El pasado mes de febrero se cumplieron diez años de mi «obsesión» por las
águilas reales de la montaña central leonesa. En estos diez años he podido contemplar y fotografiar gran parte de la vida de estas magníficas aves. A parte de los dos pueblos en los que he centrado mi trabajo y que se volcaron conmigo, ha habido personas que me han apoyado y ayudado:
Pepe Ureta, Víctor Blanco o
Marco Valcárcel, entre otras. Pero sin duda el culpable de que tras diez años siga acudiendo casi todas las semanas a ver y a fotografiar a «mis águilas» es
Luis Ansola.
Este médico jubilado burgalés es un experto en águilas reales, y esta asimismo obsesionado, pero con el estudio ya en un plano más científico de estas aves tan impresionantes.

Cuando hace años Luis vino a conocer el trabajo fotográfico que yo venía realizando, enseguida tiro por tierra todo lo que yo creía saber de esos ejemplares de águila real. Recuerdo que me dijo «aquí tienes más pájaros de los que piensas». Y comenzó a analizar una por una todas las fotos que yo tenía hasta el momento. Ese trabajo lo ha continuado hasta la actualidad. En estos diez años mi archivo fotográfico sobre la especie asciende a varios cientos de miles de fotografías. De esa labor tan concienzuda como obsesiva, Luis me demostró algo increíble y totalmente documentable. Durante un periodo de doce meses, al menos 15 ejemplares diferentes de águila real visitaron el prado donde tengo el observatorio instalado, con todos los permisos y requisitos exigidos por la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, que regula la actividad de la fotografía de la naturaleza.

Pero ahí no quedó la cosa, y es que Luis ha puesto nombre a algunos de los ejemplares que más veces salen en mis archivos fotográficos, especialmente a la pareja que desde hace unos años se ha quedado con el territorio, una hembra de nueve años y un macho de diez.
Del estudio pormenorizado de las plumas, las cuales mudan todos los años, Luis puede reconocer a cada uno de los ejemplares. El estudio llega a detalles como defectos, roturas o pérdidas de determinadas plumas, con una nomenclatura que aún hoy en día me sigue sonando a chino.
Todo este trabajo tanto fotográfico como el estudio del plumaje y las conclusiones que de él se desprenden verán la luz, esperemos que en breve, en un libro que por culpa del Covid 19, se ha retrasado más de lo previsto.
No hay mal que por bien no venga, y es que seguimos recopilando fotos e información que añadir al proyecto.