Todavía con la memoria del mes de octubre en la mente, un mes no solamente dedicado a visibilizar a las escritoras, a la mujer rural y otros aspectos ligados con la mujer en general, un mes que culminó con la celebración del Día del Docente, por parte de este cuerpo tan importante para la sociedad a la par que vapuleado; con la perspectiva de este mes de noviembre en el que una vez más, entre cifras de asesinadas que no dejan de crecer, conmemorando el Día por la eliminación de la violencia contra las mujeres, me ha parecido de lo más oportuno traer de nuevo a estas páginas, como máxima protagonista, la figura de Faustina Álvarez García. Sí, esa mujer que en nuestra ciudad de León pone nombre a una calle y a un Centro de Educación Permanente de Adultos; esa mujer a la que desde las altas instancias tan poca importancia se le da, esa mujer cuya labor tan pocos conocen o quieren conocer, que dejamos pasar por la historia de nuestra tierra como si nada, porque, al fin y al cabo ¿qué va a aportarle una simple mujer de hace un siglo, maestra rural para más inri...?
Si bien es cierto que, por mi parte, ya por dos veces anteriores (‘Faustina Álvarez. Escribir desde la pedagogía’, nov. 2017, y ‘Retorno de Faustina Álvarez: la maestra leonesa que revolucionó la educación’, feb. 2025), me he ocupado de ella, ahora que estamos a punto de culminar el primer cuarto del siglo XXI, y dadas las circunstancias del momento, creo que es más que oportuno seguir insistiendo en su legado, en poner de manifiesto (para dar a conocer y reconocer) todo lo que esta mujer hizo, allá hace un siglo, por las mujeres, desde la educación y el respeto. Y es que ella ya tenía muy claro que la única forma de avanzar en derechos pasaba por la independencia económica de las mujeres, y que, a su vez, esta solo se podía conseguir a través de la educación.
Ha pasado prácticamente siglo y medio desde que Faustina nació, para vivir luchando a brazo partido por la mejora en los derechos de las mujeres, y deberíamos ser conscientes de que este tiempo ha estado cargado de avances y retrocesos en lo que siempre supone un arduo camino, lleno de obstáculos para aquellas a las que muchas veces se trata como un «colectivo», un «sector minoritario» de la población, olvidando que las mujeres en el mundo somos más de la mitad de la población.

No sé ustedes, pero yo soy plenamente consciente de que, a pesar de los avances que en este tiempo se hayan podido tener, en muchos casos se nos sigue tratando como si fuéramos un accidente, promocionando continuamente (y cada vez más, me temo) la dependencia de las mujeres de esa sociedad patriarcal que las manipula y señala el camino a seguir, aunque (por motivos obvios) se utilicen para ello medios no tan palpablemente visibles como los de hace décadas. Naturalmente, ni en todos los países se está en la misma situación ni aquellos que aparentemente han conseguido superar situaciones tan precarias para ellas muestran a las claras que aún sigue habiendo una manifiesta brecha de género.
Y es que si bien es cierto que a lo largo de este tiempo hay muchas que se fueron rebelando ante esa situación de dependencia, que rompieron moldes para que esa circunstancia desapareciera de la educación, el tiempo y las circunstancias han ido encontrando los resquicios para que el fondo no cambie sustancialmente, y para que muchas de ellas sigan siendo manipuladas desde la opinión pública (redes sociales especialmente incluidas) que las pone en el brete de tomar decisiones para su presente y su futuro a través de argumentos muy bien construidos mediante los cuales se les hace creer que son ellas las que toman, por sí mismas, sus propias decisiones, ocultándoles verdades de un pasado que no convendría bajo ningún concepto olvidar. Porque del conocimiento y la comprensión del mismo depende que no nos roben ni el presente ni el futuro, como ya han hecho o están intentando hacer en países de nuestro alrededor. Y por eso es más necesario que nunca seguir recordando figuras y trayectorias como la de Faustina Álvarez García.
No voy a negar que el mundo está lleno de ellas –más de las que pudiéramos pensar-, pero Faustina, a pesar de nuestra falta de memoria, forma parte de nuestra propia historia. En 1894, se incorporó al mundo docente en una escuela muy próxima a La Robla y desde entonces luchó a brazo partido por una educación igualitaria de las mujeres, instando a sus padres a que las dejaran ir a la escuela, en un mundo rural que solía retirarlas enseguida de la misma (solo era obligatoria para ellas de seis a nueve años), bien para ayudar en casa bien para enviarlas a servir. También trataba de convencerlas a ella, al menos en quienes conseguía percibir atisbos de interés y de valía; y les repetía incansablemente: estudiad, estudiad y formaos para convertiros en mujeres económicamente independientes, tal como lo recordaba, hace algunos años, alguna de sus alumnas asturianas. Y es que Faustina fue plenamente consciente de que solo una mujer que no dependa económicamente de un hombre para salir adelante es capaz de afrontar sin miedo su futuro, tal como se ha reconocido en los últimos años con el tema de la violencia de género. Y a superar esa circunstancia dedicó gran parte de su vida que, por otro lado, compaginó con el hecho de ser esposa y madre, pero sin renunciar nunca a su propia independencia ni a su afán de superación, que supo trasladar tanto a sus vástagos como a sus alumnas.

Poniéndonos en antecedentes de la realidad con la que Faustina se encontró, recordemos que nace en 1874, con su madre ejerciendo de mayorazga en Canales, procedentes, su familia, de tierras de Omaña y Babia. A pesar de esta circunstancia su madre no veía con buenos ojos ni su curiosidad ni su pasión por los libros, que será causa frecuente de sus amonestaciones. En aquel momento, la educación de la mujer era cosa secundaria para todo el mundo, desde los más altos cargos del gobierno, hasta la mayor parte de las familias que no consideraban la necesidad de que las mujeres tuvieran ninguna formación más allá de la necesaria para ser buenas esposas y madres. También es cierto que, por contrapartida, comenzaban a verse algunos atisbos de luz en aquella realidad, como la llegada de las ideas promulgadas desde la Institución Libre de Enseñanza (ILE), que en nuestra provincia estuvieron muy bien representadas por la Fundación Sierra Pambley, abriendo posibilidades de formación, desde un punto de vista mucho más igualitario, también para ellas. Y es que, tal como ella misma nos cuenta en su 'Cuadernillo pedagógico de 1926. La maestra leonesa frente al problema del analfabetismo'–, en 1825, el ministro Calomarde, hará publicar un Reglamento sobre la enseñanza primaria en el que puede leerse: «No será indispensable en las escuelas de niñas, que la Maestra sepa escribir, podrá tener un Pasante»; un reglamento que se pondrá en vigor (no sabemos por cuantos años) en 1938, y que recoge una realidad de la que ella comentará: «¡Pobre mujer!, si a la Maestra no se le exigía saber escribir, ¡qué cultura podrían esperar las demás!». Tras este plan llegarán otros que mejoraran muy poco la situación; así, en 1857 se aprobará la Ley Moyano, en la que se basa el esquema educativo hasta bien avanzado el siglo XX, que nos muestra una clara diferencia entre las materias destinadas a la educación de unos y otras, en lo relativo a la enseñanza elemental de estas; o en cuanto al establecimiento de escuelas en poblaciones de «500 almas», donde frente a la obligatoriedad de contar con una escuela pública masculina, la misma en el caso de las niñas podrá ser incompleta, es decir, reducida solo a la obligatoriedad de impartir las nociones básicas de lectura, escritura y principios básicos de aritmética para lo que no sería necesario más que un adjunto o pasante bajo la supervisión de del maestro de la Escuela completa más próxima. Por no hablar de la dotación económica de las maestras frente a ellos, que ya de entrada es una tercera parte de la que estos tienen adjudicada, una circunstancia de la que también se quejará repetidamente Faustina en sus escritos, muchos de los cuales tienen un tono claramente reivindicativo. Como podemos ver, eso de la brecha salarial es una circunstancia largamente arrastrada por las mujeres trabajadoras en los diferentes campos, incluidos los públicos.
Podría llenar de citas de Faustina estas páginas, y de todas extraeríamos importantes mensajes para el logro de esa igualdad efectiva a partir de la cual lograremos una sociedad mejor y más justa, libres de prejuicios hacia las mujeres, que según algunos hombres de hoy, están poniendo en peligro su «hombría», convirtiéndolas una vez más en objetivo de su odio y de su frustración. Sin embargo, solo recogeré una cita más que, aunque asociada por ella al tema del analfabetismo hoy podríamos extrapolar a otros campos de la sociedad, dejándonos patente la importancia de la presencia de la mujer en todos ellos: «(...) El problema (...) solo se resolverá cuando se asocie a la mujer a la legislación de las leyes que regulan la enseñanza; (...) cuando desde la escuela se formen los niños para un hogar consciente, y cuando desde el hogar consciente se haya formado una escuela responsable».

¿Hemos conseguido llegar hoy a este punto o por temor a que esto ocurra sigue habiendo sectores claramente machistas que tratan de girar hacia situaciones patriarcales del pasado las aspiraciones de las mujeres? Si prestamos un poco de atención reconoceremos esa tendencia generalizada, manipulada a través de redes y publicidad, para restablecer antiguos modelos de feminidad, con argumentos que calan sobre las jóvenes de hoy como si de esa tortura china conocida como la «gota de agua», se tratara, con la que se va doblegando el cuerpo a través de la mente y las necesidades que desde esta se genera.
Algunas docentes de hoy en día comentan, preocupadas, el retroceso de la participación femenina en las aulas («cada vez hablan menos», dicen); o de su presencia en los planes educativos del momento, a nivel de referencia para nuestras jóvenes en todos los sectores de la sociedad. Y es que aunque, cada vez se recuperan más de las de antes y cada vez son más las que ahora mismo triunfan, también es cierto que se sigue cercenando su presencia en libros y planes de estudio, en especial en lo que a literatura y arte se refiere, donde ya casi ni se las nombra (hablamos por ejemplo de los planes de Bachillerato y esa nueva PAU que se nos viene encima).
En esta realidad, los artículos de Faustina Álvarez nos siguen dando a día de hoy una verdadera muestra de coherencia, manifestando, repetidas veces, su firme creencia en el poder de cambio de la educación. Como ejemplo la frase que encabeza uno de sus trabajos (Melilla, 1916): Dadme durante algunos años la dirección de la educación de la mujer, y me encargo de transformar el mundo, y en el que personaliza una conocida afirmación de Leibnitz. Pero ¡ojo!, que esa dirección no quede en manos de quien no se interesa por un igualitario reparto de derechos. Y, por eso, ante las situaciones socio-políticas que nos afectan, deberíamos recordar ese tremendo potencial de cambio con el que cuenta la educación, que Faustina Álvarez nos hizo ya patente en sus escritos, en su recorrido vital,..., demostrándonos que esta es la única rueda capaz de mover el mundo hacia adelante, de cambiar y mejorar la sociedad; y volver a tomar las riendas de la misma: Porque es la principal estrategia en la lucha por los derechos humanos (también los de las mujeres) una lucha que, casi un siglo después de su muerte, sigue siendo necesaria; porque no es que estos pendan de un hilo, o que aún quede mucho que hacer, es que se están dando pasos atrás en el camino de su consecución, convirtiendo a la educación en requisito fundamental para sostener el cambio social hacia los valores positivos, en un camino que sigue haciéndose muy duro en medio de una sociedad que ha aprendido a disfrazarse de igualitaria.
Leer a Faustina en estos días tan convulsos para la sociedad española se hace tarea indispensable para que quienes, como ella, creen en el poder transformador de la educación no desfallezcan ante los obstáculos que surgen de todos lados. En este camino lleno de escollos, mujeres como Faustina, nos abrieron caminos. Nosotras los seguimos recorriendo y ensanchando. Gracias a ellas. Justo es reconocérselo.