Con relación a la exposición ‘Los ojos del antruejo’, el responsable del Departamento de Arte del ILC señaló que Carmen Coque hace un uso magnífico del fuera de campo, «de tal manera que en muchas piezas aparece el detalle y ese detalle es el que nos hace la referencia de la construcción del espacio, de la escena, incluso de las figuras humanas. Pero luego hay otro elemento característico y es el desenfoque. Ella utiliza profundidades de campo y diferentes planos. Con un atrevimiento increíble, porque hay muy pocos fotógrafos que realmente se atrevan a hacerlo, desenfoca un primer plano claro para llevarnos al segundo o al tercer plano. Cristina García Rodero o todo el grupo de La Palangana están ahí subyacentes en la visión de ese territorio que Carmen fotografía desde el aspecto documental pero con una mirada artística».Carmen Coque reconoce que esta muestra en solitario tiene como precedente una exposición anterior realizada conjuntamente con el también fotógrafo marc GreenBase que tenía por título ‘Raíces’ y que pudo visitarse en la Fundación Vela Zanetti en la primavera del 2019. «Este proyecto surge hace muchos años y cuando yo me veo con cierta madurez como fotógrafa he querido darle continuidad. En los comienzos había otro compañero, pero la vida nos ha llevado por caminos diferentes. No obstante, el antruejo y nuestras raíces me han enganchando, he seguido de manera individual y creo que me moriré haciendo antruejos».
Las fotografías que se exponen en el Museo Casa Botines Gaudí son propiedad del Instituto Leonés de Cultura y en su día también formaron parte de una colectiva que durante varios meses se exhibió en el Centro Leonés de Arte. Catorce de ellas se exhiben por primera vez públicamente y son el resultado del largo periplo que la artista leonesa ha llevado a cabo en torno a una de las tradiciones con mayor arraigo en la cultura popular de la provincia leonesa.A pesar de que los carnavales se asocian al color, Carmen Coque lo muestra en blanco y negro «porque otorga mucha potencia a lo que yo considero que es una fiesta de los sentidos, porque el antruejo se tiene que tocar, saborear y escuchar. El blanco y negro extrae mucho la característica de las texturas, de las pieles, y lo hace como más ancestral, más arraigado a la tierra y como digo yo a las entrañas», sostiene Coque, cuya elección le permite ir más a la raíz y no tanto al sentido social de la fiesta. «Lo que quiero dejar claro es que no es una fotografía etnográfica ni documental, sino artística. Lo que me ha movido es la estética de una tradición ancestral», reconoce la fotógrafa, que no cree que la esencia del antruejo se esté perdiendo, más bien al contrario. «Estoy viendo que cada vez se trata con mayor respeto, cada vez está más en auge y me alegra que la gente reconozca el patrimonio que tenemos cultural. Me emociona ver cómo las gentes de la Ribera Alta del Órbigo cuidan sus tradiciones y las transmiten, y cómo las nuevas generaciones también contribuyen a su preservación».