Posteriormente, en 1971 publicaba otro volumen aún más extenso que el anterior, de casi novecientas páginas, 'Los verdugos españoles. Historia y actualidad del garrote vil', centrado en la historia del procedimiento de ejecución genuinamente español, el garrote vil, y su aplicación en España desde que, en 1832, el rey Fernando VII lo institucionalizó. «Vicente, el verdugo de Barcelona, llevó a Daniel Sueiro a conocer a los otros dos en ejercicio, Antonio y Bernardo, extremeño también el primero, y andaluz (granadino) el segundo, dependientes de las Audiencias de Madrid y Sevilla, respectivamente. Antonio era casi analfabeto. Bernardo era el ‘intelectual’, poeta», recordó Susana Sueiro, para contarles que pasó inadvertida una orden del BOE de 7 de octubre de 1948 que convocaba cinco plazas de ejecutores de sentencias. «Ofrecía una paga de seis mil pesetas mensuales. Vicente, Bernardo y Antonio ingresaron como ejecutores oficiales alrededor del año 1950 y desde entonces hasta nuestros días –decía Sueiro en 1972– habrán ejecutado a medio centenar de reos».

Los tres verdugos tenían en común que se consideraban funcionarios del Estado, ocupaban un cargo público, una plaza ‘para toda la vida’, que aceptaron por tener un sueldo fijo al mes, aunque sabían que estaban mal vistos socialmente». Los tres aseguraban ser el brazo ejecutor de la ley, pero que no eran ellos quienes condenaban. Recordaban bien a los reos, quiénes eran, qué delito habían cometido… «Es un trago, no se acostumbra uno, es recibir la comunicación, y ya estoy descompuesto», son confesiones de los verdugos al autor. Les obsesionaba hacer bien su trabajo, ser rápidos y que la víctima no sufriera. Lo que más les había impresionado había sido ejecutar a una mujer. Eran tres tipos como tantos de España que desempeñaban su oficio por un sueldo fijo. Hombres cuyo trabajo era esperar a que los llamasen de tarde en tarde y de los que nadie quería saber nada: «En la Administración es prácticamente imposible encontrar quién te informe sobre los verdugos. Todo el mundo prefiere olvidarlos», concluía Susana Sueiro .