El ballet de París se rinde al genio de Balanchine

Cines Van Gogh emite en directo este martes desde la Ópera de París un programa doble dedicado al coreógrafo ruso en el 40 aniversario de su muerte con las obras ‘Imperial Ballet’ y ‘Who cares?’

Javier Heras
07/03/2023
 Actualizado a 07/03/2023
Imagen del ballet ‘Who cares?’, con música de George Gershwin. | AGATHE POUPENEY
Imagen del ballet ‘Who cares?’, con música de George Gershwin. | AGATHE POUPENEY
Este curso se cumple el 40 aniversario de la muerte de una de las figuras esenciales de la danza del siglo XX: George Balanchine (1904-1993). En su honor, el ballet de la Ópera de París incorpora a su repertorio dos de sus piezas emblemáticas. Este martes, el Palais Garnier acoge un programa doble (‘Who cares?’, ‘Imperial Ballet’) que se retransmitirá en directo en Cines Van Gogh. La compañía aprovecha la ocasión para repasar dos momentos muy distintos de la carrera de este bailarín y coreógrafo. Ruso de familia georgiana, se educó en San Petersburgo y absorbió la tradición clásica del Mariinski hasta su marcha en 1924. Labraría su fama en París, pero donde despegó su trayectoria fue en EEUU: allí fundó el New York City Ballet, una de las escuelas más importantes del mundo.

‘Who cares? (‘¿A quién le importa?’), estrenada en 1970, remonta su origen a 1937, cuando el estadounidense George Gershwin le propuso colaborar en los números musicales de la película ‘The Goldwyn Follies’, y le entregó un libro con sus canciones. Lo relata en sus memorias: «A medida que las descubría pensaba: ‘Con ésta haré un pas de deux’, ‘con ésta, una variación’. Pero luego venía otra, igual de bella, y otra, y otra». Apenas unos meses más tarde, un tumor cerebral se llevó al joven compositor de ‘Rhapsody in Blue’, de musicales como ‘Un americano en París y de la ópera ‘Porgy and Bess’. Como homenaje, tres décadas después su amigo empleó 16 de sus temas para esta suite, estrenada en el New York City Ballet.

A esas alturas, su estilo ya se había alejado de los cánones del siglo XIX, camino de la abstracción: obras como ‘Agon’ o ‘Episodes’ carecían de argumento, y ‘Concerto Barocco’, de escenografía y vestuario. Ni siquiera había personajes, sino bailarines sin rol. El neoclasicismo americano, escuela creada por el propio Balanchine, buscaba la pura belleza de la danza. A diferencia del ballet académico ruso –enfocado en la técnica–, apostaba por un movimiento más fresco, ligero y libre, repleto de cambios de ritmo, giros y ángulos. Aquí captura la energía y la estridencia de su tierra adoptiva: Nueva York. En la primera parte, un conjunto de quince mujeres y cinco hombres; en la segunda, cuatro solistas. Ellos visten con traje; ellas, con vestidos rosados. Sus pasos combinan las danzas sincopadas, los dúos, saltos, diagonales y fouettés, pero todo ello a la manera rusa, sin aires de Broadway. La crítica lo llegó a describir como «claqué bailado en puntas». Las canciones de Gershwin, a caballo entre la música clásica y el jazz, despliegan melodías exuberantes, el latido vibrante de Manhattan: así sucede en ‘The Man I Love’, ‘My One and Only’ o ‘I Got Rhythm’, que da lugar a una escena colectiva.

La segunda parte del programa se dedica al ‘Imperial Ballet’, que rinde homenaje a la Rusia de los zares. En 1941, la compañía American Ballet Caravan salió de gira por Latinoamérica y se propuso mostrar el estilo clásico de Marius Petipa, legendario coreógrafo de ‘El lago de los cisnes’ o ‘Don Quijote’. En vez de recuperar uno de sus títulos, Balanchine decidió elaborar un nuevo trabajo que recrease el academicismo del maestro, a quien denominaba su «padre espiritual». Él mismo se había criado en los ballets de San Petersburgo; de ahí que imitase su virtuosismo técnico, la etiqueta, los tutús de princesa, la formalidad de las danzas grupales (29 bailarines).

De nuevo, las bailarinas asumen todo el protagonismo, con los hombres en segundo plano. Ellas ejecutan arabescos, variaciones y movimientos refinados y coordinados, por supuesto en puntas. Ya desde que se alza el telón, los arcos que forman con los brazos aluden a ‘La Bayadera’, ballet romántico por antonomasia, y en concreto a la entrada de las Sombras.

Cómo no, la partitura elegida solo podía ser de Chaikovski (‘Concierto para piano’ No 2). Aquella era dorada siempre estará ligada a sus melodías sensuales, su rica orquestación, sus ritmos de vals. En el mismo conservatorio donde había estudiado el joven Piotr Illich, se formó como pianista Balanchine, antes de ser bailarín de la legendaria compañía de Diaghilev. Años más tarde volvería a adaptar al compositor de ‘La bella durmiente’ en el ‘Pas de deux Chaikovski’ (1953) y en ‘Diamantes’, pasaje de ‘Jewels’ (1967). Lo único que no imitó de Rusia en Imperial Ballet fueron sus libretos y sus escenografías: estaba convencido de que los argumentos y roles eran un vestigio del pasado.

La Ópera de París, debido a la más que probable convocatoria de huelga general en Francia, se guardará la opción de retransmitir el evento grabado el pasado día 4 de marzo a modo de falso directo, para poder asegurar su proyección en todas las salas de cine.
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