Hoy despedimos a una de las voces más prometedoras de la poesía leonesa, Arancha Barrientos.
Arancha se nos ha ido demasiado pronto, dejando en quienes la conocimos —aunque fuera solo a través de sus versos— la certeza de haber asistido al nacimiento de una poeta de verdad: de esas que no escriben para figurar, sino porque no pueden evitar sentir.
Su primer libro, Fuego en la nieve, ya anunciaba una escritura volcánica y luminosa. En el segundo, Una de cal y dos de arena, su voz se desplegaba con más hondura y madurez: la de una joven que sabía mirar el dolor sin miedo, que transformaba las heridas en arte y la fragilidad en fortaleza. «Ella que, siendo tan fría, un día, cansada, cogió y el dolor lo convirtió en arte, en poesía», escribió en uno de sus textos. Y así fue.
Arancha escribía con la intuición de quien escucha el temblor del mundo. Su voz —esa voz de sirena que algunos tuvimos la suerte de oír en recitales— tenía la capacidad de envolver, de emocionar, de dejar un silencio distinto después de cada poema.
Hoy su ausencia duele, pero su palabra queda.
En cada libro, en cada verso, en cada lector o lectora que encuentre refugio en su manera valiente de sentir.
Hasta siempre, sirena.
Tu voz no se apaga, solo cambia de orilla.
Por Marina Díez
Editora de Mariposa Ediciones