Darwin y el diluvio universal

Por José Javier Carrasco

José Javier Carrasco
18/04/2023
 Actualizado a 19/04/2023
Juan Gónzález Arintero (1860-1928). | L.N.C.
Juan Gónzález Arintero (1860-1928). | L.N.C.
Para los autores de ‘La historia de la ciencia’, Carlos Solís y Manuel Sellés, la idea de que la teoría de la evolución de Darwin (1809-1882) es la simple continuación de las ideas de Lamarck (1744-1829) pecaría de simple. La posibilidad de determinados cambios en las especies recorrería el siglo XVIII. Linneo (1707-1778) sugirió la eventualidad de formación de nuevas especies por hibridación, Buffon (1707-1788) la posibilidad de unas pocas familias primitivas de organismos vivos de las que resultarían todas las variedades existentes, Benoît de Maillet (1656-1738) la de que la Tierra estuviera originariamente cubierta por agua, lo que habría obligado a los seres vivos a adaptarse a un nuevo medio, el terrestre; o las ideas de Dietrich d´Holbach (1723-1789) de que los seres vivos dependen del medio y deben adaptarse a él o sucumbir. Un mundo de hipótesis al que Lamarck se sumaría con la idea expuesta en ‘Philosophie zoologique’ (1809). Según ella el uso o desuso de determinados órganos, impuesto por la adaptación al medio, da lugar a modificaciones que se trasmiten a la descendencia, lo que conduce a un cambio progresivo y la eventual aparición de nuevas especies. Darwin explicará los cambios evolutivos como el resultado de un proceso de selección natural, la supervivencia solo de los más aptos.

La teoría de la evolución va unida a los descubrimientos paleontológicos, que a su vez se relacionan con las preguntas abiertas sobre la extinción de determinados animales cuyos restos iban apareciendo y para los que no se encontraba ninguna explicación. Fue Cuvier (1769-1832) el primero en exponer que algunas especies se habrían extinguido, la materialización de un mundo anterior al nuestro. A medida que aparecían nuevos fósiles, algunos de ellos verdaderamente especiales, Cuvier aventuró la existencia de un mundo pretérito dominado por reptiles gigantes. Sin embargo, se oponía a las ideas del transformismo de Lamarck y defendió la de una sucesión de cataclismos bruscos que explicarían la desaparición de ciertas especies. En sus ‘Principios de Geología’, el geólogo Charles Lyell (1797-1875), excluye los cataclismos y defiende un desenvolvimiento geológico gradual a lo largo de un extenso periodo de tiempo. Entre los primeros lectores de su obra se encontraba Darwin a punto de embarcarse en el Beagle.

El fraile dominico Juan González Arintero (1860-1928), natural de Lugueros, al acabar su carrera de Ciencias Naturales en 1886, en la Universidad de Salamanca, se establece en Vergara. Allí organiza un Museo de Historia Natural que reunía cerca de seis mil muestras minerales, animales, vegetales y fósiles. Autor de ‘El diluvio universal de la Biblia y de la Tradición. Demostrado por la Geología y la Prehistoria’ (1891), intenta adaptar la condición de religioso a su formación científica y respalda un diluvio solo en determinados lugares, frente a la postura de la iglesia integrista que defiende su universalidad (Arintero evolucionaría hacía un darwinismo compatible con la fe). El canónigo penitenciario de la Santa Iglesia Primada de Toledo, Ramiro Fernández Valbuena, también leonés, del desaparecido Huelde, autor de ‘Darwin en solfa’, refuta desde el periódico carlista ‘El Correo Español’ las ideas defendidas por el dominico de un diluvio «restringido», que dejaría a salvo de la cólera de Dios a aquellos que nada habían hecho para merecerla. El diluvio fue para Valbuena necesario, merecido y universal. Una creencia con final feliz para Noé y los animales reunidos en el arca.
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