El desafío de las huellas

Composición de relatos y microficciones de Manuel Cuenya

Ana Rosa Gutiérrez
25/08/2025
 Actualizado a 25/08/2025
Imagen Cuenya
Imagen Cuenya

El sol irrumpió al amanecer. El verano hacía su aparición, y la luz se colaba por las rendijas de la persiana. Una brisa matutina flotaba en el ambiente.

Al abrir la ventana, se percibía el sonido del mar, las olas acariciando bruscamente las rocas. Siempre busqué la libertad y la había encontrado en un pueblecito costero.

Me gustaba pasear por la playa al atardecer. Valoraba enormemente el contacto de mis pies desnudos caminando por la arena, dejando huellas, que solo durarían hasta que la marea las quisiese borrar. Los largos paseos nocturnos me hacían reflexionar.

La vida nos da reveses, y la única solución es aceptarlos. Si los negamos, la frustración nos invade. El pasado es un viaje sin retorno, y el futuro es algo incierto y difícil de programar, por lo tanto, lo único de lo que disponemos es el presente, y yo estaba decidida a vivirlo intensamente.

No sé si es por casualidad o por "causalidad", en uno de mis paseos nocturnos mis huellas se cruzaron con otras huellas, unas de persona y otras de animal, presentí que eran de un perrito.

Fue un juego absurdo el que nos llevó a cruzar nuestras vidas.

Cuando puse cara a esos pasos, fue una sensación increíble, porque aquel hombre de tez morena y ojos castaños, labios prominentes y dulzura extrema, me había removido sentimientos agradables.

De aspecto corpulento, con excesivo vello, demasiado para mi gusto y, a la vez, con esa esbeltez de cuerpo, digno de una figura tallada en mármol, que evocaba la época romana. Sentí hacia él una pasión irresistible, intensos sentimientos, y una atracción física muy fuerte. El proceso de seducción estaba servido. Y como consecuencia, el placer.

Nuestro primer encuentro programado fue una cena romántica a la luz de las velas. Una excusa para intentar conocernos más a fondo. Hablamos de nuestras respectivas vidas, experiencias, desengaños, problemas, e ilusiones concebidas para poner en práctica un futuro mejor.

Nuestra segunda cita fue en su apartamento, él vivía allí desde hace años, yo acababa de instalarme en una pequeña casa alquilada.

Cuando llamé a su puerta la emoción me desbordaba, me sentía como una adolescente cuando da sus primeros pasos hacia esa vida adulta tan deseada.

La primera forma de relajarnos surgió realizando un programa de higiene personal, consistente en lavarse los dientes, perfumar el aliento, bañarnos, y añadir al agua del baño aceite de romero y perfume a una temperatura similar a la sauna. Un masaje en los pies consiguió que sensaciones placenteras se transmitieran por todo el cuerpo. Reconocer nuestros cuerpos bajo la espuma y unas cuantas gotas de esencia contribuyó al relax. No hubo palabras, sólo una búsqueda del deseo entre el agua.

Después del baño, unos albornoces de rizo nos envolvieron, anhelando un merecido descanso. En el lecho, sábanas de seda resplandecían ante mi mirada que apreciaba el buen gusto. Un espejo enorme ubicado en un lateral de la habitación reflejaba nuestros cuerpos, ahora desnudos, intentando de una vez por todas admirarse.

No sentí pudor, me sentía realmente cómoda al ver que la vergüenza no me reconocía. Él sonrió y sin mediar palabra nos acostamos. Un escalofrío recorrió mi piel al rozar la suya, una suavidad como la de un bebé con perfume a Nenuco. Retazos de la infancia vinieron a mi mente.

Entrelazamos nuestros cuerpos como si de una espiga se tratase. Practicamos el abrazo de los muslos, presionar con uno o los dos muslos de uno contra los del otro. Mis pechos menudos se erizaban al contacto con sus pezones. Los intensos besos sortearon mi cuerpo hasta aterrizar en la boca, allí un beso profundo consiguió que su lengua rozara mi garganta, las endorfinas consiguieron salir a pasear. Mis nalgas fueron objeto de suaves palmadas, besos y pequeños mordiscos.

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