La danza de la nostalgia

Nuria Crespo y José Antonio Santocildes
25/05/2025
 Actualizado a 25/05/2025
La danza de la nostalgia.
La danza de la nostalgia.

Hay un susurro en el alma. Hay un eco que resuena en las cámaras ocultas del corazón. Hay un llamado que late con fuerza en nuestro interior. Es la nostalgia, esa viajera incansable que llega sin aviso, tejiendo incansablemente memorias que brillan como hilos de plata bajo la luz de un sol ya extinto. No es solo un recuerdo, no es solo un anhelo, no es solo un cálido suspiro; es un hipnotizante canto que despierta en nosotros la sensación de haber vivido, de haber amado, de haber sido. Pero, como toda fuerza primordial, la nostalgia es un filo de doble hoja: puede elevarnos hacia la plenitud o hundirnos en la melancolía de lo que nunca volverá a ser, de lo que nunca volverá a estar.

Cierra los ojos, ábrele la puerta y déjala entrar. La nostalgia llega como un perfume olvidado, como el aroma de la lluvia en un patio de infancia o el roce de una mano que ya no está. Nos envuelve en pretéritas imágenes que creíamos desvanecidas: el crujir de las hojas bajo los pies en un otoño lejano, la sonrisa de un amigo que el tiempo diluyó, el calor de un abrazo que aún arrasa la piel. Es un portal hacia lo que fuimos, un espejo que refleja no solo lo vivido, sino lo que soñamos ser. En su regazo, sentimos la vida en su forma más pura: un instante eterno, un latido que trasciende el tiempo, un lapso que toca el SER.

Sin embargo, la nostalgia no es solo luz. Es también sombra, porque puede convertirse en un canto de sirena que nos arrastra hacia un pasado idealizado, un edén que nunca existió tal como lo pintamos. Nos seduce con la promesa de un regreso imposible, y en esa seducción corremos el riesgo de olvidar el presente, de despreciar el milagro del ahora. Porque la nostalgia, cuando se apodera de nosotros, puede ser una cadena que nos ata a un ayer que ya no nos pertenece. Nos hace añorar lo que perdimos, pero también lo que nunca tuvimos, y en esa añoranza podemos perder el rumbo, vagando como náufragos en un mar de recuerdos que a veces ni siquiera son nuestros.

Pero, ¿y si la nostalgia no fuera solo un peso, sino también un ala? ¿Y si, en lugar de dejarnos arrastrar por su corriente, aprendiéramos a bailar con ella? Porque en su esencia, la nostalgia es un recordatorio de nuestra humanidad, una prueba de que hemos vivido con intensidad, de que hemos sentido hasta que el alma se desbordó. Nos enseña que cada instante, por fugaz que sea, deja una huella imborrable. Nos susurra que el pasado no es un lugar al que regresar, sino un tesoro que salvaguardar, un lienzo del que aprender, un mapa que puede guiarnos hacia un futuro más prometedor. En su luz, descubrimos quiénes somos, qué nos ha moldeado o qué deseamos ser.

Así pues, cuando la nostalgia llegue, no la rechaces, siéntela. Acógela como a una vieja amiga, pero no le entregues las riendas de tus días. Escucha su relato, pero no te quedes atrapado en sus páginas. Porque la vida, en su esencia, no es un álbum de fotos que hojeamos con tristeza, sino una página en blanco que espera un nuevo relato. La nostalgia puede ser un faro, pero nunca debe ser el puerto. Puede recordarnos el calor del hogar, pero no debe impedirnos construir uno nuevo. Puede hacernos llorar por lo que fue, pero también puede inspirarnos a crear lo que será.

Y aquí radica su poder: la nostalgia no es un fin, sino un comienzo. Es una chispa que enciende la gratitud por lo vivido y la valentía para seguir adelante. Nos recuerda que cada adiós lleva en su seno un hola, que cada puerta cerrada abre un camino nuevo. Nos enseña que el corazón, aunque herido, sigue latiendo; que la vida, aunque efímera, sigue cantando. Y en ese canto, encontramos la fortaleza para soltar lo que ya no es, para abrazar lo que está por venir.
Por tanto, permite que la nostalgia te abrace de vez en cuando, piérdete en sus mansas aguas si lo necesitas, pero nunca dejes que te arrastre. Déjala susurrarte sus historias, pero no permitas que escriba tu final. Porque tú no eres solo el eco de lo que fue, sino la promesa de lo que será. Eres un viajero del tiempo, un poeta del instante, un arquitecto de futuros. Y la nostalgia, con toda su belleza, es solo una de las muchas melodías que componen la sinfonía de tu universo particular.

La nostalgia, pues, es un espejo que refleja lo que fuimos, pero solo en el presente hallamos el poder de crear lo que seremos. No te pierdas en su reflejo; úsalo para iluminar el camino hacia un mañana que merezca ser recordado.
 

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