No es nada frecuente encontrar a alguien que haya regalado tantas joyas, verdaderas obras de arte, a León y lo haya hecho con tanto silencio. Sin dar un ruido él y sin recibir excesivos reconocimientos. El secreto de esa pasión leonesa de Francisco Antonovich está, como tantas otras cosas, en el Instituto Bíblico y Oriental (IBO), en la fascinante figura de su director, Jesús García Recio, o en el cariño de otros personajes, como Roberto Fernández, en cuyo MSM de Sabero ya era una costumbre navideña exponer el Belén Napolitano de Francisco Antonovich.

En otras noticias se iba dando cuenta del regalo del ya citado Belén Napolitano o, por citar una más espectacular, la presencia en León, de su mano nuevamente, «de piezas únicas relacionadas con la Reina Cleopatra». En esa muestra se le preguntó a Antonovich, con cierta insistencia, cómo fue posible la presencia de estas codiciadas piezas y con una sonrisa muy suya explicaba:«No fue fácil, es verdad, no es nada fácil negociar con el Gobierno francés». Todo un mundo el suyo, el del arte, el del coleccionismo, que definía de una manera curiosa:«El sino de todo coleccionista es no dejar nunca de coleccionar, aunque se te acabe el dinero. Entonces empiezas a vender por las piezas que te gustan menos para poder comprar aquellas que te gustan más».
La verdad es que escuchar a Antonovich en las visitas guiadas por las exposiciones era un verdadero espectáculo de conocimiento, de pasión y un anecdotario casi mágico de la vida de este coleccionista que «con apenas veinte años encontré unas valiosas monedas antiguas en la calle y me enganchó el conocer su época, su valor... coleccionar. Y para este ‘oficio’ Egipto era un verdadero paraíso, lleno de tesoros».
También contaba al explicar los 50 años que tardó en hacer realidad el hermoso y valioso Belén Napolitano que regaló al IBO y se convirtió en el anuncio de la llegada de la Navidad el MSM de Sabero: «El origen está en el vivo interés por la Navidad que despertó en mi alma de niño. Primero, y ya fue muy emocionante, logré un humilde Belén hecho de papel recortado, después disfruté con el tradicional de figuritas de barro que se colocaba en mi casa natal y, finalmente, llegó la paciente búsqueda y los sacrificios en pos de los personajes de la tradición belenista del Reino de Nápoles, hasta llegar a esta muestra que ahora es este Belén Napolitano».
Una joya que era el final de un proceso que explica la vida de Antonovich: descubrir, conocer, emocionarse, coleccionar y, finalmente, ponerlo a disposición de todos.
Y en ese todos, León fue una de las grandes privilegiadas. No debería olvidar a Francisco Antonovich.