Donde nacen los nuevos comienzos

Nuevo capítulo del serial literario 'Senderos de inspiración'

Nuria Crespo
José Antonio Santocildes
07/12/2025
 Actualizado a 07/12/2025
Senderos de inspiración.
Senderos de inspiración.

En ocasiones, el movimiento duele, lo sé. Pero la vida se renueva a diario. Constantemente. Incansablemente. En bruscos remolinos o en dulces desplazamientos por aguas calmas. La vida no pregunta si estamos listos ni pide permiso. Ella empuja, ella crece, ella cae y vuelve a ponerse en pie. Ella nos transforma a cada paso del camino. Trabaja mientras reímos. Urde planes mientras lloramos, en una constante espiral de cambio.

Hay días donde la existencia pesa y parece eterna. Donde todo se ilumina con una alegría indescriptible. Días que parecen hechos exclusivamente para nosotros. Momentos que nos recuerdan que somos capaces. Instantes en los que el universo parece escucharnos y el camino se despeja solo. Días en los que el paso es firme y seguro. Momentos en los que la ligereza y la comodidad nos acompañan. Instantes en los que parece que todo está ordenado, que todo es como debe ser. Días en los que es sencillo existir, en los que la vida nos sonríe y todo parece brillar. Días mágicos, momentos inolvidables, instantes para el recuerdo.

Pero también hay días en los que de repente todo se desordena dejando paso al reinado del caos. El aire parece más denso, las palabras se enredan y el espejo nos devuelve un rostro que apenas reconocemos. Momentos en los que fallamos sin entender el motivo. Instantes en los que el mundo se vuelve áspero y distante. Días en los que la vida parece reírse de nosotros sin la menor delicadeza. Y duele. Duele desconocer la nueva dirección. Duele desconocer el motivo del cambio de rumbo. Duele desear avanzar y no tener fuerzas. Duele mirar atrás, recordar lo que fuimos y saber que no lo seremos nunca más.
Y entonces se forma un hueco dentro de nosotros que no sabemos explicar, pero que sentimos en toda su crudeza. Un hueco que parece tener vida propia y amenaza con no cerrarse jamás. Un hueco que se expande en el pecho cuando perdemos cosas que creíamos eternas.

Cuando soltamos amistades que se diluyen con el paso del tiempo. Cuando los sueños se rompen con un final inesperado o cuando las ilusiones se desvanecen sin previo aviso. Sin embargo, ese hueco que parece no llenarse con nada no es un fallo ni un error, sino un nuevo espacio para lo que vendrá, aunque en ese momento no podamos verlo o no estemos preparados. Porque lo que muere en nuestra vida no lo hace en vano y es necesario para que algo nuevo pueda nacer. Los caminos que se cierran lo hacen para que otros puedan abrirse. Las personas que se van dejan espacio para que otras puedan acercarse, y las historias que concluyen lo hacen para que otras puedan iniciarse. Somos todo lo que hemos vivido, sí, pero también somos aquello que aún no ha sucedido. Somos esa promesa que palpita más allá de nuestra comprensión humana. Promesa tras la que se oculta un suave destello que nos sostiene cuando nuestros días colapsan en el abismo.

No lo vemos, pero todo cambia con cada paso que damos: la vida, el mundo e incluso nosotros mismos. No siempre se nota. No siempre se entiende. Pero siempre sucede. Y en ese lento renacer, comprendemos que todo lo vivido nos ha deconstruido y vuelto a construir. Porque somos criaturas imperfectas moldeadas bajo el yugo de la impiedad. Somos cicatrices y heridas. Somos palabras y risas. Somos errores y esperanzas. Somos sueños e ilusiones. Somos la cara y la cruz, el blanco y el negro. Somos una infinitesimal parte del vasto universo. Somos el todo y la nada al mismo tiempo. Pero sobre todo somos cambio y movimiento en un ciclo interminable de muerte y renacimiento en el que la vida no exige perfección, sino presencia y consciencia para integrar todos sus aprendizajes sin resistencia, aceptando que habrá días luminosos y turbios. Habrá risas y silencios. Pocas certezas, muchas dudas. Felicidad y lágrimas. Aceptando que lo viejo debe dejar paso a lo nuevo, queramos o no, nos guste o no, lo sepamos o no. Y así, es posible que todo duela un poquito menos.

Sin embargo, hay una peculiar belleza en la transformación. Hay una cierta belleza en lo que fue y ya no es. En lo que llegará sin saber. Hay una incomprensible belleza en cada paso que damos hacia lo desconocido. Porque cada uno de esos pasos nos renueva y nos modifica. Hay belleza en crecer, soltar, sorprenderse, esperar. En ese tejido hecho de luces y sombras, de finales y comienzos, de pequeñas muertes y grandes renacimientos, porque estamos aquí para transformarnos por completo. Para abrazar con fuerza lo que viene con la memoria de lo que ya no está. Nada permanece, todo cambia, nada es igual, y en esa impermanencia reside el milagro. Porque la vida no es una morada fija: es un viaje. Y, mientras caminamos, renacemos. Siempre lo hacemos.

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