En estas mismas páginas he dejado constancia de escritores leoneses que han desembocado en el Quijote como refugio seguro y playa donde van a dar todas las olas. En torno a tantos estudios sobre la obra de Cervantes no he visto, sin embargo, análisis específicos sobre una visión cristiana de la vida que caracteriza al Quijote.
Es obvio que no podemos considerar al Quijote como un manual de apología del cristianismo. Muy al contrario, Américo Castro nos habla del "novelar secularizado" de Cervantes. El Quijote es, empero, mucho más que un libro de mero entretenimiento. Por de pronto, los planteamientos existenciales y morales de don Quijote, de Sancho y otros de personajes sobresalientes de la novela se encuadran dentro de una visión cristiana de la vida. No es de extrañar, en consecuencia, que el poeta Vicente Gaos escribiera: "No hay en toda la literatura occidental obra tan profana y a la vez impregnada de sentimiento religioso y espíritu cristiano como el Quijote. Por eso no es bastante elogio decir que es la primera novela de Europa, debiendo añadir que es también –más que la Comedia de Dante- la epopeya de la cristiandad". Unamuno había dicho igualmente que el Quijote es "una epopeya profundamente cristiana". Y más cercano a nosotros en el tiempo, el teólogo Hans Urs von Balthasar ha llamado a don Quijote "santo patrón de la acción católica" y ha escrito también: "Su existencia (la de don Quijote) es un monumento perenne de existencia cristiana y un reverbero de la gloria de Dios".
La fe docta y la fe del carbonero
Los dos arquetipos del Quijote, don Quijote y Sancho, profesan públicamente sus creencias, aunque de distinta forma, el uno con la fe del hombre docto y el otro con la fe del carbonero. Así advierte don Quijote que el caballero andante "ha de ser teólogo para saber dar razón de la cristiana ley que profesa dondequiera le fuera pedido" (QII, 18). En cambio, la fe de Sancho es la del carbonero. A Sancho le basta con "el Christus» (QII, 42) o señal de la cruz para regir la ínsula Barataria. Amo y escudero patentizan su fe en «todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia Católica Romana" (QII, 8).Es obvio que no podemos considerar al Quijote como un manual de apología del cristianismo La locura que le dio a don Quijote por armarse caballero fue de amor al prójimo, para deshacer agravios, enderezar entuertos, enmendar sin razones y suprimir abusos, en esencia para luchar contra la injusticia y contra toda clase de bribones. Aquí encontramos la primera y más acusada característica de la personalidad de don Quijote: su pasión por la justicia, a tal punto que considera que los caballeros andantes "somos ministros de Dios en la tierra, y brazos por quien se ejecuta en ella la justicia" (QI, 13).
Frente a tanta baladronada que sale a veces por la boca del caballero andante y frente al primero de los pecados capitales, el propio don Quijote inculca a Sancho la discreción cristiana para gobernar la ínsula y le aconseja: "Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio" (QII, 42).
Pero tanto Sancho como don Quijote fueron cristianos del montón y no consta que fueran mucho a misa, aunque sí rezaban rosarios.
La frecuente expresión de "cristiano viejo" en el Quijote le servía a Cervantes para nadar y guardar la ropa, para defenderse frente quienes le consideraban demasiado tolerante y hasta projudío o promorisco.
La hora de la muerte
Frisaba don Quijote los cincuenta años cuando le sobrevino la muerte. El declive había comenzado con la derrota infligida por el Caballero de la Blanca Luna.Don Quijote, despojado ya de toda máscara, ha tenido que volver a su aldea y cae enfermo. Poco a poco se desmorona el personaje –don Quijote –, descolocado de sí mismo, desorientado, desnortado, y recuperamos a la persona, a Alonso Quijano el Bueno. Existe un auténtico proceso de conversión: don Quijote se convierte en Alonso Quijano el Bueno, lo cual supone un replanteamiento de vida. Y "la conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia", escribió el papa Juan Pablo II.
La frecuente expresión de ‘cristiano viejo’ en el Quijote le servía a Cervantes para nadar y guardar la ropa Don Quijote enferma de melancolía y desabrimientos. "Llamaron sus amigos al médico, tomóle el pulso y no le contentó mucho, y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro. Oyólo don Quijote con ánimo sosegado" (QII, 74). Y hemos de subrayar eso de "con ánimo sosegado", lo cual supone la aceptación cristiana de la muerte. En vísperas de la eternidad, el caballero andante va a recluirse en soledad y, con arreglo a unas palabras de Manuel Azaña, fundirá "el ideal de la caballería profana, alentado por la sed de renombre, de inmortalidad, y el ideal de la caballería cristiana, enderezada también a conquistar la vida perdurable".
Si el Quijote representa una cosmovisión cristiana, el capítulo final, el de la muerte, cuando "ya en los nidos de ataño no hay pájaros hogaño" (QII, 74), constituye el culmen de la sinceridad radical del creyente. Una muerte sin brindis al sol, con invocación sustancial a la misericordia de Dios, en medio de una gran serenidad y paz interiores, "tan sosegadamente y tan cristiano" (QII, 74) como el escribano no conocía.
El recurso a la misericordia de Dios constituye casi un tópico en el Quijote, lo mismo a la hora de la muerte que en las recomendaciones del caballero andante a Sancho para regir la ínsula Barataria (QII, 42) y las consideraciones de la sirvienta Rodríguez de Grijallba, quien reflexiona: (...) "y pues Dios nos echó en el mundo, Él sabe para qué, y a su misericordia me atengo" (QII, 40).
El papa Francisco ha convocado el jubileo de la misericordia y Juan Pablo II dice que "fuera de la misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza para el hombre".
Así se entiende una exclamación que Cervantes pone en boca del moribundo don Quijote. "¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho Sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres" (QII, 74).
Y una petición de don Quijote a quienes le rodean en el trance final: "Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa; déjense burlas aparte, y tráiganme un confesor que me confiese" (QII, 74).

Ítem más: el venerable anciano que se ofrece a los ojos de don Quijote en el alcázar de la cueva de Montesinos "no traía arma ninguna, sino un rosario de cuentas en la mano, mayores que medianas nueces, y los dieces asimismo como huevos medianos de avestruz" (QII, 23). Igualmente, entre sus pertenencias personales, el caballero andante "asió un gran rosario que consigo contino traía" (QII, 46) para presentarse en una antesala donde le esperaban el duque y la duquesa.
Antes de una muerte auténticamente cristiana, don Quijote recibe todos los sacramentos de los moribundos.
En el fondo no importa si muere don Quijote o Alonso Quijano, porque Cervantes había identificado a ambos personajes irreductiblemente. Conviene, además, señalar un fenómeno creciente en la segunda parte de la novela sobre todo, y es la permeabilidad mutua, la interacción entre don Quijote y Sancho, la progresiva sanchización de don Quijote y la quijotización de Sancho. Quijotizado ya, Sancho Panza, "el tipo más humano y complicado de toda la fauna cervantina" en sentir del catedrático leonés Hipólito Romero Torres, le pide a don Quijote que siga peleando, que no se rinda, que no se muera, "porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate», y porque «quizá tras de alguna mata hallaremos a doña Dulcinea desencantada" (QII, 74).
Siempre podremos agarrarnos a un clavo ardiendo, porque siempre es tiempo de esperanza, de salvación, porque todavía quedan rayos de luz. "Aún hay sol en las bardas", diría don Quijote (QII, 3). El poeta mexicano Roberto López Moreno asegura que no todo está perdido tras la muerte de don Quijote, porque nos queda Sancho, que también es una visión cristiana de la vida. Gracias a la quijotización del escudero, nos queda Sancho. Sí, siempre nos quedará Sancho. Nos quedará la esperanza.