Descartes y la lotería

Por José Javier Carrasco

11/04/2023
 Actualizado a 11/04/2023
Un bombo de lotería. | ICAL
Un bombo de lotería. | ICAL
El paisaje es un recurso literario para crear atmósferas. La descripción puede ser unas simples pinceladas como las ofrecidas por Juan Rulfo en ‘Pedro Páramo’: «En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá una línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía», o la detallada descripción de un espacio, con notas de erudición geológica: «La Sierra de Región se presenta como un testigo enigmático, poco conocido e inquietante, de tanto desorden y paroxismo: un zócalo y unos alrededores cársticos y permeables inducen a pensar en una tardía mudanza, un viaje al exilio; su corona calcárea define – al igual que la concha dejada por la marea sirve de testimonio del nivel alcanzado – el límite meridional de la regresión estefaniense que, bajo el influjo herciniano, eleva la caliza de Dinat a las cumbres más altas de la comarca; el amplio cinturón de cuarcitas, pizarras y areniscas de cuarzo nos habla de aquellas largas, profundas y tenebrosas inmersiones silúricas y devónicas con las que el cuerpo azotado y quebrantado del continente se introduce en el bálsamo esterilizador de la mar para recubrirse de una coraza de calcio y sal»; un ejemplo de lirismo y la más estricta definición de la composición de un territorio reunidos en la novela ‘Volverás a Región’ de Juan Benet.

Descartes, al defender que la Tierra tenía una historia y un desarrollo, frente a la idea de un todo creado en el que no se dan variaciones, abrió la puerta a la formulación de nuevas ideas sobre el origen de nuestro planeta. Basándose en sus leyes del movimiento de la materia, que concibe formada por partículas de fuego, aire y tierra, afirmaba que la Tierra fue en su origen una estrella. Leibniz también creía que la Tierra se formó a partir de una bola de fuego que posteriormente se enfriaría y contraería dando lugar a las rocas cristalinas, a la condensación de las aguas, a la ruptura de la corteza y a la formación del relieve, pero añadía al frío mecanicismo de Descartes la creencia en un plan divino calculado. La controversia entre mecanicismo y providencialismo, según el cual Dios participaría también en la configuración y devenir de la Tierra, se mantendría durante bastante tiempo, hasta más de la mitad del siglo XIX.

En 1605, el mismo año que se estrena en Londres ‘Macbeth’, un temblor de tierra de 4,5 en la escala Richter sacudía la ciudad de León. Era uno de los aproximadamente medio centenar de terremotos contabilizados en la provincia desde entonces. El segundo en importancia se registró en el municipio de Molinaseca con una intensidad de 4,1 en 2006. La base de datos del Instituto Geológico y Minero no localiza en la provincia de León fallas activas. Las más cercanas se encuentran en Lugo y Palencia. Hoy nadie, con dos dedos de frente, defendería que las placas tectónicas, en permanente movimiento, que revisten el interior de la Tierra, sobre una masa ígnea de magma, siguen dictados de la Providencia. Nuestra relativa privilegiada localización en el sistema de fallas cuaternarias se la deberíamos, no al Dios provisor de Leibniz, sino a causas naturales estudiadas por la geología y puramente mecánicas, como apoyaba Descartes; una lotería que, solo humanos, no nos tiene en cuenta.
Archivado en
Lo más leído