El valle de los avasallados

Bruno Marcos reflexiona en torno al documental de Mario Santos y Lores Espinosa sobre la muerte de Riaño, que recientemente fue exhibido en los circuitos comerciales

Bruno Marcos
15/12/2016
 Actualizado a 18/09/2019
Una elocuente imagen del documental ‘Mi valle’. | WAVES FILMS
Una elocuente imagen del documental ‘Mi valle’. | WAVES FILMS
Los que tuvimos la suerte, hace algunas semanas, de llegar a las ventanillas de los cines Van Gogh antes de que se acabaran las entradas pudimos asistir al estreno en León de la película titulada ‘Mi valle’ y comprobar cómo hay heridas que no se cierran ni aunque pasen treinta años.

En la última butaca de la segunda fila, pegado a la pared, alejado varias localidades de mi acompañante y rodeado de personas que, por ver la película juntos, se sentaban en el suelo, vi aparecer, en un impresionante plano aéreo cenital, una masa enorme de agua de la cual iba ascendiendo una línea cada vez más nítida. Poco a poco, mientras la cámara volaba, la línea se hizo una banda blanca más ancha que subía del fondo con una extraña poesía visual embarazada de dinamismo y de tumba. Pasaron unos minutos así hasta que apareció en la pantalla, emergiendo del agua, la carretera que llevaba a Riaño.

Sorprende ese travelling de la secuencia inicial de la película, inverso al sentido que solemos dar a esa imagen de la carretera que va al valle desaparecido, desde la tierra hacia las aguas para hundirse en el pantano, esa línea que va directamente al olvido y que tan simbólicamente permanece en el embalse como metáfora hecha verdad directamente desde lo onírico. Los autores han querido darle la vuelta porque, efectivamente, el presente es el embalse y desde el espectáculo estremecedor de aquellas montañas con un mar a los pies hay que ir hacia atrás, tierra adentro a buscar el valle en la memoria de los desposeídos, en el recuerdo de los nativos del valle de los avasallados.

Se notaba la sala en vilo, se sentían sollozos, protestas inmediatamente después de aparecer en la pantalla el ministro socialista de entonces, Cosculluela, artífice de los hechos, asegurando que los desalojos para la construcción del embalse en 1987 se habían realizado con la máxima delicadeza, en tanto se veía a la caballería entrar por las calles del pueblo o a la grúa clavar sus dientes en los tejados, o a la dinamita explotar volando la torre de la iglesia o a un hombre, entre penumbras, contar cómo las bestias, las vacas, volvían a las ruinas buscando su establo, su casa, hundiendo el hocico entre los escombros.

Llama la atención en la película comprobar que todavía hay opiniones que parecen romper tabús aún existentes en torno a lo sucedido en Riaño, cosas que no se pueden decir muy alto pero que están en la mente de muchos, aquellas que hablan, por ejemplo, de que la destrucción del valle se llevó a cabo no por el bien general sino para compensar a la industria energética por la paralización de la construcción de la central nuclear de Lemóniz, que había contado con el concurso de la banda terrorista ETA, o esas otras que aseguran que todos, hasta Franco, fueron peleles en manos de las empresas hidroeléctricas, o las de los agricultores que, después de prometerles agua para regar sus tierras y pasando treinta años, siguen como estaban, tan secos.

Al final de la película la declaración de Fulgencio Fernández nos dejó la más triste pero a la vez esperanzadora reflexión: "De todas las derrotas nuestras —escribo de memoria— esta fue la más victoriosa, porque aunque se destruyera Riaño, por lo que pasó allí, no se destruyeron más valles".

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