El arbol sefirótico, el árbol de la sabiduría

La profesora hebrea de la Universidad de Jerusalén revelará a Jean Louis por qué Enrique Gil y Carrasco fue enviado a Berlín y dónde debe mirar si quiere saber más

Rubén G. Robles
11/08/2020
 Actualizado a 11/08/2020
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La oscuridad de la superficie titilante del agua atraía la atención de la profesora que parecía ver pasar la historia sobre el oleaje moviéndose de manera casi imperceptible, sin demasiadas ganas. Cruzaban algunos barcos que atravesaban la bahía en la que ambos permanecían sentados. Sus luces tenues y el ruido amortiguado de sus motores ocupaban la solemnidad del silencio.

–No sé si está preparado para el conocimiento que va a recibir.
–Pruebe.
–Los judíos de Alemania, los Ashkenazíes, judíos conversos, fariseos, apoyaron todas aquellas guerras que tenían como objetivo la devastación del mundo conocido. Vivían bajo la creencia de que financiando su destrucción promovían la reaparición de la misericordia y la belleza. En definitiva, para ellos la destrucción y el caos harían aparecer a dios a través de la visión de un mundo nuevo y extraordinario, regresando a la palabra primera, al origen de todo, al aleph.
–Me encuentro confundido, pero con ganas de saber más.
–¿Y si yo ahora le revelara que los Termudi de Salónica y algunas de las familias que están detrás de la financiación de los grupos que apoyaron ideológicamente y favorecieron el ascenso político de Hitler, eran Ashkenazíes, judíos conversos procedentes de la región de Bohemia?
–Sería tan terrible como inverosímil.
–Permítame un salto en el tiempo que le ayudará a encontrar los nexos que unen parte de esos elementos que ya conoce. El 1 de agosto de 1824 el rey español Fernando VII promulga un edicto según el cual ser masón se convierte en delito de lesa majestad, sufriendo los masones españoles una brutal represión. El 9 de octubre del mismo año, por una real orden se condena a muerte a varios francmasones, por ser declarados enemigos del trono y del altar, entre ellos el general Juan Mata, el Empecinado, héroe de la Guerra de la Independencia. El 26 de abril del año 1834 María Cristina, la reina regente, proclama el decreto de Aranjuez, amnistiando a los masones, y autorizando a los miembros de la orden a aceptar cargos públicos. En 1831 regresan Antonio Pérez de Tudela, Ramón María de Calatrava, Martínez de la Rosa, Cea Bermúdez y González Bravo, quienes serían encargados de gobernar el país en los años siguientes.
–¿González Bravo?
–Sí señor Lecomte, los masones gobernaron a su regreso a España. Y a González Bravo lo ha encontrado asociado a la figura de su escritor.
–Él es quien le encarga la misión a Enrique Gil por su amistad con Espronceda –dijo Jean Louis.
–Así es. En 1765 el Rey de Prusia había sido proclamado jefe de los altos grados masónicos con el rango de gran comendador. Todas las disposiciones de las logias europeas debían pasar por su sanción. Su escritor, señor Lecomte, perteneció a la logia del Arco Real y tenía obligada obediencia al rey de Prusia. Los masones, como sabrá, entre 1550 y 1700 pasaron de ser un sindicato ilegal de trabajadores que aceptaban todas las doctrinas de la iglesia católica, a ser organizaciones de caballeros, intelectuales, partidarios de la tolerancia religiosa y la amistad con derecho de jurisdicción para dirimir sus conflictos. La logia del Arco Real a la que pertenecía Enrique Gil y Carrasco era un nuevo tipo de masonería, más profunda, una sublimación de la masonería especulativa. Es el cimiento y la piedra clave de todas y mantiene sus raíces gnósticas y paganas de la masonería primordial. En la actualidad los masones del Arco Real mantienen el mito de la Palabra Perdida, una clave para el simbolismo de la masonería especulativa referida a los secretos que poseía Hiram Abif, el arquitecto del Templo Salomónico, cuyas proporciones y medidas eran a imitación del sistema del mundo, según el historiador latino Josefo. Su escritor fue nombrado secretario de la legación enviada a Prusia en 1844 por su pertenencia a la francmasonería y por su amistad con el poeta Espronceda y con un actor, Julián Romea, cuñado del Presidente español nombrado por la reina Isabel II, don Luis González Bravo y López de Arjona, también masón.

Jean Louis asintió sin decir nada.
–Su misión oficial consistía en llevar aquellos objetos con los que recuperar las relaciones con Prusia rotas desde 1836, recorrer los lánder y realizar un informe sobre el Zollverein y la industria de las diferentes regiones alemanas.
–Pero en realidad era una forma de ocultar la verdadera naturaleza de su viaje, ¿no es cierto?
–Exacto, pero como ya sabrá la masonería siempre se ha caracterizado por ser y manifestarse de manera críptica.
–Así ha sido a lo largo del tiempo para poder sobrevivir.
–Y así continuará siendo –dijo la escritora hebrea-. Para llegar a Berlín, su escritor deja en febrero de 1844 su puesto de bibliotecario en Madrid y en abril inicia el viaje. Crea amigos en la ciudad alemana, entre quienes se encuentra el propio Humboldt, y enferma y muere allí, lejos de su país, en muy poco tiempo, víctima de la tuberculosis, transmitida por un beso, el beso de la muerte de su amante en la estación.

Jean Louis seguía con entusiasmo las revelaciones de Margalit.
–Fue enterrado en la catedral católica de Santa Eduvigis y su cuerpo permaneció en ella, junto a algunas de sus pertenencias, hasta que en 1938 el general Beck, jefe del Estado Mayor general alemán que dimitió en ese mismo año, muere y es enterrado en la tumba de su escritor. Imagínese en manos de quiénes cayeron aquellos objetos: las copas de ónix, el aro de hierro, la ampolla de vidrio y el libro del Zohar.
–Supongo que le corresponde a usted el desvelarme lo que sucedió.
–El aro de hierro había regresado a la tumba de Heinrich dos años después de su muerte ocurrida en 1846. En 1848 el rey de Prusia rechazó la corona imperial y José de Urbistondo y D. Mateo Ballenilla, oficial de la república de Venezuela, ambos amigos de su escritor, devolvieron la corona de hierro, en una ceremonia muy emotiva, a la tumba de su amigo. Cuando el III Reich ocupó el poder… y aquí termina esta esfera de conocimiento, este peldaño, este sefirot.
–¿Pero?
–Esta parte del relato se la contará otro, no seré yo.

Hizo una pausa. La escritora parecía fatigada. Jean Louis cerró los ojos, convencido de que tendría que recorrer otra parte del mundo, escuchar a otro miembro de la Organización, y estaba dispuesto a hacerlo, no importaba, quería acceder al conocimiento, no le importaba quién fuera la persona que se lo entregara, ni en qué lugar.
El escritor permaneció en silencio.

–Usted aún tiene sus dudas, como las tuve yo, como las hemos albergado todos cuantos nos hemos decidido, animados por una u otra razón, a formar parte de este grupo de hombres y mujeres que queremos saber la verdad sobre los motivos que pudieron inspirar a cometer el horrendo crimen del…
–¿Del?
–Como ya le he dicho… no me corresponde a mí contárselo. Tan solo le puedo decir que las relaciones que va a ir encontrando de su escritor con los objetos que llevó a Berlín y con quienes aparecen en la escena de esta historia después de 1938, le van a obligar a hacer una lectura muy diferente del mundo en el que vivimos.
–Ustedes… es decir, Hermann, Marie, Cinthia, me han estado hablando de una ampolla de cristal, de un recipiente de vidrio con las propiedades del oráculo, que ha pertenecido a varios personajes de la historia de la humanidad desde el siglo XVIII. Pero...
–No me corresponde a mí darle más claves, lo siento.

Se encontraba confundido por la abundancia de datos y de ideas amontonadas. No obstante, la revelación de que los judíos habían financiado el ascenso político e ideológico de Hitler y el nazismo, era una revelación extraordinaria que aún no sabía si creer.
–No sé aún… cómo puedo ser de ayuda en esta historia y esa duda me obsesiona.
–Tendrá que resolver sus dudas usted mismo. No he de ser yo quien haga la lectura de la realidad para usted. Cada uno de nosotros hace una lectura única, particular e irrepetible, del mundo en el que vivimos. Y a su vez lo transmite, de nuevo, de una manera única e irrepetible, a través de su aleph, su palabra secreta, el primer sefirot, la palabra que cada uno de nosotros contiene en su interior.
–Tal y como usted lo está diciendo, el mundo así resultaría incomprensible.
–Tal vez sea así. Quizás la condición del mundo sea ser ininteligible y su naturaleza nos lo impida compartir. Venir hasta aquí, desde Tel Aviv, para encontrarme con usted, no ha sido fácil. Mi misión era entregarle la lista de objetos de su escritor junto a otros detalles. Pero no entraba en los planes desvelarle el dibujo completo.
–Gracias –le dijo Jean Louis.
–El relato de su escritor español sobre la ampolla de cristal, al igual que el Zohar, señala la importancia de la palabra en la construcción del mundo en la construcción de la realidad. La palabra es el recipiente de cristal en cuyo interior puede habitar la salvación o destrucción del mundo. El Zohar asigna a cada palabra, a cada sílaba, la capacidad para invocar y hacer real lo que nombra.

Jean Louis pensaba en todo cuanto estaba escuchando de boca de la escritora.
–Piense en su escritor, en la historia del recipiente de vidrio en cuyo interior se podían ver imágenes terribles, no siempre del futuro, imágenes de enfrentamientos, guerras y muertes violentas. Piense en el relato de aquella vasija de cristal que actuaba a modo de oráculo en cuyo interior una criatura deseaba ser desatada, quizás aquel relato fuera una advertencia, un símbolo a tener en cuenta. ¿Ha oído hablar de Otto Rahn y del barón Rudolf von Sebottendorf?
–De Otto Rahn se decía que fue quien inició la búsqueda del Santo Grial para los dirigentes del III Reich, un cazador de leyendas –respondió el profesor francés.
–Querrá decir un creador de mitos más bien. Tenía un poder e influencia sobre el régimen que han pasado desapercibidos. Recuerde que se libró de la muerte pese a su homosexualidad, porque fue el arqueomitólogo del nazismo, quien relacionó el monasterio de Montserrat y la fortaleza cátara de Montsegur entre otras cosas. Lo que Hermann le contará en los próximos días guarda relación con ellos. Tendrá que regresar a París y esperar una llamada que le ayudará a tomar una decisión.
–De acuerdo –le dijo a pesar de no saber aún sobre qué debía de tomarla.
–No somos una secta, señor Lecomte, ni nos inspiramos en las fraternidades masónicas. La gran mayoría de nosotros, quienes pertenecemos a la Organización, hemos decidido libremente aportar nuestros conocimientos para contribuir a la verdad.
–Nadie me ha presionado, he venido por mis propios medios, mi propia voluntad me ha servido de guía, sin embargo estoy aquí porque todas las personas han ido abriendo puertas que no he podido rechazar, pues me proponían acceder a nuevos conocimientos que no sabía a dónde me conducirían. Y esa necesidad de aprender, de abandonar la oscuridad de la ignorancia, me ha conducido hasta usted, que me pone de nuevo al borde de una puerta que no sé si he de cruzar.
–Es más lo que ignoramos que lo que sabemos, es un apetito que nunca saciamos, por eso cruzará ese umbral.
–Cuantos me he encontrado me han prometido que mi próximo encuentro me aportaría respuestas, claridad a mis dudas. Y usted sabe que eso no es del todo cierto. Hábleme del barón von Sebottendorf.
–Visite la Biblioteca de Saint-Jacques, pregunte por los libros de la Thule Gesellschaft.

Cada dato que le ofrecía la escritora era un salto hacia algo nuevo sin aparente relación con lo anterior.


En la entrega de mañana el profesor Lecomte visitará la Biblioteca de Saint-Jacques en la Sorbona de París
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