciendo por sacarlo de esa lista roja en la que aún pertenecen tantos ejemplos de nuestro patrimonio.