El condottiero y Copérnico

Por José Javier Carrasco

04/04/2023
 Actualizado a 04/04/2023
El observatorio astronómico del IES Padre Isla.  | FACEBOOK DEL IES PADRE ISLA
El observatorio astronómico del IES Padre Isla. | FACEBOOK DEL IES PADRE ISLA
La configuración del Zodiaco en el siglo V a. C. en Babilonia dio una nueva dimensión a la astrología, que alcanza su cénit en Occidente durante la Edad Media, al convertirse en materia de estudio en las recién creadas universidades. Quien haya leído la novela ‘Bomarzo’ recordará su comienzo: «Sandro Benedetto, físico y astrólogo de mi pariente el ilustre Nicolás Orsini, condottiero [...], trazó mi horóscopo el 6 de marzo de 1512, día en que nací a las dos de la mañana, en Roma». El destino suspendido sobre nuestras cabezas ignorantes.

La observación de aquellos fenómenos celestes, que ocurren con determinada regularidad, y las circunstancias asociadas a ellos cuando se producen, era lo que permitía a los astrólogos asirios predecir eclipses lunares. Ese principio, unido a la corroboración matemática de las teorías derivadas buscando una explicación a lo observado, haría que los griegos establecieran los principios de una nueva ciencia, la Astronomía. Ptolomeo (siglo II) define un sistema heliocéntrico – la Tierra y los planetas moviéndose en torno al Sol – en oposición a la geocéntrica defendida por Aristóteles (384-322 a. C.), que imaginaba un sistema único de esferas de éter introducidas unas en otras, la Tierra como centro, sin rotación propia, haciendo girar a la siguiente, representación que se mantendría durante toda la Edad Media hasta que Copérnico (1473-1543) retomase las enseñanzas de Ptolomeo y reivindicase de nuevo el heliocentrismo, manteniendo, sin embargo, equivocadamente, el principio del movimiento circular y uniforme de los planetas, algo que corrigió Kepler (1571-1630). Copérnico, consciente de que su obra ‘De revolutionibus’, finalizada en 1531, rebatía las enseñanzas de la Iglesia, aplazó durante doce años su publicación. Ya en su lecho de muerte recibiría un ejemplar impreso de la obra. Su editor, para ponerse a salvo de una condena por herejía, declaraba en el prefacio, junto a la dedicatoria del autor al papa Paulo III – Copérnico buscaría amparo consciente de haber privado a la Tierra de su protagonismo de centro rector – que el libro era solo una invención, un mero ejercicio geométrico, sin otra pretensión que especular. Ese subterfugio no impidió que fuera incluido en el Índice de libros prohibidos de la Iglesia el año 1616.

Quienes transiten por el Paseo de Papalaguinda pueden ver en el jardín del Instituto Padre Isla un observatorio astronómico. Se ponía en funcionamiento a mediados de los años sesenta gracias a la iniciativa de un catedrático del centro, profesor de matemáticas, José María Pérez. En el año 1985 crea la Asociación Leonesa de Astronomía que mantendrá una actividad paralela a la del observatorio. Cinco años después aparece ‘Leo’, el boletín de la Asociación para sus socios, – veintiuno a finales de 1992 –, del que durante mucho tiempo fue casi único redactor, con información sobre todo astronómica. En el año 2000, en el umbral del nuevo milenio, se inaugura en el Coto Escolar el Observatorio Astronómico Municipal de León ‘Pedro Duque’. El viejo observatorio queda entonces relegado al papel anecdótico de lugar de visita para colegiales de Educación Primaria, o como recordatorio en forma de réplica a los alumnos que terminan estudios en el Instituto. Cuando, ante su lamentable estado de abandono, se pensaba que se habían olvidado de él, que ya a nadie importaba, la Consejería de Educación salió el año pasado felizmente a su rescate destinando una partida de 18.000 euros para su restauración.
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